Lillian Gish había quedado hondamente impresionada con El viento (Errata naturae), escrita por Dorothy Scarborough (1878-1935), aunque publicada, en primera instancia, de modo anónimo en 1925. Le propuso a Irving Thalberg, en la Metro Goldwyn Mayer, que debía ser adaptada al cine. Thalberg concedió vía libre a la estrella y Gish eligió al director, Victor Sjostrom, que la había dirigido en La letra escarlata (1926), y al actor protagonista de ésta, Lars Hanson, también sueco. La guionista que adaptó la novela fue Frances Marion, posterior ganadora de sendos oscars en 1931 y 1932 (guión por The big house, de George W. Hill, y argumento por El campeón, de King Vidor). No se realizaron demasiadas variaciones con respecto al desarrollo dramático de novela, aparte ciertas modificaciones relevantes en relación al personaje de Wirt Roddy, y la conclusión (que no satisfizo ni al director ni a la actriz). El resultado, en 1928, una de las obras más bellas del cine silente, y por qué no, de la Historia del cine. La novela resulta igual de deslumbrante.

El viento es materia, presencia, pero también es símbolo. Le desconcertó la extrañeza del conjunto. Sin motivo alguno, se le vino a la mente un comentario que había escuchado una vez en boca de un anciano: <<Todos los símbolos se desmoronan en Texas>>. A esa zona desértica de Texas, en la que prima el abandono salvaje y anárquico, y se desmoronan los símbolos, viaja la joven Letty. El viento representa el miedo. El miedo a un cambio. Ha tenido que dejar atrás las frondosas tierras de Virginia, rebosantes de vida, para enfrentarse a una región que desconoce, con escasa flora y fauna, por la dificultad de supervivencia, pero también escasamente habitada por humanos (pueden separar doce kilómetros entre rancho y rancho). Cuando no quedaba nada hacia lo que volverse, excepto un pasado roto por el dolor y la separación, un futuro que no sabía lo que le auguraba, y un viaje en tren como todo presente, ¿qué se podía hacer, aparte de soñar?. Viene de la confortable seguridad de la previsión a la intemperie de lo imprevisto, al rancho de su primo Bev, que dejó Virginia para intentar consolidar una vida propia, en el filo de la precariedad, dependiendo de la supervivencia del ganado para poder alimentar a esposa y cuatro hijos No es el escenario de vida con el que Letty había soñado, más bien todo lo contrario. Letty sintió una extraña tristeza cuyo origen desconocía, como si estuviese precipitándose al vacío sin moverse del asiento. ¿Había vida más allá del vagón?¿Existía el tiempo más allá del momento presente?¿Qué le deparaba el mundo detrás de las cortinas del futuro, en esa tierra diferente a todo lo que había visto hasta ahora?¿Seguiría siendo la misma?.

El miedo es también a los hombres, y de hecho, en el viaje en tren el miedo al viento se lo inocula otro viajero, Wirt Roddy, por el que durante tiempo, mientras no logra adaptarse a su nueva vida, no sabrá dilucidar qué siente por él, si lo añora porque está enamorada de él o porque representa la posibilidad de una fuga (de entrada, en su imaginación, de la monotonía de su árida vida). Es él mismo el viento por esa indefinida condición (para Letty). Porque Letty, principalmente, como primordial equipaje trae sus sueños, y cuesta desasirse de esas fantasías, renunciar a ellas, como refugio protector. Por eso, el viento, por cuanto representa una amenaza, es también, según una leyenda, un semental negro, un caballo mítico, investido de condición demoníaca, el caballo que nadie atrapó, lo salvaje y anárquico. Incluso, trasciende la misma concreción singular de la experiencia de Letty. En los viejos tiempos, el viento era enemigo de las mujeres. ¿Las odiaba porque veía en ellas el símbolo de esa civilización que menoscabaría paulatinamente su propio poder?¿Porque era para las mujeres para quienes los hombres construían casas -tal y como antaño construían refugios-, agrandaban los rebaños y convertían las llanuras en granjas, surcando la tierra que desde la noche de los tiempos no había conocido arado alguno?. Estamos en el territorio del mito. Era una región maldita, fuera del tiempo y del espacio, víctima de un sortilegio. De hecho, Dorothy Scarborough suscitó notoria admiración, tras conseguir su doctorado, por su disertación Lo sobrenatural en la ficción inglesa moderna (1917).

Letty se enfrenta a sus fantasmas, a sus miedos. En principio, los de la desilusión. La vida puede concluir de otro modo. Ella teme que su vida concluya en esa intemperie en la que no advierte horizonte alguno sino una árida rutina de cansancio y sacrificios. Por eso evoca a la amiga que esperaba, porque le amaba, que su primo retornara. Pero no lo hizo. Teme convertirse en ella, en alguien que debe apearse de sus sueños. Las amenazas de tormentas, o las tormentas mismas, se acompasan a los conflictos entre los personajes. El viento, lo colérico y elemental, refleja el vaivén y trasiego de las emociones aunque no sólo las de Letty. Para Cora, esposa de Bev, su presencia es una interferencia, e incluso rival por el afecto que siente su marido por su prima, por lo que debería ser extraída de su territorio, ya que ella debe ser el centro de atención escénica. Letty trasiega con sus emociones con respecto a Wirt, pero ¿su ausencia le molesta porque siente algo singular por él o simplemente porque la ignora, y por eso le hace sentir irrelevante?. Aunque su temor lo proyecte en el viento, y en las conmociones o trastornos que su propia presencia causa en las vidas ajenas, en el matrimonio de Bev y Cora o en la amistad de sus cortejadores Lige y Sourdough, ¿debería no resistirse a la presión y casarse con quien no ame?¿O en parte lo haría por despecho ante la falta de atención de Wirt?.

Debía desechar su ideal del amor, tal y como nos deshacemos de las ropas de los muertos cuando nos dejan. Los sueños que no se van a materializar han de descartarse. La figura caballeresca que la varita mágica del tiempo le había reservado se desvanecía en la nada antes incluso de tener cuerpo o nombre. Tanto su pasado como su futuro quedarían relegados en favor de un presente carente de sentido. Su juventud llegaba a su fin antes incluso de haber comenzado...

Pero no protestó ni lloró. Impertérrita aceptó su destino. Así lo había decretado el viento.

El viento, como cualquier relato que la imaginación, o el miedo, urda, es una excusa para no mirarse de frente, mientras seguimos empecinados en aferrar el viento entre los puño: A veces desechamos algo por cobardía, por incorregible egoísmo o para satisfacer la propia conciencia, porque nos sabemos incapaces de ocuparnos de ello como se debe. Dorothy siente que vive en un lugar remoto, pero intenta refugiarse en lo remoto de los sueños, o de los cuentos de hadas, hasta que comience a asumir que hay muchos aspectos en los que difiere la realidad de las novelas, y afrontar que obtenía un consuelo ilusorio de los espejismos interiores que ella misma se creaba, imágenes placenteras que rebuscaba en su pasado, escenas de belleza y felicidad en medio de las cuáles se movía. Y, por otro lado, que aquí el único esplendor que le ofrecía la naturaleza conllevaba una amenaza. Una amenaza que proyecta fuera pero que no deja de forcejear en su interior. Esa es la batalla principal, esa que debe desprenderse, de modo definitivo, de las mentiras y evasivas para afrontar que resulta muy complicado aferrar el viento entre los puños.