Tras su paso por el Festival de Sundance, El nacimiento de una nación, dirigida, interpretada y co-escrita por Nate Parker, supuso todo un acontecimiento que parecía destinar a la película a convertirse en una de las producciones del año. Y si bien, de alguna manera, lo ha sido, en realidad no ha conseguido posicionarse, en todos los aspectos, como era de esperar, en gran medida debido a la aparición de la noticia de que Parker fue acusado, aunque absuelto, de violación durante su época universitaria, y cuya víctima acabó suicidándose. La noticia derivó la atención de la película hacia su director y se olvidó del aplauso recibido y de aquello que propone El nacimiento de una nación.

La película de Parker y su acercamiento a la cuestión racial en Estados Unidos no es una isla en la actualidad: durante los últimos meses hemos asistido a varias producciones que han girado alrededor de la cuestión desde diferentes perspectivas y cuya presencia puede ser vista, aunque quizá de manera casual, con los conflictos raciales en las calles norteamericanas al final, precisamente, del mandato del primer presidente estadounidense afroamericano. El nacimiento de una nación se inscribiría dentro de las propuestas que han abogado por la reescritura histórica, por el acercamiento, en este caso, a una figura real como la de Nat Turner, esclavo y predicador que poco a poco fue capaz de convocar una pequeña rebelión en Virginia en la década de los treinta del siglo XIX. Usando el mismo título que la película de D.W. Griffth de 1915, un siglo después, Parker da forma a una película que sigue dos caminos: el del cine independiente y el del llamado cine de prestigio, comercial, y llamado a llegar al gran público.

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Del primero toma la desinhibición y la supuesta libertad artística, expresiva y discursiva; del segundo el tono épico y melodramático que confiere a la historia, además, de una pátina de gran producción, aspecto con el que Parker juega. La idea es clara: realizar una película que el espectador normalmente no asocia con el cine negro. O, en otras palabras, entregar a los afroamericanos un espacio representacional en el que no suelen aparecer. Por supuesto, lo han hecho de manera puntual, sin embargo, la maniobra de Parker, al crear una dialéctica entre esos dos tipos de cine, presenta un marco de ficción muy interesante desde la teoría más que desde la práctica. Porque El nacimiento de una nación, finalmente, no acaba de resolver convincentemente todo lo que plantea a pesar del cierto interés de la propuesta.

Parker ha intentado poner en escena una película que interpela al espectador a mirar mediante la materialización del discurso en pantalla, en imágenes, las cuales presentan un aspecto lúgubre y sombrío que contrasta con la luminosidad que normalmente parece acompañar a las producciones de este tipo. Parker quiere crear un margen visual entre tinieblas para un contexto histórico en el que un país estaba en proceso de crear sus bases constructivas mientras se permitía la esclavitud. El cineasta persigue que reconsideremos cómo se ha construido la ficción, cómo hemos aceptado relatos que, en verdad, escondían una cara oculta. La complejidad de la realidad expuesta mediante unos personajes a los que otorga voz y espacio en pantalla, es algo que convertiría a la película de Parker en un acto casi político de no ser porque la poca dimensión de los personajes y de la historia acaba por ahogar esa posibilidad; al menos en la extensión pretendida por el cineasta. Porque si bien entendemos que parte de la idea es crear personajes únicos y personales a la par que estereotipados, para así dar habida cuenta de su constructo, también lo es que Parker acaba cayendo en gran parte de los defectos del cine que pretendidamente quiere cuestionar.

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Porque su visceral acercamiento al melodrama histórico, insistimos que desde un intento de violentar su construcción instaurada de cara a que el espectador se replantee sus elementos, acaba derivando en precisamente un material excesivamente intrusivo, no permitiendo que la mirada del espectador se replantee absolutamente nada, porque acaba siendo dirigida hacia los terrenos discursivos que interesan a Parker. No se puede negar el cuidado en la puesta en escena, en la creación de unas imágenes que buscan una cierta pureza visual en su construcción. Pero la falta de cierta distancia con respecto al personaje y al material propuesto, que deriva dicha visión hacia un claro mesianismo, conlleva que el discurso pierda fuerza, dado que la figura de Nat Turner y la narración de su vida devienen en un itinerario pseudo-cristológico que tiene, en su final, además, una conclusión que en su intento de anhelo épico acaba ahogando toda posibilidad de una lectura política real, dado que el espacio discursivo y narrativo que Parker busca para sus personajes acaba perdido en una construcción mitológica, cuando no mitómana, que reemplaza a los cuerpos blancos que normalmente han habitado ese tiempo de construcciones, pero no logra proporcionar un marco propio. Quizá, en esa contradicción, se encuentra en realidad la fuerza de El nacimiento de una nación, pero no es suficiente como para poder ver en ella un acto subversivo realmente importante cuando, al final, la mirada hacia una realidad física y palpable se sumerge en los designios de lo martirologio.