La segunda película del húngaro Árpád Bogdán, Genezis (2018), se estructura en base a tres historias que, finalmente, acaban interconectadas y que parten de historias reales ocurridas en Hungría, en especial, en un incidente de 2009 cuando un grupo de neonazis atacaron un pueblo romaní con bombas molotov, perros de caza y rifles.

Los tres personajes de Genezis se relacionan de alguna manera con un ataque que Bogdán recrea con total crudeza y centrado en el punto de vista del joven Ricsi (Milán Csordás), en mostrar cómo el niño romaní se encuentra en medio de una barbarie que acaba con parte de su familia. Ricsi será el protagonista de la primera parte de Genezis, la cual Bogdán compone como un cruel cuento infantil que va pervirtiendo hasta que Ricsi idea una posible venganza contra quien él cree que ha cometido el asesinato de su madre.

El segundo capítulo sigue a Virag (Eniko Anna Illesi), una adolescente que practica tiro al arco y tiene una relación con Mihaly (Tamas Ravasz), encargado de una perrera, y de quien se ha quedado embarazada. Virag descubrirá que Mihaly está relacionado con el ataque al poblado gitano, algo que cambiará por completo su relación. La última parte, se centra en Hanna (Anna Marie Cseh), una abogada con un trauma familiar a su espalda y que deberá defender a Mihaly en el tribunal presionada para que consiga que no salga a la luz el pasado del joven.

Genezis va de más a menos en cuanto a intensidad narrativa, tanto que la tercera parte parece demasiado apresurada en su desarrollo, con menos fuerza en comparación con las dos anteriores. Bogdán, desde el comienzo, pone más el énfasis en cuestiones sensoriales que en narrativas, es decir, está más interesado en construir una atmósfera malsana, dura, alrededor de los personajes, que transmita a su vez un cierto sentido bíblico, que en construir un relato sólido. Decisión problemática en última instancia en cuanto a que Bogdán no es capaz de mantener el equilibrio entre las tres partes, pero sí logra crear un discurso basado en imágenes y en sonidos (y música) inmersivo que acaba trascendiendo con un gran cuidado visual el movimiento de la cámara en mano.

Lo anterior permite a Bogdán adentrarse en un tema como el fascismo emergente y presente en la Europa actual a través de una ficción que habla en presente, pero, finalmente, piensa en clave de futuro. El cineasta intenta alejarse en la medida de lo posible de las formas más comunes del cine europeo a partir, precisamente, de sus constantes, y no caer en un relato demasiado crudo, lo cual no quita para encontrarnos con momentos de gran impacto por lo mostrado. Sin embargo, según avanza, Bogdán acaba cayendo en una ilustración demasiado enfática, con una carencia de sutilidad que impide que el dispositivo audiovisual creado por el cineasta funcione de manera plena. No obstante, queda un gran trabajo entre imagen y sonido para transmitir una idea malsana sobre unos personajes varados en una realidad violenta y oscura en la que, sin embargo, Bogdán, como demuestra con su cierre, hay todavía cierta esperanza para el futuro.