Producido en 1946, un año después del fin de la Segunda Guerra Mundial, el tercer largometraje como director de Orson Welles viene a ser una alerta sobre la posible infiltración en países democráticos de antiguos miembros del nazismo ocultos bajo identidades falsas.

Si bien con Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941) Orson Welles había entrado por la puerta grande de Hollywood, desatando después una fuerte controversia además de la animadversión del propio William Randolph Hearst, el magnate de la prensa quien se vio en ella retratado y que intentó por todos los medios impedir su estreno, y tras cumplir las estipulaciones de su contrato con la RKO que implicaba un segundo largometraje, El cuarto mandamiento (The magnificent Ambersons, 1942), y que significó el rechazo definitivo de los estudios hacia su persona entre otras razones por su fama de despilfarrador, además del fracaso en taquilla cosechado por ambos films, el joven cineasta pareció abocado al ostracismo. Sin embargo, el avispado productor Sam Spiegel deseaba contar con Welles como actor para el nuevo proyecto que tenía en sus manos, un guión escrito por Anthony VeillerJohn Huston (quien finalmente no fue acreditado) a partir de un argumento de Victor Trivas que trataba sobre un criminal nazi que se ocultaba bajo otra identidad en un apacible pueblecito de Estados Unidos.

Un proyecto que aceptó Welles con la condición de dirigirlo, ya que vio en el material la posibilidad de llevar a cabo una llamada de atención sobre la probabilidad de que antiguos nazis se escondiesen en sociedades democráticas como la norteamericana. De hecho, el cineasta, quien poseía afinidades políticas con las víctimas de la caza de brujas, muchos de ellos amigos y compañeros, había denunciado en numerosas ocasiones el ascenso del régimen nazi a través de sus emisiones de radio.

El extraño, también conocida con el título de El extranjero, es quizá el film menos wellesiano, aunque sus imágenes estén impregnadas por su espíritu. En parte porque fue la única película que rodó a partir de un guión ajeno, pero también porque contó con un presupuesto bastante inferior al que tuvo en sus dos anteriores películas, además de que el cineasta era consciente de que tampoco estaba en condiciones de imponer muchas exigencias dada su delicada situación ante los ojos de los estudios si quería proseguir su carrera cinematográfica. De hecho Spiegel rechazó algunas de sus peticiones como su idea de que Agnes Moorehead, actriz de su compañía teatral, el Mercury Theatre, y que formó parte del reparto de Ciudadano Kane y El cuarto mandamiento, interpretase el papel que finalmente, por imperativos de aquel, desempeñó Edward G. Robinson. A lo que se sumó, según algunas declaraciones del propio Welles, su intención de demostrar que era capaz de concebir un film dentro de los cánones comerciales. Algo que se confirmó, porque El extraño no solo se rodó dentro de las fechas previstas, sino que fue el único film de Welles que funcionó bien en taquilla.

El extraño comienza cuando Wilson, el agente de la comisión de crímenes de guerra encarnado por el mencionado Robinson, ordena soltar a Konrad Meinike (Konstantin Shayne) con el objetivo de que les lleve hasta Franz Kindler, un criminal nazi que participó activamente en la Solución Final y a quien pone rostro el propio Welles. Éste se ha establecido en una sosegada población estadounidense bajo una nueva identidad, la del profesor de historia Charles Rankin, quien, en el momento en el que Meinike se reúne con él, está a punto de contraer matrimonio con Mary Longstreet (Loretta Young), la hija del juez local.

No debe temer quien aún no haya visionado el film de que se ha destripado la historia con esta breve sipnosis, ya que todos esos datos se exponen antes de la reunión entre ambos ex nazis y que tiene lugar cuando han transcurrido apenas quince minutos de metraje. Un encuentro que el cineasta concibe de manera hitchcockiana en cuanto a que el espectador sabe desde ese momento, o cuanto menos lo ha supuesto, que Raskin es el criminal buscado y que Welles resuelve con un sobrio plano secuencia que comienza en un bosque cercano a la pequeña población y que termina con la muerte de Meinike estrangulado por el propio Kindler, no sin antes que ambos rememoren sus viejos tiempos o que se despierte en aquel la sospecha de que hayan seguido a su antiguo camarada. Un suspense que se acrecentará si cabe aún más por una enamorada Mary que desconoce el pasado criminal de su recién estrenado marido.

Sin embargo, aunque la trama de El extraño parece transitar en su mayor parte por terrenos narrativos clásicos, contiene momentos de gran brillantez en los que están patentes los rasgos de estilo de Welles, como esa otra secuencia de la cena familiar donde Kindler, desde la perspectiva que le da su identidad como Raskin, traza un certero discurso sobre la naturaleza del nazismo, algo que, según sus palabras, explicaría mejor un psiquiatra. «Los alemanes se consideran las víctimas del odio y las conspiraciones mundiales de los pueblos inferiores. De las naciones inferiores. Nosotros podemos admitir el error, los alemanes no. Fíjense en la guerra de España. Nosotros aprendimos la lección por nuestras bajas. Es una experiencia a considerar. Supimos por quien doblaban las campanas, los alemanes no. No, aún siguen los caminos de sus dioses. Aún siguen con los ojos fijos en sus ideas fijas. En todos esos lugares secretos de reunión en los que usted no cree, el alemán cobra vida con su flamante armadura y ondea las banderas de las noches de los bárbaros. El mundo cristiano ya tuvo su Mesías, pero para el alemán el Mesías no es el príncipe de la paz. Es otro bárbaro. Otro Hitler.[…] No creo que se pueda reformar un pueblo sino es desde dentro. Los principios básicos de libertad e igualdad jamás han funcionado en Alemania. Han desperdiciado la experiencia de los otros pueblos. Libertad, igualdad y fraternidad jamás tendrán raíces en Alemania».

Como también el sello de Welles está presente en el mismo comienzo del film, cuando la cámara sigue el periplo de Meinike desde que sale de prisión, con ese plano en el que su rostro se refleja en el objetivo de la cámara del fotógrafo que le saca una fotografía para sus papeles, hasta que se reúne con Kindler; o las secuencias finales, al caer la noche, y que tienen lugar en el reloj del campanario de la pequeña iglesia de pueblo.

Sea como fuere, El extraño sigue siendo un excelente film, aunque no posea la fuerza y la dimensión de otros títulos que conforman la corta pero descomunal obra de Welles como director.