Lost River, el debut en la dirección del actor Ryan Gosling, es esa clase de película ante la que es sencillo posicionarse en contra y en favor con la misma vehemencia en cada caso. Su arriesgada propuesta visual y narrativa posee todos los elementos posibles para sentir tanta admiración como irritación. De hecho, hay algo en Lost River que hace pensar que se trata precisamente de eso, de una obra extrema que busca impactar mediante un espectáculo visual y sonoro en el que prima antes la experiencia sensorial que narrativa.
Gosling, también autor del guión, nos sitúa en una localidad norteamericana de contornos tan reales como irreales, un lugar en el que el desbordamiento del río ha llevado a la zona a una extrema pobreza en la que apenas hay población. Escasea el trabajo y el dinero y los pocos habitantes viven como pueden. Así, una familia se enfrenta a un desahucio inmediato. Bones (Iain De Caesstecker, cuya fisionomía, forma de actuar y gestualidad le convierten en el claro alter ego de Gosling) vive con su madre, Billy (Christina Hendricks) y mantiene una extraña amistad con Rat (Saoirse Ronan), quien vive con su abuela, interpretada por una felizmente recuperada Barbara Steele. Estos personajes, se mueven en un mundo hostil y extraño. Bones luchando contra otro joven, Bully (Matt Smith); Billy cayendo en las garras de Dave (Ben Mendelsohn), el banquero que maneja la hipoteca de la familia y que introduce a Billy en un extraño local de performances violentas y sádicas como la que lleva a cabo Cat (Eva Mendes).
Gosling mueve a los personajes a su antojo creando una narración sensorial en la que resulta evidente que su interés radica más en las imágenes en su construcción individual antes que en crear un desarrollo narrativo convencional. Esa sensorialidad hace de Gosling un cineasta muy contemporáneo, consciente que parte del mejor cine actual se mueve hacia unos lugares más sensitivos, tan físicos como oníricos. Es imposible no caer fascinado por Lost River tanto como sentir que Gosling está manejando demasiadas ideas, cayendo en la metáfora visual constantemente, y sentirse irritado ante un juego que en ocasiones parece caprichoso y banal.
A lo largo de Lost River encontramos un sinfín de referencias visuales que hacen de la película casi un tratado visual sobre el cine actual y sobre los gustos de Gosling. David Lynch, David Cronenberg, Winding Refn, Terrence Malick, Derek Cianfrance, entre otros, aparecen en una película excesiva pero imaginativa, con personalidad bajo esa constante referencialidad.
Gosling aporta una muy inquietante e interesante visión sobre la belleza bajo la decadencia, rodando los espacios paisajísticos con personalidad y sacando un enorme partido a todos y cada uno de los lugares por los que se mueven los personajes. Creando un contexto tan real y físico como irreal y onírico, rompiendo la línea que separa a esas esferas para crear un todo inquietante. No es, por fortuna, un realismo mágico, sino una mirada hacia aquello que anida bajo la realidad, algo que Gosling toma de manera clara del universo de Lynch. Pero también es capaz de aportar una cierta mirada política, aunque de manera muy tangencial, casi de soslayo, sobre la pobreza y la crisis de las hipotecas.
En definitiva, una película insólita que no consigue redondear ningún elemento de los que propone, que vive demasiado de esas referencias y que es más pretenciosa que ambiciosa, que funciona más por fragmentos que por su totalidad. Y sin embargo, creemos que es una experiencia visual y sonora que, aunque sea para luego sentirse irritado, merece la pena transitar. Porque hay algo bajo las imágenes de Gosling que hacen de Lost River una de esas películas que cada vez escasean más en las que la puesta en escena busca crear un sentido por encima de la simple trama argumental.