Elena Villa es una artista multidisciplinar nacida en Madrid (1997), una creadora que habla desde el corazón y que ha convertido la música y el teatro en herramientas para explorar la emoción, y la presencia. Tras su primer disco, Lucero, Ede se adentra en un proyecto que trasciende cualquier formato convencional: Fieralinda, su segundo álbum, y al mismo tiempo, una obra escénica viva y en constante construcción.

En Fieralinda, Ede cuestiona el monopolio de lo digital y propone un regreso radical al cuerpo y a la experiencia compartida. La obra se adapta a cada espacio, y reclama presencia, escucha y vulnerabilidad.

Pregunta: Fieralinda está compuesto por 12 piezas que divides en “fiera” y “linda”. ¿Qué representa cada una? ¿Son dos partes de ti?

Respuesta: Sí, viene de algo muy personal: de sentirme dividida. Luego entendí que es también una forma de mirar el mundo que comparto con mucha gente de mi entorno, quizá por esa herencia judeocristiana occidental que divide todo en bueno y malo, día y noche, masculino y femenino. Me di cuenta de que me leía a mí misma desde esa lógica binaria, dual, polarizada. Este disco nace de la intención de reconciliarme con eso y deconstruirlo un poco, porque en realidad soy muchas más cosas que un baremo entre un polo y otro. Después entendí que esto nos pasa a muchas, y que quizá es solo una forma más de mirar el mundo, pero no sé hasta qué punto es la más amable con nosotras mismas y con los demás.

P: Los temas también siguen esa división. ¿Son complementarios? ¿Cada canción “fiera” tiene su contrapunto en una “linda”?

R: No, la verdad es que no. Tomé esta dualidad más a nivel conceptual y me pareció interesante llevarla también a lo musical, creando dos bloques por puro gusto: quería un disco con temas muy electrónicos y otros muy acústicos. No es que cada canción de fiera tenga su complemento en linda. Lo bonito es que hay temas en el bloque de linda que, por letra, son más fiera, y al revés. Me encanta ver cómo las dos partes interactúan.

P: El teatro es el núcleo del proyecto. ¿Cómo fue crear un álbum donde cuerpo y escena son tan importantes?

R: Me di cuenta de que necesitaba llevar este proyecto a la escena mientras hacía las canciones. Al principio hice lo que conocía: entrar al estudio y grabar. Pero sentía que ese modelo de disco pensado para plataformas y giras no me funcionaba; necesitaba ampliar el lenguaje escénico del proyecto. Terminé los temas en el estudio, pero siempre con la idea, que además compartí con mi equipo, de que este sería un proyecto que se desarrolla en lo escénico. No acaba cuando el disco sale, sino que empieza.

P: ¿Qué opinas del consumo actual de música?

R: No me atrevo a decir si es algo intrínsecamente bueno o malo, porque no lo sé. Lo que sí sé es que, para mí y para otros creadores más enfocados en lo presencial, en estar con la gente, en hacer música para compartirla físicamente, este modelo me ha desconectado mucho del arte. Me ha llegado a poner triste, a cansarme, incluso a hacerme perder el sentido. Ver un millón de reproducciones es impresionante, pero yo quiero ver a las veinte personas que están en la sala. Si no puedo ver a esa gente, tocarla, cantarle a la cara, algo en mí se disocia y piensa: “¿Dónde están?”.

Como consumidora también me pasa: llega un punto en el que ya no sé qué se está sacando en Madrid o en España porque estoy saturada. Veo a compañeras e incluso a mí misma, esforzándose más en hacer atractivo el producto que en tocar o componer. Con un móvil ya puedes montarte una marca; entras en Instagram y parece una tienda. Lo entiendo, vivimos de esto, pero también me cansa. Dejo de escuchar, dejo de enterarme de quién ha sacado un disco, y me da pena.

A la vez, siento que hay un movimiento pendular: mientras pasa todo esto, también veo a mucha gente intentando hacer las cosas de otra manera, comprometiéndose con el presente y con lo que está pasando de verdad.

P: En la era de las pantallas, la presencia se vuelve revolucionaria. ¿Te pasa por cómo eres o por rechazo a las pantallas?

R: No, la aversión ya la tenía. Esto viene de mi rechazo a las pantallas. Ellas nos hacen sentir que estamos haciendo mucho: ves un vídeo, te enteras de qué ha hecho tal persona… pero ¿cuántas de esas cosas vives realmente? ¿Cuántas pelis ves en el cine, cuántas obras en un teatro, cuántos conciertos presencias? Para mí, comprometerme con lo físico es también comprometerme con mi propio proyecto. Claro que tengo que currarme las redes, no queda otra, pero también quiero apostar por lo presencial.

Por eso para mí es un statement: ahora lo fácil es hacer scroll, porque está diseñado para eso, para ser adictivo. Lo difícil, y lo revolucionario, es poner el cuerpo. Sé que cuesta, el tiempo, la vida, el capitalismo… pero al final todo se resume en con qué eliges comprometerte. ¿En qué decides poner el cuerpo y compartir tiempo y espacio con otras personas? Esa es la pregunta que me gusta hacerme y compartir con el proyecto.

P:  En “Mamá, me he cansado”, ¿la “mamá” es real o simbólica?

R: Es un poco las dos cosas. Cuando mi madre la escuchó me dijo: “¿Es para mí?”, y le dije que sí, porque cuando estamos mal siempre llamamos a mamá. Esa figura la tengo muy asociada a ella, a ese deseo de que te tape, te abrace, te sostenga. Pero también me di cuenta de que es algo simbólico y colectivo, la figura de “la madre”.

Al principio dudé porque la canción tiene un tinte medio religioso e hice paralelismos con eso. Incluso pensé en cambiarlo por “Padre”, pero luego sentí que no, que tenía que ser “mamá”. El “padre” remite a algo más elevado, más sagrado; con “mamá” hay una vulnerabilidad distinta, alguien a quien le dices: “Ayúdame, sujétame, no puedo más”. Así que sí, es simbólico, pero también es muy personal.

P:  El álbum es muy espiritual. ¿Qué papel tiene la espiritualidad en tu vida?

R: Soy una persona muy espiritual en el sentido de que me sirve como narrativa frente a la vida. No sé si es “verdad” y tampoco me interesa saberlo; creo que ahora hay una fetichización de la verdad que la ha devaluado. A mí pensar que hay algo más grande que yo me ayuda a sobrellevar el mundo.

No lo vivo como una figura omnipotente. Me sirve la poesía, el amor, la ternura; para mí eso es lo divino, cosas más importantes que yo. Cuando me subo a un escenario, sentir que no va de mí, sino de algo que transmito, me sostiene. Ese consuelo, aunque sea imaginado, ya existe porque tantas mentes lo hemos creado; es un símbolo real.

Para mí lo espiritual es importante. Y cuando veo a gente que solo se mueve en lo literal, en lo comprobable, que es totalmente válido, me parece una forma más aburrida de ver el mundo. Yo prefiero creer que hay algo que no vemos y que también es importante.

P: En la canción hablas del “infierno”. ¿Lo ves como castigo o como descanso?

R: Quiero que el oyente interprete lo que necesite. Para mí, lo bonito de estas canciones es que cada una las lee a su manera; ya lo dicen, la poesía no es de quien la escribe, sino de quien la necesita.

En mi caso, muchas veces he vivido esa pelea de no querer ser “de las malas”. Pensaba: si hago esto, voy a ser de las malas, de las que no encajan en ese ideal de perfección emocional. Y llegué a un punto en el que dije: mira, si ser “mala” me quita la ansiedad de no querer serlo, pues soy mala y ya está. Si lo hago mal, si no sé, si soy un cuadro… pues odiadme, ¿sabes? Desde una pataleta, claro, pero con una lógica interna: si hacer lo que mi cuerpo me pide me convierte en “mala”, aceptarlo me da descanso. Ya estoy en ese supuesto infierno, así que deja de dar miedo.

P:  Estudiaste en la RESAD. ¿Ha influido en tu forma de representar tu música?

R: Sí, definitivamente. No me considero tanto músico como artista. Me gusta investigar otras artes, leer, explorar distintas formas de expresión. Tengo compañeros que son muy músicos, súper estudiosos, pero yo soy más curiosa: me interesa el teatro, la literatura, y concebir mis proyectos desde esa inquietud, no solo como música.

Mis años de escuela me enseñaron que el arte es un lenguaje: cómo expresar algo que no cabe en lo cotidiano. Puedo montar una obra, poner luces, escenografía, y decir algo sin decir nada. Eso me ha dado mucho descanso. Existen mundos poéticos, abstractos, donde algo te pasa por el cuerpo.

Luego hice mi primer disco, Lucero, y ahora quiero que el segundo nazca en otro lugar. La escena forma parte de mí; lo escénico puede ser teatral, musical, literario. Lo importante es estar juntas y que pase algo que trascienda a quienes estamos ahí. Para mí, eso le da sentido a la vida.

P: ¿De dónde viene tu nombre artístico, Ede?

R: Ede surge de un blog que me hice con 13 años en Blogspot. Quería un seudónimo porque me creía muy importante y quería que fuera anónimo, aunque al final solo lo verían mis padres y poca gente más. Estaba en pleno Tumblr en Brasil y pensé en “Ede Elena”, lo probé con variantes como Ede salvaje, Ede libre, y finalmente dije: “Ya, Ede mola”, y me quedé con Ede.

P: Este es tu segundo disco. ¿Qué es para ti el éxito?

R: Para mí el éxito es un poco lo que tengo ahora. Puedo dedicarme a lo que me gusta, pero también tengo espacio y tiempo para cuidar lo que es importante para mí. Cuando veo esos éxitos arrolladores que involucran giras mundiales, aviones constantes, 150 promos… pienso: ¿cuándo ves a tus amigas?, ¿cuándo abrazas a tu madre? Que eso se vuelva algo excepcional me daría mucha pena.

Ahora tengo un equilibrio. Hay meses en los que trabajo sin parar, pero luego puedo parar y estar con la gente que quiero. También ha sido una decisión, podría haber sido más ambiciosa y tomar otros caminos industriales, pero elegí tener espacio para otras cosas. No me sirve estar todo el día creando si luego no puedo vivir el amor y las relaciones de las que escribo. Así que poder ver a mis amigas sin que sea una excepción, pasear, ir al campo, hacer la compra, cocinar, y a la vez vivir de esto… para mí eso es bastante éxito.

P: ¿Ahora mismo puedes vivir de la música o lo compaginas con otros trabajos?

Ahora mismo vivo de la música. El año pasado compaginé con una obra en el CDN con La Tristura, pero hoy vivo solo de esto. Claro que conlleva riesgos, a veces estás casi en números rojos y no sabes si lo que inviertes volverá o no. Confío en que sí, y si no, siempre podría volver a trabajar en otras cosas, lo cual no me importaría. La incertidumbre es constante, no sabes cómo irá el próximo mes o el año, si podrás seguir con esto. Mentalmente no es fácil, pero creo que cada persona encaja de forma distinta: hay quien necesita rutina, y otros, como yo, podemos funcionar mejor en la incertidumbre.

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