Cuando en 2005 Shane Black escribió y dirigió su primera película, Kiss Kiss, Bang Bang, llevó a cabo fue una reelaboración de algunos de los guiones que venía escribiendo desde finales de los ochenta y comienzos de los noventa para trasladarlos a un ambiente que puede insertarse en el llamado neo-noir contemporáneo con un conseguido tono autoparódico. Dejando de lado su trabajo como guionista para Una pandilla alucinante, Black firmó en 1987 el guion de Arma letal, y, dos años después, el de su secuela; en 1991, el de El último Boy Scout, ahora reivindicada como una película de culto…, y en 1993, El último gran héroe, que se tiende a recordar menos que la anterior. Por supuesto, no olvidar que Black estuvo tras el guion y la producción de Memoria letal, uno de los grandes fracasos de la época y un disparate sin parangón. En cualquier caso, todas ellas se basaban, con variaciones sustanciales, en la estructura de la buddy movie que Black continuó en su ópera prima y abandonó en su segundo largometraje, Iron Man 3, por motivos evidentes.

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Ahora, en Dos buenos tipos, Black recupera la idea de la pareja de detectives tan antagónicos en apariencia como compatibles en su unión para ambientar la historia en los años setenta. La película comienza presentando a ambos personajes mediante pinceladas para ir creando una cierta forma a ambos que, después, desarrollará a lo largo del metraje, si bien, dichas pinceladas son suficientes para Black: tampoco quiere más allá, se contenta con presentar dos personajes bien construidos en su superficie y que tanto Ryan Gosling como Russell Crowe se ocupan de dotar de personalidad. Creados los personajes, viene la trama: Black, como en Kiss Kiss, Bang Bang, parte de un narración laberíntica que se complica según se desarrolla hasta llegar a un punto en el que apenas importa qué sucede, qué se investiga, porque lo relevante es el itinerario y lo que va mostrándose a su alrededor, ya sea de manera explícita o implícita. A este respecto, Dos buenos tipos se inscribe dentro de una línea del noir más cercana a Hammett que a Chandler, de ahí que fácilmente se pueda caer en comparar la película de Black con Puro vicio, de Paul Thomas Anderson, si bien las intenciones de ambas películas no pueden ser tan diametralmente opuestas como cercanas en algunos aspectos: en las dos aparecen tramas alrededor de la política, el sexo, el porno y la nueva economía, que acaban siendo el perfecto y efectivo reflejo de una época: la Norteamérica de los setenta post-hippie afectada por el fracaso de la revolución, con Nixon pululando a modo de fantasma, con una apertura hacia las nuevas formas político y económicas que reinarán en la década siguiente. Black muestra en las imágenes de Dos buenos tipos todo lo anterior si caer en enunciados o subrayados, lo cual puede operar, curiosamente, de forma negativa para su valoración, como si careciera de fuerza su propuesta.

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Black imprime a la narración un sentido anárquico que, sin embargo, no se corresponde con su trabajo de puesta en escena, muy medido en su construcción formal, con un cuidado en la creación de los encuadres y en dotar de sentido a lo que sucede alrededor de la trama. No es un mero ejercicio visual retro, aunque en determinados momentos haya cierto manierismo al respecto pero que no empaña el conjunto. Si bien el complicado entramado de la historia puede ocasionar que la película acaba resultando excesiva en su metraje, también es cierto que la apuesta de Black por llevar a cabo una comedia tanto verbal como física, resulta del todo un acierto, sobre todo en el segundo aspecto: pocas comedias actuales parece atreverse a trabajar el humor basado en lo físico. De este modo, la pareja de policías acaban no solo representando a la perfección el modelo de las buddy movies, también revelan una comicidad absurda y descontrolada que hace de Dos buenos tipos una notable película que quizá sea más disfrutable durante su visionado que reflexiva después de éste, aunque el entretenimiento, sumamente inteligente, que ha orquestado Black, y a pesar de la irregularidad de algunos momentos y de que sus costuras sean demasiado evidentes según avanza la película, se erige como un estupendo trabajo dentro de un cine comercial, el actual, en el que el problema no es el trabajo sobre modelos establecidos, sino la incapacidad para, en el interior de estos, buscar nuevos caminos expresivos. Algo que Black logra en gran medida en Dos buenos tipos