La imagen digital


La carrera de Michael Mann tiene un antes y un después en 2004, año en que dirige Collateral, su primera película en formato digital. A partir de entonces, y en sus siguientes producciones, Corrupción en Miami, Enemigos públicos y, ahora, Blackhat-Amenaza en la red, el director ha ido desarrollando su personal mirada alrededor del thriller aplicando las nuevas posibilidades de la imagen digital. Mann siempre se ha movido, con las excepciones de El último mohicano y Alí y, en cierta manera, El dilema, dentro del thriller desde sus inicios con Ladrón y Hunter, continuando con Heat y hasta el momento, pero desde 2004 ha encontrado en el formato digital unas nuevas posibilidades para investigar alrededor de la imagen y, sobre todo, de su capacidad sensorial, adaptándose a los modos narrativos y argumentales del género. Mann, como David Fincher o David Lynch, por ejemplo, aunque en otros parámetros, está elaborando un trabajando a partir de las nuevas texturas visuales que permite el formato digital en busca de proyectar una atmósfera muy sensorial y envolvente tanto en el tratamiento de las imágenes en plano general como en los primeros planos. Pero Mann no acude a esto en busca de una simple cuestión formal o estética, sino que juega con esta exuberancia sensorial como proyección y extensión de los personajes y de la historia.



Cyberthriller


En su primera incursión en el llamado cyberthriller, Mann ha compuesto una película de enorme inteligencia. En su apertura, las imágenes de la Tierra poco a poco van dando paso a ciudades, edificios, oficinas, ordenadores para, finalmente, introducir la cámara en el interior de los ordenadores para de manera rápida ir deslizándose por el cableado que conecta dos puntos distantes. Esas imágenes del cableado vienen acompañadas de una música electrónica que crea una sensación, una atmósfera. Mann juega perfectamente a lo largo de  Blackhat-Amenaza en la red con el sonido y la música en conjunción con la imagen como ayuda para expandir esas sensaciones, para crear un tono que modula de manera rítmica el desarrollo de la película, algo que ya trabajara en Corrupción en Miami con excelente resultados y que ahora lleva hasta un extremo maestro, creando un todo armónico entre imagen y sonido/música. Volviendo al comienzo, Mann va de lo general a lo casi invisible, de lo material a lo intangible, y es en gran medida esta dialéctica la que crea una parte del discurso de la película.



Porque si la primera parte de Blackhat-Amenaza en la red se introduce a la perfección dentro de las coordenadas del cyberthriller, con una investigación basada en pantallas y en datos, en localizar lo que está oculto tras códigos y cifrados, la segunda parte, después de una de las mejores secuencias de la película que deja solos a sus dos protagonistas, Blackhat-Amenaza en la red se introduce de lleno en el thriller más clásico, más físico. A Mann le interesa ver cómo la tecnología, sobre todo aquella cuya existencia se nos escapa, pues aunque presencia es meramente invisible, actúa sobre los cuerpos, sobre las personas. La secuencia que resuelve todo es ejemplar al respecto, llenando el plano de cuerpos alrededor de una lucha salvaje, muy violenta, que alejada de los teclados y de las pantallas acaba concluyendo todo. Todavía, en un mundo lleno de tecnología, suceden cosas en el plano físico.


No es de extrañar que cuando aparece por primera vez Nick Hathaway (Chris Hemsworth) en su celda, cumpliendo condenada por pirateo informático, tenga entre las manos El sistema de los objetos Jean Baudrillard ni que en las estanterías, tras un rápido plano, vislumbremos otros títulos como América, también de Baudrillard, La condición posmoderna de Lyotard, Vigilar o castigar, de Michel Foucault o algún título de Derrida. En todos ellos, de una manera u otra, se tratan temas que aparecen en Blackhat-Amenaza en la red, aunque en momento alguno la película dé más importancia al aparato teórico que al narrativo o a la acción. Todas las ideas interesantes van fluyendo de manera natural de la propia historia, de los personajes. También de cómo Mann realiza, como decíamos, una sucesión de secuencias que van envolviendo al espectador y creando un tono muy preciso para el desarrollo del thriller. Y lo consigue sin que la acción y su evolución se resientan.



Mann combina una realización en la que los planos generales de las ciudades no son meramente imágenes de transición o puntos muertos en la narración; crean un contexto para la acción así como remarcan la soledad y el desconcierto de los personajes, porque son imágenes que contrastan con los primeros o primerísimos planos de los rostros de los actores, en ocasiones mediante planos en picado o en contrapicado que rompen el sentido geométrico del plano. Con ello, Mann encierra a los personajes en el plano, los asfixia, y siempre lo hace en momentos determinados y relevantes dentro del desarrollo dramático. Las ciudades asiáticas en que se ubica la acción, cuya fisionomía parece la materialización de las ciudades imaginadas por las distopías futurísticas de hace treinta años, están conformadas por calles laberínticas que se asemejan al conjunto de cables que dan forma al interior de las ordenadores, como si fueran una extensión de estos. Todo crea un tono, un sentimiento. Y Mann, además de mostrarse como un excelente realizador de escenas de acción, se mueve a la perfección en el terreno íntimo, en la construcción de los personajes. Es más, si la relación entre Hathaway y su compañera posee algunos elementos bastante débiles dentro de la narración, a pesar de la gran importancia final de la misma, Mann logra con la cámara trascender su floja perfilación al conseguir transmitir con la imagen aquello que el guion ha dejado menos elaborado.



Cuerpos versus tecnología


La trama criminal o de investigación acaba estando relacionada de manera directa con la interioridad de los personajes, aunque sea una conexión bastante sutil. Y va de la mano con el descubrimiento que va de pensar que los ataques cibernéticos son o pueden ser el comienzo de una oleada terrorista a la constatación de que se trata, en realidad, de un delito económico. Al final, lo que comienza siendo una cuestión entre gobiernos y departamentos, acaba derivando en algo personal. La paranoia post 11-S, ejemplificada en la agente del FBI encarnada por Viola Davis, las tensiones entre China y Estados Unidos, las barreras legales a la hora de actuar y la ventaja que esto otorga a los atacantes… son temas que aparecen en Blackhat-Amenaza en la red de manera escalonada, aunque siempre presente. La indefensión de los personajes y la muerte de muchos de ellos viene a ser la constatación física de esa soledad ante un mundo tan conectado como caótico, violento cuando aquello que se cree invisible toma forma. No es, por supuesto, Blackhat-Amenaza en la red un tratado teórico sobre el tema ni busca el dar respuestas generales más allá de aquellas que surgen de la narración, pero dentro de esta consigue proyectar un retrato bastante impactante de una realidad en la que los cuerpos, lo físico, se ve controlado y atacado por la tecnología. Y Mann consigue trasladar esta idea a una imágenes que unen lo físico con lo sensitivo mediante un trabajo formal magistral, que si bien se resiente en cuestiones de guion en varios elementos en su conjunto logra absorber al espectador y conducirlo mediante un trabajo de ritmo y de tono excelente, porque funciona y porque es casi imperceptible.