"Black Mass: Estrictamente criminal" recupera el tono y la atmósfera de los thrillers de los setenta para narrar el caso real de un criminal que se aprovechó de su colaboración con el FBI para convertirse en uno de los mafiosos, primero, más poderosos del país, y, después, uno de los más buscados. Excelente trabajo visual de Scott Cooper ayudado de un elenco de actores excelente en el que destaca un Johnny Depp que da forma a uno de sus mejores papeles desde la contención y el trabajo con la mirada.


En 1997, casi hace veinte años, Johnny Depp interpretó en la magnífica Donnie Brasco a un agente del F.B.I. que se infiltraba en la Mafia y experimentaba un proceso de simbiosis con los mafiosos hasta perder totalmente el sentido de la realidad, sintiéndose al final parte de ellos. Basado en un caso real, el agente sigue viviendo bajo la protección de testigos, la película de Mike Newell proponía varias cuestiones muy interesantes en su conclusión, cuando se veía cómo el agente quedaba fuera del sistema que le había utilizado mientras había dejado de lado a unos hombres que, aunque criminales, le acogieron como uno más.



Ahora, Depp se ha puesto en la piel de “Whitey”, al comienzo un simple matón de barrio origen irlandés que gracias a su colaboración con el F.B.I., a partir de su amistad de infancia con el agente John Connolly (Joel Edgerton), consiguió convertirse en un mafioso de gran poder en el Boston de los setenta, en parte porque gracias a sus chivatazos con la mafia italiana fue controlando más y más territorio. Black Mass: Estrictamente criminal, recrea unos sucesos que, una vez que salieron a la luz, avergonzaron públicamente al F.B.I. y convirtieron a “Whitey” en uno de los hombres más buscados de Estados Unidos hasta su detención.


Scott Cooper, tras sus dos estupendas Corazón salvaje (2009) y Out of the Furnace (2013), se ha encargado de dirigir una película que se suma a la revisión o asimilación del cine de los setenta, sobre todo a través del thriller, que durante los últimos años se ha podido apreciar en el cine norteamericano. No se trata solo de una cuestión temática o argumental, ni incluso de estilo, sino más bien de una traslación de cierto espíritu de aquella época a la actual, lo cual no deja de ser llamativo. Algo que puede obedecer, más que a una simple moda, a un estado anímico cercano, salvando las distancias, que se ha ido introduciendo en diferentes películas. Como decíamos, a menudo en el terreno del thriller.



Black Mass posee en su construcción visual una atmósfera fría y grisácea (casi metálica en su fotografía) que muestra unos contornos físicos desoladores. La ciudad de Boston aparece como una ciudad no solo violenta y casi ingobernable, también parece una urbe fantasma. Este paisaje se convierte en el mejor marco para una historia a la que Cooper se acerca con distancia y frialdad, apostando por una puesta en escena limpia, sin ornamentos. En cierta manera, la interpretación de Depp traduce a la perfección las intenciones formales de Cooper: el actor nos entrega una de sus mejores interpretaciones con un personaje siempre al límite, capaz de la más extrema contención hasta la más absoluta exaltación de la violencia. Pero, sobre todo, y esto sucede muy poco en la actualidad, actuando con los ojos, con la mirada. Depp, quizá el mejor actor del momento para crear personajes de carácter, aunque lleve años poniendo esta habilidad al servicio de bastantes tonterías, ha sabido comprender bien las intenciones de Cooper, creando una perfecta relación entre, como decíamos, la forma de la película y su personaje. Pero el resto de actores, dejando de lado los imposibles peinados de algunos de ellos, aportan un contrapunto estupendo, como el caso de Edgerton, actor que ha ido creciendo considerablemente hasta convertirse en un actor con gran fuerza y presencia.



Entre todos ellos conforman un grupo humano desolador, da igual el lado de la ley en el que se encuentren. Todos ellos son miserables de una manera u otra. La ambigua línea que separa ley y crimen y que ocasiona una colaboración tan beneficiosa como vergonzosa para ambas partes, deviene en Black Mass en muestra de una época en la que un país vivía en la incertidumbre y en una confusión de valores que se presentaba como el marco perfecto para sucesos de este tipo. Cooper se encarga de mostrar todo lo anterior, y mucho más, desde la sutilidad y, a menudo, más a través del gesto y la sugerencia que desde lo explícito. De este modo, la película avanza con un ritmo pausado, que no lento, con enorme fluidez que, sin embargo, esconde bajo su narración muchos detalles que amplían el sentido de la trama. Sin olvidar el sentido que Cooper otorga a cada plano, a la construcción de cada encuadre, cuya aparente sencillez, en realidad, se convierte en el perfecto marco de una historia que, aunque tenga todas las reminiscencias que se quiera con el cine sobre la Mafia y el thriller de los setenta, posee una personalidad propia innegable y un interés enorme, sobre todo porque hay algo en la trama y en el planteamiento verdaderamente cercano.