En 2025, Bad Bunny no solo hizo historia: consiguió que la historia orbitara alrededor de él. Hay artistas que alcanzan la cima y otros que la deforman hasta volverla un paisaje nuevo. Benito Antonio Martínez Ocasio, el chico de Vega Baja que creció entre discos de Héctor Lavoe y reguetón, lleva casi una década reescribiendo la música pop global. Pero algo distinto ocurrió este año. Algo más profundo, más tectónico. Como si el mundo entero —industria, fandom, política, cultura, economía, geografía emocional— hubiera decidido seguir el pulso de un solo corazón caribeño.
2025 fue el año en que Bad Bunny se convirtió, sin metáforas, en un poder cultural planetario.
Debí Tirar Más Fotos
El 5 de enero, Benito abrió el año con Debí Tirar Más Fotos, un disco que suena a álbum pero también a documento, a carta de amor y a archivo etnográfico, a memoria viva y a herida abierta. Donde Un Verano Sin Ti jugaba con la luz, este trabaja con la sombra: recuerdos, fantasmas, desplazamientos, una isla que tiembla sin terremoto.
El álbum es, quizá, el gesto artístico más poderoso de su carrera: mezcla plena, bomba, jíbara y la sensibilidad pop contemporánea sin caer en el folclorismo, sin convertir la tradición en souvenir. MAG, Tainy, La Paciencia, Big Jay y Saox funcionan como alquimistas de un sonido que no mira al mainstream latino, sino que propone uno nuevo. Es la primera vez que un artista del tamaño de Bad Bunny coloca la música afroboricua no como textura, sino como columna vertebral. Más de veinte semanas en el Top 10 global de Billboard 200, una conversación cultural que desbordó fronteras, un consenso crítico que lo coloca entre sus obras mayores.
Cuando se anunció la gira Debí Tirar Más Fotos para 2026, España explotó. 600.000 entradas vendidas en un día, diez fechas consecutivas en el Metropolitano de Madrid, dos estadios Olímpicos en Barcelona. Cifras irreales para cualquier artista hispanohablante. O, mejor dicho, para cualquier artista vivo.
La residencia en Puerto Rico: un templo contemporáneo
En julio llegó lo que quizás sea el proyecto más ambicioso de su carrera: No Me Quiero Ir de Aquí, una residencia de 31 noches en el Coliseo José Miguel Agrelot convertida en ritual colectivo. Benito no hizo un show: hizo un país portátil, un Puerto Rico miniaturizado que cada noche reproducía su cultura como si fueran latidos.
El epicentro del espectáculo fue La Casita, esa casa de campo boricua plantada en medio del estadio a modo de altar sociocultural. Allí, Penélope Cruz, LeBron James, Mbappé, Lola Índigo, Ricky Martin o Quevedo miraban el concierto no como celebrities, sino como invitados a un velorio feliz, una parranda, una fiesta patronal interdimensional. La Casita funcionaba como VIP, como símbolo, como memoria arquitectónica y como escenario B. Sobre ese tejado, Benito interpretaba los temas más crudos, como si el reguetón regresara a un origen físico, a un barrio concreto, a un techo real.
La residencia movió más de 400 millones de dólares para la economía local. No existe ningún artista vivo que haya provocado un impacto económico comparable en su propio territorio. Bad Bunny no “volvió” a Puerto Rico; lo puso en el centro del mundo.
La voz del pueblo latino en EE.UU
Si 2025 fue un año monumental para Benito, también fue un año de fricciones. Y esas fricciones revelan su verdadera escala. En septiembre se anunció lo impensable hace una década: Bad Bunny encabezará el Halftime Show de la Super Bowl 2026, el primero mayoritariamente en español. Fue suficiente para detonar la furia conservadora en EE.UU.: comentaristas indignados, llamadas al boicot, discursos xenófobos disfrazados de preocupación patriótica.
Greg Kelly, desde Newsmax, llegó a afirmar que Bad Bunny “odia a Estados Unidos, odia al presidente Trump, odia al ICE, odia el idioma inglés”. Incluso el propio presidente intervino con una torpeza histórica: dijo no saber quién era Bad Bunny y tildó la decisión de “ridícula”. El artista respondió con ironía fina en Saturday Night Live: montó un monólogo en el que fragmentos de presentadores de Fox aparecían, manipulados, diciendo que él debería ser “el próximo presidente”. Luego pasó al español y remató: “Si no entendiste lo que te dije, tienes cuatro meses para aprenderlo”. Nunca antes un músico latino había tomado el prime time estadounidense con semejante desparpajo político. Y el país entero lo sintió.
Además, Benito había evitado girar por EE.UU. ese año para no exponer a sus fans a posibles redadas del ICE. La música como escudo, como grieta de resistencia.
NUEVAYol, una de las piezas más comentadas del álbum, se convirtió en himno de comunidades migrantes aterrorizadas tras el regreso de las políticas más agresivas de Trump. El videoclip, publicado el 4 de julio, terminó de cerrar el círculo: una voz muy parecida a la del propio presidente “pidiendo disculpas” a los latinos, un gesto artístico tan frontal como simbólico.
Latin Grammy, Hollywood y un año de omnipresencia incomparable
En noviembre, Debí Tirar Más Fotos ganó Álbum del Año en los Latin Grammy, además de otros cuatro premios. Su discurso —una dedicatoria a “todos los niños y jóvenes de Latinoamérica, especialmente a los de Puerto Rico”— fue la confirmación de un liderazgo cultural que trasciende géneros. No habló para la industria: habló para los que vienen. “Hay maneras de mostrar patriotismo y defender nuestra tierra; nosotros elegimos la música”.
El año incluyó también papeles en Happy Gilmore 2 y en Caught Stealing, de Darren Aronofsky. No como cameos simpáticos, sino como apuestas serias por la expansión estética de un artista que entiende que el pop del futuro no será transversal, sino total.
Lo que Bad Bunny ha logrado en 2025 no puede medirse únicamente con estadísticas. Es un fenómeno que se sitúa en el lugar donde solían vivir figuras como Bob Marley, Madonna, Beyoncé, Kendrick Lamar o los Rolling Stones: artistas que condensan un movimiento histórico, que articulan un deseo colectivo y que reconfiguran la identidad de un pueblo entero.