La performance se consolida como expresión artística activista en la década de los sesenta y setenta del siglo XX, aunque la utilización del cuerpo como herramienta se llevaba utilizando en el arte desde siempre. La estrecha relación entre el teatro y las artes plásticas se afianza con grupos artísticos como Dadá o el Surrealismo, que utilizan sus cuerpos y la acción como herramienta artística. Sin embargo, será en los sesenta y setenta cuando performance y activismo se relacionen de manera definitiva, gracias al feminismo. Son los años de la Tercera Ola: en 1966 se funda la National Organization for Women (NOW) en Estados Unidos, en 1969 se publica “Política sexual” de Kate Millett, y se afianza el Movimiento de Liberación de la Mujer en Gran Bretaña y Estados Unidos. (Nuria Varela, Feminismo para principiantes, Ediciones B, 2008).
La fuerza del feminismo radical alcanzaba también a las artes (no debemos olvidar que precisamente Kate Millett era una artista plástica muy reconocida). 

Por su parte, el feminismo en el arte exploraba ampliamente la performance como una herramienta para denunciar las violencias machistas. El feminismo había encontrado en la performance una aliada perfecta como acción artística que provocaba un efecto inmediato en el público. Si lo personal es político, la performance es una herramienta extraordinaria para trasladar lo vivido en primera persona a la conciencia colectiva. Según la crítica Tracey Warr (El cuerpo del artista, Phaidon, 2013) “la performance nació como arte para la resistencia, tendente a lo político, y se aleja del debate sobre individuos aislados y las reflexiones sobre el talento artístico”. De ahí que el feminismo encontrara en esta disciplina una aliada para su propósito activista y de denuncia, capaz de alcanzar a grandes masas en una sola acción. Las artistas tomaron la performance como herramienta artística de preferencia por su facilidad en la utilización, el bajo coste en recursos y la inmediatez con la que transmitía su propósito. Frente a disciplinas tan cargadas de HIStoria patriarcal, como la pintura, la performance se presentaba directa, sencilla en su ejecución pero profunda en su mensaje. Además, las artistas se convertían en sujetos activos tomando su cuerpo como lugar de denuncia frente a lo que habían hecho los hombres artistas, como Yves Klein,  que utilizaba, en sus acciones, los cuerpos femeninos como lienzos sobre los que él pintaba y daba órdenes para moverse y posar. Las mujeres se hacían dueñas de sus cuerpos y encontraban en él un lugar para responder ante un sistema que las cosificaba y consideraba únicamente como musas. 
 

Vitrina en la exposición de Suzanne Lacy en el CAAC de Sevilla

Para entender la dimensión social y activista de la performance en esta década es muy clarificador el ejemplo de una de las artistas pioneras en esta disciplina: Yoko Ono. En 1964 lleva a cabo la acción “Cut piece”, donde permanece sentada en medio de una sala, con un vestido puesto, y es el público quien coge unas tijeras y va, poco a poco, cortándole la ropa hasta dejarla desnuda. Uno a uno, se van acercando a la artista, 
cortándole incluso el sujetador y viéndose ella obligada a cubrirse con las manos. 
Más tarde, en abril de 1973, la artista cubana afincada en Estados Unidos, Ana Mendieta, invitaba a algunos de sus compañeros de la Universidad de Iowa a su apartamento de estudiante. Al llegar al piso, que tenía la puerta entreabierta, se encontraban el cuerpo de Mendieta de espaldas, apoyado contra la mesa del comedor, sin ropa de cintura para abajo, y con las piernas y las nalgas llenas de sangre. En Untitled (Rape Scene) la artista buscaba una reacción ante la violencia sexual que sufrían las mujeres en las universidades estadounidenses.

Denunciar abiertamente la violación fue el objetivo de la acción llevada a cabo por Suzanne Lacy y Leslie Labowitz en “Tres semanas en mayo: hablando sobre violación” entre el 8 y el 24 de mayo de 1977 en Los Ángeles, en el centro comercial más cercano al ayuntamiento y donde situaron dos mapas del área metropolitana de Los Ángeles señalando, diariamente, con un gran sello rojo, la palabra “VIOLACIÓN” sobre los lugares donde se había denunciado una agresión el día anterior. Las artistas repitieron esta misma acción años después, en 2012.

 

Yoko Ono, “Cut piece”, 1965

En el caso español no faltan figuras tan interesantes como Fina Miralles o Esther Ferrer, o más cercanas en el tiempo como Yolanda Domínguez, cuyas performances son profundamente activistas, implicando a la ciudadanía para denunciar los estereotipos sexistas en la publicidad, la violencia de género o la prostitución y la trata.