Se podría decir que Wajdi Mouawad es, además de uno de los dramaturgos más rotundamente reconocidos del mundo, un estudioso de la globalización sobre el escenario. O, para ser más exactos, de la glocalización.


Desde que este autor y actor libanés, afincado en Canadá, estrenó en España Incendies, sin duda una de las mejores obras teatrales de los últimos tiempos y que Denies Villeneuve adaptó al cine, se ha convertido en un imán en la taquilla, en un semi profeta moderno con una masa de cientos de seguidores. Y de él se ha dicho que ha reinventado y revitalizado el esquema de la tragedia clásica. por el devenir de sus textos, siempre estructurados en episodios, y siempre con un personaje (que el director inspira, al menos en gran medida, en su propia biografía) que sufre una transformación existencial a partir de una vivencia trágica.


Pero en Mouawad se advierte asimismo la influencia del cine, de la intriga narrativa del thriller, del Teatro de la Crueldad de Antonine Artuaud (que empapa también los textos de Peter Weiss, David Mamet, Harold Pinter o, entre nosotros, Fernando Arrabal), y la proximidad a otros popes del teatro actual como Romeo Castellucci y, sobre todo, al también canadiense Robert Lepage, que vendrá en marzo de 2015 a los Teatros del Canal de Madrid y era una referencia continua en Seuls, el montaje que Mouawad trajo al Teatro Valle Inclán de Madrid en 2013. No en vano, Mouawad se ha definido a sí mismo como serbio de nacimiento, francés en forma de pensar y quebequés en su estilo teatral.


La innovación, el uso de la tecnología, las tramas densas y de ritmo pausado que desembocan en una reflexión existencial, la liberación de los instintos en escena y el abordaje de temas que ponen el foco en la globalización son denominadores comunes tanto en las piezas de Lepage como en las de Mouawad. Y, en el caso concreto de los textos de este último, aunque ha insistido repetidamente en que no fue la historia de su país la que lo empujó a dedicarse a escribir obras de teatro, sino su pasión por el Arte, en sus piezas se vislumbran siempre las experiencias que vivió el autor en su niñez en Líbano. Aunque no solo nos presenta, con un aliento trágico, aspectos cotidianos y de la tradición de su país –una cotidianeidad más similar a la de Occidente de lo que a priori creemos-. De forma más amplia, genera pensamiento planteándonos también los problemas que sangra todo Oriente Medio, como la guerra, la polémica que genera la religión, el terrorismo o el exilio, y fenómenos derivados de ellos, en especial la búsqueda del destino y la identidad, el multiculturalismo y el cosmopolitismo en sociedades que, como la canadiense, son receptoras de los inmigrantes de esa área geográfica.


Como ha expuesto Yana Meerzon en su libro Performing Exile, performing self, Mouawad se integra, así, en una corriente actual de artistas que abordan el exilio y sus derivadas, a la que también pertenecen el poeta Derek Walcott, el coreógrafo Josef Nadj o el director de cine Atom Egoyan. Y, por la mencionada manera como Mouawad afronta la cuestión, con un equilibro de referencias locales y globales, decimos que refleja e investiga la glocalización, tan de moda y tan entre las manos de grandes sociólogos recientes como Roland Robertson, o los recientemente fallecidos Huntington y Ulrich Beck.


Poco después de que la editorial Destino publicara Ánima, la segunda y espléndida novela de Mouawad, que reflexiona sobre la soledad del ser humano y coincide en muchas de sus características con el teatro del autor, el Teatro Alfil de Madrid, que gestiona Yllana, una de las compañías españolas más mediáticas y que se dedica fundamentalmente a la comedia, se pone serio para acoger, en su sala de mesas tipo cabaret, que permiten simultanear la función con una copa, Un obús en el corazón, uno de los primeros textos de Mouawad, que, aunque transpira calidad en todas sus líneas, no es el mejor de todos los que ha escrito. En comparación con el resto de sus creaciones, es más débil y descafeinado, tanto en su trama como en su organización e intensidad.


Se trata de un monólogo, como también lo era Seuls, que aquí dirige Santiago Sánchez, director de la premiada compañía L’Om imprebís, pionera en introducir la improvisación en el teatro español, allá por los años 90, aunque el conjunto de su trayectoria es de lo más variado, y en esta ocasión tampoco se decanta por esa técnica teatral. El actor encargado de interpretar la pieza es Hovik Keuchkerian, a quien tanto se aclamó por su trabajo en la película Alacrán Enamorado. El actor se estrena así sobre las tablas, demostrando buena actitud, buena presencia, carisma y buena voz, pero poca dicción y poca garra en el drama que nos ofrece, sobre todo porque en la referencia anterior que tenemos de Mouawad, Seuls, el intérprete era el propio autor, y posiblemente enfatizaba ciertos pasajes e impregnaba la pieza de toda la desazón que requieren sus obras, y que Keuchkerian no alcanza a transmitir.


La versión de Sánchez, interesante a pesar de todo, respeta las características escenográficas propias del teatro de Mouawad: una iluminación dura y un decorado con pocos elementos, que componen un espacio intencionadamente desnudo y desangelado, pero conciso y elocuente (curiosamente, como en Seuls, el elemento fundamental es una cama). El monólogo utiliza estrategias del Teatro de la Crueldad, persiguiendo el golpe emocional, buscando sorprender e impactar por otros lenguajes además del verbal –onomatopeyas, fogonazos de luz, etc.-, y sumiendo en el caos, en algunos momentos, la acción que narra Keuchkerian.


Una narración que, por medio de flashbacks, combina dos historias, las dos vividas por el único personaje, Wahab: una de acción, referida a un atentado terrorista que presencia el protagonista en su infancia, y otra intimista, relacionada con el fallecimiento de su madre a causa del cáncer. Dos historias que lo abocan a carearse con la muerte. En la primera ocasión ella lo domina, y en la segunda, él acaba dominándola a ella. A lo largo de la Historia de la Literatura ha habido muchos protagonistas como Wahab: hombres solitarios, jóvenes y repletos de sentimientos y resentimientos, llenos de confusión, odio, culpa… El extranjero, La Metamorfosis o En busca del tiempo perdido son algunos ejemplos. Personajes que, como este, intentan filosofar y desentrañar por qué y cómo han llegado a ser lo que son. Así como Peris Mencheta y Roberto Álamo creaban hace unos meses, en la obra Lluvia constante en los Teatros del Canal, todo un thriller con las vívidas imágenes que construían solo con sus palabras y gestos, Keuchkerian no consigue tanto, a pesar de la fuerza expresiva, aunque de ritmo lento, de Mouawad.


Así, Un obús en el corazón interesa como acercamiento a la obra de uno de los dramaturgos más interesantes ahora mismo, Wajdi Mouawad, que nos enfrenta, a la vez, a la situación de Oriente Medio y sus consecuencias, y a dilemas existenciales que nos atañen a todos. Aunque no es uno de sus mejores textos y el intérprete de esta versión, Hovik Keuchkerian, tiene muchas aptitudes pero aún tiene que perfilar el personaje, el montaje es muy digno e interesante.


Un obús en el corazón. Hasta el 27 de febrero. Teatro Alfil de Madrid. www.teatroalfil.es