Con el título Perdona si te mato, amor, la arqueóloga Carlota Pérez- Reverte, que ahora se estrena como dramaturga pero ya figuró como coautora junto con su padre, Arturo Pérez-Reverte, de la primera entrega de El Capitán Alatriste, nos presenta una trama de enredo, caleidoscópica, donde confluyen la historia de un par de detectives aparentemente torpes, que sigue los pasos de un asesino en serie, y la de una femme fatale que planea un crimen sirviéndose del asesoramiento de una disparatada agencia de asesinatos. La pieza no arranca del todo bien porque en sus primeras escenas el humor es demasiado obvio, pero, conforme avanza, se vuelve ágil, divertida e inteligente. Su mejor patrimonio son los diálogos, de mucho nivel en varios momentos, y el excelente elenco, que incorpora a actores como Javier Coll (Los abrazos rotos) o Antonia Paso (hija de Alfonso Paso), con unas meritorias interpretaciones que consiguen lo más difícil: dotar a sus personajes de una gestualidad, un carácter y un carisma muy personales. A la cabeza de todos ellos, en la dirección, se encuentra Alberto Castrillo Ferrer, que este verano nos dejó un buen sabor de boca con la obra Feel good.

Perdona si te mato, amor, se estrena poco más de un mes después de que la SGAE creara el Premio de Teatro Jardiel Poncela, y coincidiendo en la cartelera madrileña con Una extraña comedia, que firma y dirige Darío Paso, en La Casa de la Portera. Paso es, precisamente, biznieto de Jardiel Poncela, a quien evoca el texto de Carlota Pérez-Reverte hasta tal punto que la pieza puede analizarse como un homenaje a aquel autor, el mayor exponente español del Teatro del Absurdo, cercano a la astracanada y el retruécano. Poncela comenzó a escribir en los años 20 del siglo pasado, aunque sus grandes éxitos, entre los que destacan Eloísa está debajo de un almendro o Es peligroso asomarse al exterior, vinieron a la vuelta de su exilio, tras la guerra civil. Con ellas, el dramaturgo rompía con la comedia realista propia de la época para innovar con un humor distinto, creado a golpe de surrealismo, ironía y anhelos inexpresables; de reducciones al absurdo y juegos polisémicos; de diálogos excesivos, cargados de hipérboles y textos con subtexto y mensajes ocultos. Carlota Pérez-Reverte sigue, de forma muy digna, esa senda, con diálogos chispeantes y rebosantes de actualidad, que incluyen ácidas frases como “se ha cometido otro asesinato de número, con varios criminales implicados”. También, como Poncela, demuestra concebir el teatro de forma doble: además de como un fin en sí mismo, con un compromiso estético y que persigue meramente entretener y deleitar con su trama, como un vehículo para la crítica velada e intelectual; como una especie de desdén contra la realidad, como la que también practicaban coétaneos y paisanos de Poncela como Julio Camba o Wenceslao Fernández Flórez, y como la que también practican satíricos de la escena actual, del tiempo Carlota Pérez-Reverte, como Alfredo Sanzol, Juan Carlos Rubio o Andrés Lima. Sin embargo, si bien Poncela se centraba en la temática del amor y se concentraba en arremeter (en sus narices) contra el esnobismo de las clases altas del momento y sus felices años 20, Carlota Pérez-Reverte pone en la diana de su sarcasmo nuestros problemas sociopolíticos: la falta de valores, la corrupción, el favoritismo, la lentitud de los procedimientos administrativos…

Pero se descubren más constantes de Poncela en el montaje de esta nueva autora, como el uso de elementos visuales del cine de mediados del siglo XX; y es que una de las aportaciones que hizo el dramaturgo al teatro fue mezclarlo con otras artes, entonces incipientes, como el cómic y el cine. También es muy de aquel autor esa disposición que tiene la pieza de Pérez-Reverte en una escenografía colorista, de varios ambientes y rica en elementos y detalles, con un barroquismo parejo al de los diálogos. Y, como ocurría en las clásicas Blanca por fuera y Rosa por dentro o Como mejor están las rubias es con patatas, en Perdona si te mato, amor, se aborda, aunque muy de soslayo, los trastornos de personalidad, de la misma forma que, como pasaba en Los ladrones somos gente honrada, con la resolución final de la trama, se nos anima a pensar con cuánta picaresca estamos dispuestos a transigir antes de considerarnos graves delincuentes.

Hasta aquí, el homenaje a Jardiel Poncela. Pero Carlota Pérez-Reverte ha querido integrar también en su pieza una parodia del género policial en su época clásica, antes de que en los años 20 del pasado siglo fuese prácticamente sustituido, con firmas como Dashiell Hammet, por el género negro, en el que, más allá de analizar el caso policial, se analizaban las causas sociológicas que podían estar detrás de los crímenes. La dramaturga incluye en su montaje muchas de las características propias de aquellos textos: la narración se organiza contando, primero, la historia de un crimen, y después, la de su investigación; y a partir de esta segunda, se superpone el seguimiento de un segundo caso que se descubre por el camino. Por otro lado, los detectives encargados de la misión son sensibleros y torpes; parodiando hasta el extremo a aquel Dupin en El misterio de Marie Rogêt y El viejo de la esquina de la baronesa de Orczy o al John Ashwin de Anthony Boucher, que apenas se movían para resolver el caso, en la obra de Pérez Reverte, hasta una portera de edificio se desenvuelve mejor que los investigadores oficiales en la investigación, si bien en su defensa habría que alegar que uno todavía se mantiene con un contrato de prácticas después de años de servicio. La autora ironiza también con la tendencia de las obras policiales clásicas a hablar con frialdad de los crímenes; en este caso, las víctimas caen y se cuentan como churros. Y, por supuesto, no faltan en la trama la femme fatale de turno y su enamorado, que ocupa un alto cargo, y haciendo un guiño al presente, se plantean críticas al sistema penitenciario e incluso a los juicios paralelos de los medios de comunicación.

En definitiva, Perdona si te mato, amor, es una pieza divertida, cuya calidad va in crescendo conforme avanza su trama y está construida con inteligentes referencias a textos clásicos del siglo XX, pero sin evitar una ácida mirada al presente. Destaca especialmente por sus diálogos y las excelentes actuaciones de los intérpretes. Y si es verdad eso de que en tiempos de crisis nos hace falta reírnos más, no puede haberse estrenado en mejor momento.