Mario Gas, uno de los popes del teatro español actual, recupera Invernadero, una de las primeras obras de Harold Pinter, que constituye una sátira del desgobierno y los regímenes autoritarios. A la cabeza del elenco están Gonzalo de Castro y Tristán Ulloa. Los actores inauguran, con este montaje, la nueva compañía Teatro del Invernadero.

Harold Pinter está de moda. Sus dramas profundos, sarcásticos y militantes, ricos en subtextos y diálogos que evocan el Teatro del Absurdo, se multiplican por la cartelera desde unos tres años. Tal vez no sea más que un efecto de imitación, o tal vez esta época, tirando a gris, pida que nos replanteemos ciertas cosas fundamentales, algo que procuran los treinta y dos libretos que escribió este Premio Nobel de Literatura.

Hablamos con Gonzalo de Castro.

'Invernadero'. Teatro de la Abadía. Del 2 al 27 de marzo. Para más información: Invernadero

Un texto de Pinter que ha adaptado Eduardo Mendoza, con dirección de Mario Gas y un reparto de lujo. No puede fallar…

Claro que puede fallar. Esto es como el arroz: puedes tener buenos ingredientes, pero estos no te garantizan un buen resultado, todo depende de cómo los cocines. Dicho esto, Pinter es sabio; Eduardo Mendoza ha hecho una traducción exquisita, extraordinaria, límpida, brillante; Mario tiene mimbres más que de sobra para hacer un buen cesto. Podríamos fallar los actores, pero creo que no lo hacemos, porque hemos trabajado duro y hemos entendido el texto (a Pinter hay que entenderlo, no es un autor fácil). Y nos divertimos con esta sátira, esta farsa negra, lo cual es esencial. Vamos, que no falla.

Trabajar con Mario Gas, ¿es el sueño de cualquier actor teatral español?

Sueño primero, y después pesadilla, dicho con todo el cariño (risas). Sí, para mí esto es un sueño realizado y la culminación de un deseo previo, porque ambos nos hemos estado buscando durante algún tiempo: cuando él dirigía (soberbiamente bien) el Teatro Español de Madrid, ya me propuso papeles en varias ocasiones (algún Eduardo Filippo, por ejemplo), pero nunca pudimos hacer nada juntos por otros compromisos profesionales. Hasta que Pinter ha sido nuestro casamentero. Mario me llamó, me habló del proyecto, me dijo que íbamos a crear la compañía Teatro Invernadero, y para mí ha sido un proceso revelador. Mario Gas es sabio, tiene un bisturí muy fino, es entusiasta y, lo más importante, es muy buen compañero, al ser también actor.

¿Qué relación había tenido usted, hasta ahora, con Pinter?

Con esta obra en particular, ninguna. La había leído, pero no la había visto. Sí he procurado ver muchos montajes del autor (en Barcelona, Madrid, Buenos Aires…), porque es uno de los grandes dramaturgos contemporáneos y todo actor lo quiere abordar en algún momento. Sí era consciente de que Pinter no es un autor fácil. No deshoja la margarita de forma evidente, aunque su mensaje pueda parecer clarividente. Me interesa su mensaje social, su teatro corrosivo, ácido, turbio, negro, humano. Violento, despedazador. Este no va a ser el último Pinter que haga.

Invernadero es una sátira de los gobiernos autoritarios a partir de la reclusión de unos personajes en un balneario. Pero podemos adaptar sus enseñanzas a los problemas de gobernabilidad de nuestra democracia, ¿verdad?

Sí, es una metáfora del poder. Pinter la escribió en los años cincuenta para hablar de la invasión rusa de Hungría. La guardó en un cajón treinta años, hasta que la subió a las tablas en los ochenta. Habla de los sistemas autoritarios, de la anulación del individuo, del ninguneo como ciudadano de los disidentes políticos, del descontrol y el desgobierno de las instituciones cuando éstas no se ponen de forma sincera al servicio del ciudadano… Creemos que es una función muy adecuada y muy al día. Yo no podría estar más de acuerdo en lo que dice Pinter. Y tiene una actualidad impresionante, parece que terminó de escribir la obra ayer.

En la política cultural española, y sobre todo en relación con el teatro, ¿cree que también hay desgobierno?

Yo creo que sí. Total. Hay una falta de amor, compromiso y curiosidad con el teatro. Faltan salas, se cierran continuamente. Se sigue considerando el teatro como el capricho de unos cuantos, cuando en realidad es el termómetro de una sociedad. Mario Gas dijo el otro día en una entrevista que el teatro es, tal como están las cosas, imposible de hacer. Por esa razón, nosotros nos hemos constituido el Teatro del Invernadero, para crear teatro, y para ser uno más entre los que opinan. Para que se nos escuche y se nos haga un sitio.

¿A qué político mandaría usted a un invernadero, para que reflexionara sobre lo que ha hecho?

A todos. Detesto el nombre de “político” como concepto, ya me parece sospechoso. Pero no los mandaría a un invernadero, los mandaría a tomar por el culo, directamente.

Invernadero es una obra basada en el humor negro, y a veces en el absurdo. A usted se lo conoce y reconoce por sus personajes televisivos cómicos, pero, ¿este registro es otra cosa?

Es distinto, sí. Pinter tiene un lenguaje y una manera de colocar las frases que a un actor no le resulta fácil, sobre todo si estás delante de Mario Gas, que domina muy bien su obra, aunque un actor nunca ha de buscar su registro fuera, sino dentro de sí mismo. Para mí, lo más duro ha sido el tiempo de Pinter: su velocidad, su dicción, su ritmo. Es una dinámica muy exigente. Las escenas se suceden rápido. Pinter es un ejercicio, un gimnasio, una bicicleta. No puedes bajarte, no puedes dejar de pedalear. Si fallas en la respiración, estás perdido. Es una maravilla. La comedia, el splastick, creo que la manejo bien, seguramente estoy especialmente preparado para ella. Pero a mí lo que me gustan son los retos.

Su personaje es el protagonista de la trama, y el propio Pinter lo interpretó. Pero se trata de una obra coral…

Tenemos una compañía extraordinaria, enamorada del texto, entusiasta. Tristán Ulloa tiene un olfato extraordinario como actor. Ha compuesto un personaje magnífico, contrapuesto al mío, que es un tipo oscuro, acomodaticio, puro nervio. El suyo es inquietante, difícil, hierático, frío. Todo eso ayuda muchísimo, porque el trabajo de un actor, en gran medida, lo hace el compañero, y aquí todos hemos encontrado apoyo. Nos escuchamos, porque el actor es esencialmente oído. Nos respetamos y admiramos. Y eso hace crecer las cosas que hace Pinter, que tira a los personajes en una habitación y que se despedacen. Alguien como Javivi Gil, a quien conozco hace treinta años, hace un papel pequeño, pero que ya es una estela; llega, incendia el escenario y se marcha.

Pinter despoja a los personajes, a los individuos, de recursos, y los lanza al exterior, a que se enfrenten a la realidad, atemorizados. ¿Qué miedos tiene usted como actor?

Uf, prefiero no pensar en ellos. Primero, estar a la altura de los personajes. Por otro lado, no quedarte en blanco: el otro día nos ocurrió a Tristán a mí algo así en un ensayo general con público. Algo que a mí no me había ocurrido nunca. Nos dimos cuenta de que habíamos empezado mal. Fue terrorífico. Y es que tú no sueltas el texto a tu compañero de reparto sin más, sino que tienes que crear una temperatura, un ritmo. Otros miedos de un actor son no tener trabajo, no tener la ocasión de defender ningún papel. Que no piensen en él, que no suene el teléfono. Que se olviden de su nombre. Que no tenga ayudas, que no tenga salas donde representar. Se están cerrando salas. Que no gane un dinero para vivir dignamente. Está pasando. Afortunadamente, no a mí, y personalmente quiero quedarme con este momento.

El Teatro del Invernadero nace, de alguna manera, para dedicarse de lleno al teatro y combatir esos miedos, ¿no?

Fue una iniciativa de Mario Gas, Tristán Ulloa, Paco Pena y mía. Nos hemos constituido en un cuerpo societario para gestionar, primero, este proyecto teatral de Pinter. Pero también para encontrarnos, estar calentitos, sudar… Para hacer propuestas escénicas, revelar nuevos actores y actrices, para que la gente pueda venir a proponer cosas, actuar. Lo hemos creado como una apuesta esta seria. Formal. Para llenar ese hueco. Queremos ser uno más de los que dicen que el teatro es necesario, fundamental. De los que dicen que sin teatro estamos muy enfermos. Y que es un privilegio poder hacerlo.