Decía André Breton que la palabra y el pensamiento son sinónimos. Sin embargo, en varios de sus conceptuales espectáculos, Pablo Gisbert y Tanya Beyeler, o lo que es lo mismo, la interesantísima compañía El Conde de Torrefiel, nacida hace cinco años, analizan la brecha que a menudo existe entre ambos elementos.

Observen cómo el cansancio derrota al pensamiento (2011), Escenas para una conversación después del visionado de una película de Michael Haneke (2012) y La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento (2013)
son los títulos que han estrenado hasta ahora. El próximo jueves nos traen el cuarto de ellos, La posibilidad que desaparece frente al paisaje, al festival ‘El lugar sin límites. Dramaturgias en movimiento’, una especie de sustituto del ya extinto certamen ‘Escena Contemporánea’ en el colaboran el Teatro Pradillo, el Centro Dramático Nacional y el Museo Reina Sofía. Hablamos con Pablo.


El festival se inauguró el pasado jueves con una polémica: según la ley 32/2007 para el cuidado de los animales, Rodrigo García se enfrentaba a una multa de hasta 100.000 euros por dos escenas de la obra con la que lo inauguraba, Arrojad mis cenizas sobre Mickey. Dos escenas que sí se habían mantenido en otras ciudades europeas. ¿Qué te parece? Por una parte, me parece bien que los colectivos de protección de animales velen por que se los respete. Pero, por otro, no se ha puesto el foco y la queja en lo importante.

En el recientemente celebrado Festival Salvaje, un certamen por la integración en el barrio de San Cristóbal de Madrid, representasteis Observen cómo el cansancio derrota al pensamiento, una excelente pieza en la que se juega una partida de baloncesto mientras una voz en off comenta y plantea preguntas de índole existencial e incluso política. Estuvo muy bien esa representación, tuvo muy buena acogida. Hemos representado la obra unas diez veces en España, y la hemos ido cambiando mucho. Es una obra muy popular, accesible, y que todavía está viva, tiene recorrido y mucho que decir. Comienza con una charanga, y creo que es una pieza muy española. Uno acaba escribiendo de su entorno.

¿Por qué esa combinación de baloncesto y pensamiento? En la pieza se está haciendo algo intensamente, pero se dispara el pensamiento hacia otro lugar. Lo hacemos constantemente: estás conduciendo, estás en un concierto, en una clase o follando, y el cerebro se te va a otra parte, piensas en otra cosa, te distancias de lo que estás haciendo. Queríamos hacer notar la yuxtaposición de estas dos ideas. Además, el basket tiene unos rasgos muy coreográficos, y nosotros trabajamos con elementos de la danza. Nos gustaba esa estética.

Se compara la duración de la dictadura española con las de otros países, se pregunta por qué el baloncesto se asocia con personas de izquierdas… ¿Tienes respuestas para todo lo que se pregunta? No, en una obra no se puede solucionar nada, y muchas de las respuestas son muy íntimas. Sí se puede invitar a la reflexión. La obra, más que buscar respuestas, quiere destacar la saturación de información que tenemos. En la primera parte, las preguntas se responden sobre todo con monosílabos y son cómicas, porque se pretende algo más lúdico, de manera paralela al estado de los jugadores, que están más frescos. Después, como la pieza, el partido, dura 35 minutos (no se respetan los tiempos reales del baloncesto, es algo performático), son más complejas, más densas, de forma pareja al cansancio que ya acumulan los jugadores.

El texto es muy bueno. ¿Lo vais a publicar? Sí, se va a publicar en breve, en torno a septiembre, en la editorial Uña Rota.

Y el título es muy largo, como todo los vuestros, en general… Creo que, así, aunque nuestros espectáculos son muy performáticos, recordamos que utilizamos la palabra, que le damos importancia a la palabra y su significado.

¿Qué es común a todas las compañías españolas de tu generación? No me gusta la acepción de “teatro contemporáneo” como teatro actual y con unas características concretas. Se me hace un poco bola, porque contemporáneo no significa otra cosa que ser un teatro que coincide con el tiempo en el que se habla. Pero creo que hacia finales del siglo XX la forma era más abstracta, también porque los tiempos eran más positivos. La generación que tiene en torno a treinta años (yo tengo treinta y dos), busca la inmediatez, no quiere que se diluyan los conceptos, ni que el significado esté escondido. Las artes son ahora más concretas, no es algo exclusivo del teatro. Hace años, se produjo una ruptura entre público y artista, y ahora se intenta salvar, se intenta buscar el contacto, el código común. Se escribe más “a lo anglosajón”, con menos oraciones subordinadas, de manera más sencilla, más científica. Es algo que, posiblemente, también tenga relación con la desaparición de tantos y tantos festivales teatrales.

Esto, ¿tiene también relación con el lenguaje de las redes sociales? Sí, con que nos hemos acostumbrado a ir al grano en nuestras comunicaciones.

¿El teatro se lleva bien con Internet? Es de las pocas artes que no se pueden piratear… Sí se lleva bien. Internet es, en un 90%, pornografía, y no por ello la gente deja de hacer el amor. La gente pasa gran parte de su tiempo navegando online, y precisamente por eso, se revalorizan las artes en vivo y los espacios donde puede se estar con otras personas, como los conciertos. Aunque las discográficas digan que pierden dinero con ellos.

¿Qué nos puedes contar de la obra con la que ahora os presentáis en ‘El lugar sin límites’? Hasta que no venga alguien a verla, no sabremos qué tal funciona. Son cuatro actores entreteniéndose en escena, para olvidar otras cosas. No hablan, pero por encima de ellos, se proyectan textos. Es la diferencia entre la vida real y la vida deseada, entre lo que se hace y lo que se podría hacer. Siempre pienso que la gente es muy lista, no es estúpida, y aquí queremos hablar de lo que se guarda para sí. Muchos autores ya han hablado de esto, de cómo va la boca va por otro lado de los pensamientos. En realidad, los temas del arte siempre son los mismos, solo cambian las formas. Un disco de Bowie y uno de los Panchos hablan de las mismas cosas.

¿El público y su reacción es fundamental para vosotros, entonces? Sí, es una de las cosas que diferencian al teatro del cine. Una vez que se estrena una obra, se va afinando a medida que se va representando. El público le da otra temperatura, otro tiempo a lo que hacemos.

¿Qué es característico del Conde de Torrefiel? Nos parecemos bastante a otras compañías. Sí nos identifica que cuando creamos material escénico, pensamos en composición coreográfica. Trabajamos con La Veronal, que es una compañía de danza pura y dura, y la integramos en el Conde. No hablamos de interpretación de actores, sino de pautas rítmicas.

El núcleo de El Conde sois dos personas. Sí, Tanya y yo. Ambos hacemos los textos, pero trabajamos con colaboradores, y los procesos creativos son colectivos. En función de quién trabaje con nosotros, músicos, actores o bailarines, será una pieza más o menos interpretativa.

Estáis muy internacionalizados, habéis estrenado mucho en el extranjero. Sí, y la verdad es que me encantaría trabajar más aquí, porque, como te decía, creo que acabas creando sobre tu entorno, lo que compartes.

¿Es real la diferencia entre teatro independiente y comercial? La diferencia es que el teatro comercial lo dirigen los productores, y el independiente no. En este sentido, el cine de Clint Eastwood es independiente. Angelica Lidell hace teatro independiente y sus obras vale mucho dinero. Independiente no significa alternativo.

Pero el teatro independiente tiene una menor proyección y éxito, ¿no? Bueno, nosotros, como otros artistas que hacen el mismo teatro, siempre hemos llenado. Tenemos otro lenguaje. El teatro contemporáneo sí que tiene éxito.

¿Quiénes son tus referentes? Podría mencionarte a alguien como Romeo Castellucci, pero mis referentes son mis amigos. Celso de la compañía La Tristura, Tanya… Son aquellos con quienes puedo hablar, cuyas opiniones me influyen directamente.

El lugar sin límites. Dramaturgias en movimiento. Hasta el 5 de julio. Centro Dramático Nacional - Teatro Pradillo - Museo Nacional Reina Sofía.