En la penumbra de la noche, cuando la frontera entre lo real y lo sobrenatural se desdibuja, surge el eco de un nombre que todavía estremece y puede guiar hacia un destino perfecto para Halloween: Zugarramurdi. En el valle de Xereta, entre las montañas verdes y húmedas del norte de Navarra, sus piedras guardan un susurro antiguo, su aire huele a leyenda y, en cada rincón, se siente el aliento de aquellas historias que se niegan a morir. Un lugar que te sumergirá en una auténtica película, donde puedes convertirte en protagonista junto a sus personajes legendarios y atmósferas únicas.
No es casualidad que a Zugarramurdi se le conozca como el Pueblo de las Brujas. Sus habitantes, lejos de renegar de ese pasado, lo abrazan con orgullo, transformando lo que una vez fue motivo de miedo en un símbolo de identidad y resistencia, en un lugar donde la magia persiste y protege todos sus rincones.
El cine también ayudó a mantener viva esa leyenda: en 2013, Álex de la Iglesia rodó aquí Las brujas de Zugarramurdi, una película que convirtió al pueblo en escenario de culto y llevó su nombre a todo el mundo. Desde entonces, cada visitante que llega siente que recorre los mismos caminos donde ficción y realidad se confunden.
¿Quiénes eran realmente las brujas de Zugarramurdi?
La historia de Zugarramurdi está marcada por un episodio que cambió su destino para siempre, cuando una vecina del pueblo aseguró haber presenciado reuniones nocturnas y extraños rituales en la famosa Cueva de las Brujas. Lo que comenzó como un simple rumor terminó desatando una de las persecuciones más oscuras de la Inquisición española.
Aquel testimonio llegó hasta el Tribunal de Logroño, y con él, el miedo. En una época en la que la superstición y la religión se entrelazaban peligrosamente, bastaba una palabra para encender la hoguera. Cincuenta y tres personas fueron arrestadas, la mayoría mujeres. Muchas no sobrevivieron a las duras condiciones de las prisiones, y doce de ellas fueron condenadas a morir en la hoguera, acusadas de practicar brujería. Desde entonces, la sombra del fuego quedó grabada en la historia del pueblo, convirtiéndose en el origen del apodo que hoy lo define.
Sin embargo, las supuestas brujas de Zugarramurdi, conocidas como “sorginak” en euskera, estaban lejos de ser las criaturas siniestras que la imaginación colectiva ha pintado. En realidad, eran mujeres sabias, curanderas, comadronas, herederas de una sabiduría ancestral transmitida de generación en generación. Vivían en conexión con la tierra, con las plantas y con el ritmo de la naturaleza. Sabían sanar con hierbas, aliviar con palabras y celebrar los ciclos de la vida.
Pero su libertad, su conocimiento y su influencia chocaban con el poder de una Iglesia que veía en todo ello una amenaza. Así comenzó la demonización: aquellas mujeres pasaron de ser guardianas del saber a ser consideradas enemigas de Dios, y su mundo, de repente, se volvió peligroso. Lo que antes era respeto se convirtió en miedo, y lo que era sabiduría, en pecado.
No obstante, en medio de aquella locura colectiva, hubo una voz disonante: Alonso de Salazar y Frías, un inquisidor que se atrevió a poner en duda la existencia misma de la brujería. Durante ocho meses recorrió pueblos y aldeas, entrevistó a cientos de personas y revisó miles de páginas de confesiones forzadas. Tras analizar todos los testimonios, escribió un informe de 12.000 páginas en el que concluyó algo revolucionario para su tiempo: no había pruebas reales de brujería, y las acusaciones no eran más que fruto del miedo y la sugestión.
Su valiente postura marcó un antes y un después. Gracias a su informe, el Consejo de la Suprema Inquisición revisó los procesos y estableció una jurisprudencia que haría que, en adelante, los tribunales españoles fueran mucho más escépticos respecto a la brujería. España se adelantó así a buena parte de Europa, donde las hogueras seguirían ardiendo durante décadas.
La Cueva de las Brujas: rendir culto bajo la luz de la luna
Hoy, visitar Zugarramurdi es adentrarse en un escenario que parece sacado de otro tiempo. El paisaje, de una belleza inquietante, está dominado por la Cueva de las Brujas (Sorginen Leizea), una cavidad kárstica que la naturaleza ha esculpido con una perfección casi sobrenatural.
La Cueva de las Brujas, escenario natural de los antiguos aquelarres, sigue siendo el corazón espiritual y legendario del pueblo
Se dice que allí se celebraban los aquelarres, reuniones en las que las “sorginak” bailaban, cantaban y rendían culto a Mari bajo la luz de la luna. Hoy, el eco de esos cánticos ha sido sustituido por las risas de los visitantes y por el aroma del Zikiro Jate, una fiesta popular que cada agosto reúne a vecinos y viajeros en torno a un cordero asado al aire libre. Una celebración que, en cierto modo, devuelve la alegría a un lugar que un día fue símbolo de miedo.
A pocos pasos de la cueva se encuentra el Museo de las Brujas, instalado en la antigua casa de salud de Induburua. Este espacio ofrece una mirada moderna y empática a la historia: a través de audiovisuales, maquetas y testimonios, el visitante puede comprender cómo la superstición, el poder y el miedo transformaron la vida de un pueblo entero.
Un destino para sentir y exlorar mediante el senderismo
Más allá del mito, Zugarramurdi es también un lugar ideal para quienes buscan naturaleza y serenidad. Entre sus montes se esconden rutas de senderismo que conectan con las cuevas de Sara y Urdax, en el País Vasco francés, formando un triángulo mágico lleno de belleza natural. Son caminos que antaño recorrieron contrabandistas, guerrilleros y pastores, y que hoy invitan a perderse entre bosques, riachuelos y praderas infinitas.
Los viajeros más curiosos pueden disfrutar de caseríos tradicionales como Beretxea o Dolarea, o admirar la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, de estilo neoclásico, que domina el corazón del pueblo. Pasear por sus calles es respirar historia viva, con fachadas que conservan el encanto de la piedra y balcones repletos de flores.
Sabores de un lugar encantado
Y si hay algo que completa la experiencia de visitar Zugarramurdi, es su gastronomía. La mesa navarra nunca decepciona: cordero asado, chuletas de ternera, hongos, setas, cuajadas y quesos caseros llenan de aroma las tabernas del pueblo. Todo elaborado con productos locales, con ese sabor que solo puede nacer del respeto por la tierra.
El viajero curioso descubrirá que aquí la comida también tiene algo de ritual, de celebración ancestral. Cada bocado sabe a historia, a montaña, a fuego lento. Es una manera más de conectar con la esencia del lugar, de sentir lo que tantas generaciones han sentido antes.
El calendario de la magia
Zugarramurdi no se detiene en su historia, sino que le rinde homenaje con diversas celebridades a lo largo del año.
Las Fiestas Patronales, del 14 al 18 de agosto, honran a Nuestra Señora de la Asunción con música, danzas y desfiles. Pero el verdadero corazón festivo late en el Zikiro Jate, el gran banquete popular en las cuevas, donde la comunidad se une para compartir comida, risas y memoria.
Unos días después llega La Refeta, una celebración más íntima en la que los vecinos se reúnen para revivir esa unión que define a los pueblos pequeños. En cada encuentro, en cada canción, se percibe el orgullo de una tierra que aprendió a convertir su dolor en fuerza y su leyenda en identidad.
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