Lo que para una generación era sinónimo de cortesía, para otra puede ser una fuente de estrés. Convivir entre diferentes formas de entender la amabilidad no siempre es fácil, y esto se nota especialmente entre quienes crecieron usando el teléfono fijo y quienes se comunican con emojis y mensajes breves.

A continuación, repasamos siete hábitos que muchas personas mayores siguen viendo como gestos amables, pero que a ojos de los más jóvenes pueden sentirse invasivos o innecesarios.

1. Llamar sin avisar antes

Recibir una llamada inesperada solía ser algo normal. Para muchas personas mayores, llamar por teléfono sin previo aviso es una forma de demostrar cercanía. Sin embargo, para quienes crecieron con móviles y mensajería instantánea, una llamada sin previo aviso puede sentirse como una interrupción.

“La gente controla su teléfono y decide cuándo es buen momento para contestar”, recuerda la experta en etiqueta Lizzie Post. Un mensaje previo como “¿Tienes cinco minutos para hablar?” puede marcar la diferencia. Alternativas como las notas de voz o las llamadas programadas permiten mantener la conversación sin generar incomodidad.

2. Presentarse sin haber quedado previamente

Antiguamente, pasarse por casa de alguien sin anunciarse era una muestra de amistad. Hoy, muchas personas consideran su hogar como un espacio para recargar energías y valoran su tiempo libre.

Una visita sin previo aviso puede descolocar una jornada organizada al detalle. Enviar un mensaje como “¿te viene bien que pase a las 3?” ayuda a respetar el tiempo de la otra persona. Incluso conviene definir duración y motivo: “Paso a tomar café, me quedo una hora y llevo algo dulce”.

3. Comentar el aspecto físico

Frases como “¿has adelgazado?” se decían con buena intención, pero ahora pueden resultar incómodas. Según la activista Virgie Tovar, “hay algo muy presuntuoso en asumir que yo quiero ser diferente de como soy”.

Las nuevas generaciones, influenciadas por el movimiento de aceptación corporal, prefieren centrarse en la energía o los logros de la persona. Cambiar un “te veo más delgada” por “te veo feliz, ¿qué tal todo?” puede abrir una conversación más interesante.

4. Dar consejos sin que te los pidan

Para muchos, dar un consejo es una forma de demostrar cariño. Pero en ocasiones, quien lo recibe puede interpretar que está siendo juzgado. El psicólogo Peter Gray lo resume así: “A veces recibimos tantos consejos no solicitados que hasta los más bienintencionados se vuelven insoportables”.

Antes de ofrecer una opinión, conviene preguntar: “¿Quieres que te dé mi punto de vista o prefieres desahogarte?”. Mostrar empatía antes que soluciones puede evitar malentendidos.

5. Reenviar cadenas de mensajes

Los correos con presentaciones motivacionales, cadenas de oración o chistes reenviados generan saturación en quienes ya reciben notificaciones constantes. Estos mensajes masivos pueden parecer un gesto simpático, pero también se sienten como ruido digital.

Si de verdad crees que algo puede interesar, añade una nota personalizada: “Vi esto y me acordé de ti, mira el truco de reciclaje en el segundo párrafo”. Compartir contenido con contexto tiene más impacto que reenviar por costumbre.

6. Alargar las conversaciones triviales

Iniciar una reunión hablando del tiempo era antes una forma de romper el hielo. Hoy, muchas personas prefieren ir al grano. En contextos laborales, un saludo breve seguido de una transición directa (“¿Qué tal la semana? Bien, entonces, sobre el presupuesto…”) puede ser más efectivo.

Respetar el tiempo de los demás no es frialdad, sino una muestra de consideración.

7. Insistir en obtener respuesta

Mensajes como “Solo quería saber si viste mi correo” o “te escribí ayer, ¿pudiste leerlo?” se interpretan de forma distinta según la edad. Para algunos, insistir es sinónimo de responsabilidad; para otros, suena a presión innecesaria.

Una forma de evitar esta tensión es ajustar las expectativas desde el principio. En lugar de perseguir respuestas, basta con dejar claro el plazo: “¿Podrías confirmarme esto antes del viernes?”. Así se reduce la necesidad de recordar nada.

Un cambio intergeneracional

Las normas de cortesía cambian con el tiempo y con las herramientas que usamos para comunicarnos. Un gesto amable en el pasado puede no tener el mismo efecto hoy. Por eso, antes de repetir una costumbre, conviene preguntarse: “¿Sigue siendo esto considerado en 2025, o solo lo hago por inercia?”.

Adaptar ciertas formas de comunicarse, como programar llamadas, preguntar antes de dar consejos o respetar los tiempos de respuesta, puede mejorar las relaciones entre generaciones. La clave está en mantener la atención puesta en la otra persona. Al final, más que el gesto en sí, lo que cuenta es hacer sentir al otro que fue tenido en cuenta.