Del traje de gitana se escribe mucho, cada año, desde que en 1994 una visionaria Raquel Revuelta pusiera en marcha el Salón Internacional de Moda Flamenca (SIMOF). Desde entonces hasta hoy, nos hemos acostumbrado a ver en los telediarios, periódicos y revistas cientos de pasarelas inundadas de volantes, lunares y color. Sin embargo, el traje de flamenca sigue teniendo una historia tan reciente como casi desconocida.

Se simplifica su origen aludiendo a las modestas batas de percal que solían utilizar las gitanas cuando acudían a las ferias de ganado de finales del siglo XIX y principios del XX y que, por su gracia y colorido, fueron reinventadas por las clases más pudientes para acudir a la Feria de Sevilla cuando esta pasó a ser un evento social, puramente lúdico y festivo.

Pero pocas cosas son tan simples como parecen. La antropóloga Rosa María Martínez Moreno, en uno de sus muchos estudios sobre el traje de gitana (‘Vestirse de flamenca o por la tradición llegó la gracia: un recorrido histórico de la indumentaria flamenca’) señala que, si bien existen teorías “pseudoeruditas que conectan esta vestimenta con las remotas culturas prerromanas del sur de la Península”, esta suposición, así como la de que se trata de una adaptación urbana de un traje campesino o hasta la que afirma que se trata de una invención reciente que no dataría más allá de los principios del siglo XX, lo único que ponen de manifiesto es el “nulo o escaso interés que su estudio ha despertado entre las élites intelectuales”.

Quizás haya sido, como apunta esta profesora de la Universidad de Sevilla, porque estamos ante la “única indumentaria tradicional que se actualiza continuamente sin que ello afecte a su capacidad representativa ni a su funcionalidad festiva”. Es decir, que no se ha estancado en un momento histórico determinado como ocurre con la mayor parte de los trajes regionales sino que “evoluciona continuamente ya desde los primeros tiempos de su configuración de acuerdo con la moda”.

El traje de gitana conjuga, por tanto, como ningún otro, tradición y modernidad. Por una parte, debe de conservar unos elementos básicos para ser considerado un traje de flamenca –volantes, cuerpo entallado y algún tipo de manga como mínimo–; pero, a su vez integra, otros elementos de las tendencias del momento que hace que, desde sus orígenes, el traje de flamenca haya sido siempre moderno.

Un historia breve y revolucionaria

Los últimos estudios sobre la indumentaria popular andaluza destacan que no abundan los elementos formales de épocas anteriores al siglo XVII. Sin embargo, a partir del siglo XVIII, el conocido como traje “de los majos y majas” empieza a evolucionar conforme a 3 tendencias que se van desarrollando en distintas áreas de influencia: una principalmente serrana y campesina por el antiguo reino de Granada con trajes similares a los usados por los campesinos de la región central castellana; otra eminentemente urbana en las ciudades de Cádiz, Málaga y Granada y, por último, otra línea asociada en su uso al cante y al baile flamenco, vertebrada por el Valle del Guadalquivir. Es esta última línea, según Martínez Moreno, la que más se popularizó por toda Andalucía con el paso de los años y dio origen al actual traje de gitana.

Tampoco esto fue casualidad. Confluyeron 3 acontecimientos en el siglo XIX que lo provocaron: el movimiento romántico, cuyos autores contaban al mundo “cómo en Andalucía la miseria siempre se ha vestido de oropeles” en contraposición a la forma de entender la pobreza en otros países; la profesionalización del flamenco, que difundió entre las élites la indumentaria que principalmente vestían las gitanas en sus actuaciones en los cafés-cantantes o fiestas privadas donde actuaban a finales del XIX; y, por último, la creación de la Feria de Abril en Sevilla, donde los sectores burgueses acudían a un evento que ya era más social que ganadero.

A partir de entonces, se empiezan a consolidar elementos que aún hoy permanecen como propios del traje de gitana: los volantes (primero de encaje sobre falda de seda de diferente color), el talle ajustado y, un poco más tarde, el mantón y el adorno floral en el pelo. Sin embargo, según esta estudiosa, no es hasta la reanudación de la Feria en 1940 tras la Guerra Civil cuando la moda hace su particular incursión en el traje de gitana y da lugar a multitud de formas y estilos.

Algo más que vestirse

Mila Montero, hija de la mítica diseñadora Lina y responsable de la firma actualmente junto con su hermana, dice no saber realmente por qué el traje de gitana ha evolucionado tantísimo en los últimos años. Supone que tiene que ver, por un lado, con la “gran imaginación y creatividad que se tiene en el Sur” y, por otro, porque es un traje que se hace y se usa durante casi medio año, “desde abril que empieza la feria de Mairena hasta las últimas romerías que son en octubre”.

Pero Montero da otra de las claves de por qué el traje de gitana, a diferencia de otros regionales, lleva siendo usado generación tras generación sin un ápice de hastío o queja de incomodidad: “porque favorece a todas las mujeres”. “Al marcar mucho la cintura y tener un escote normalmente generoso, las mujeres lucen en todo su esplendor tengan el tipo que tengan, ya que los complementos también se utilizan para resaltar los rasgos más favorecedores y disimular los que menos gustan. Si a eso le sumas los colores, las flores, el maquillaje…es normal que todas las mujeres se vean guapas con él”, asegura tajante la diseñadora.

Puede que así se sintiera Grace Kelly cuando en 1960 se puso un diseño de su madre para ir a la Feria de Sevilla, o también Ava Gardner cuando, diez años antes, ya paseaba por el Real vestida por las hermanas Pardales. Lo cierto es que, tanto para extranjeras como para españolas y andaluzas, vestirse de gitana tiene algo de ritual, de magia, casi de brujería. Como si entrar en esas costuras fuese el camino hacia tu ser más sensual y poderoso.

Grandes diseñadores

Es precisamente esta parte más pegada al mito y estereotipo sobre lo andaluz (y, por extensión, sobre lo español), la que ha hecho que diseñadores internacionales de la talla de Jonh Galiano pusieran sus ojos en el traje de flamenca y en la esencia de esta indumentaria para algunas de sus colecciones. Inolvidable aún para muchos es el desfile de Christian Dior Alta Costura de la temporada otoño-invierno 2007/08 que Galiano cerró vestido de torero después de un torbellino de modelos de aire folclórico cuya manera de hacer y cortar había aprendido, precisamente, en una visita al taller de Lina meses antes.

Los sevillanos Victorio & Luccino también ayudaron a difundir los elementos básicos del traje de flamenca por todo el mundo. Como apunta la periodista y experta en moda Clara Guzmán, aunque ellos sólo hicieron una colección de trajes de gitana, lo cierto es que en todos sus desfiles “siempre han plasmado sus orígenes y han dado a conocer al mundo entero la esencia del sur”.

Para Guzmán, no obstante, hay otro factor clave para entender la evolución y, sobre todo, la revolución del traje de flamenca desde mediados del siglo XX en adelante. Y no es otro que el contexto social, económico y político: “la moda empieza a hacerse más popular en los años 60, cuando las familias mejoran económicamente y empiezan a renovar sus vestimentas… Entonces surgen diseñadores, modistas y, en los 80, llega el boom de la moda española también gracias al apoyo que en su día dio el PSOE a este sector, por ejemplo”.

En este sentido, la periodista señala que, igual que Coco Chanel fue una precursora elevando a la categoría de ropa de lujo sus diseños inspirados en los uniformes de hospiciana que vistió en su infancia y una de las primeras en hacer que “la moda ascendiera por la base para instalarse en la altura”, el traje de gitana hizo lo mismo pero mucho antes y, obviamente, sin reconocimiento alguno. “¿Cuándo la moda había ascendido por la base para llegar laureada a la altura? ¿Cuándo la aristocracia y las clases pudientes se habían rendido al pueblo, encandiladas con unas prendas que realzaban el cuerpo femenino y le imprimían un garbo y una desenvoltura que anulaban por completo las envaradas modas foráneas que llegaban sobre todo de Francia?”, se pregunta Guzmán en uno de sus artículos para aseverar, sin duda alguna, que “la democracia llegó a la moda en Sevilla”, no en París.

Sea como fuere, lo cierto es que el traje de gitana no sólo es la prenda que las mujeres andaluzas utilizan en sus fiestas y ferias. Es también moda, fuente económica para muchas familias, creatividad e imaginación, arte. Fuera de nuestras fronteras, además, es la indumentaria que representa a España y a la esencia de lo que supuestamente es la mujer española: fuerte, guapa, con gracia.

Sin duda, todo un mito, pero un mito que sobrevive con más garra que nunca porque, como resume la antropóloga Rosa María Martínez Moreno, el traje de gitana ha escapado a todas las limitaciones. “No se ha dejado en ningún momento encadenar por el rito, sino que inventando y recreando sus variaciones, reinterpretando un imaginario simbólico fuertemente impreso en el pueblo andaluz, permanece vivo, dentro y al margen del mito; dentro y al margen de la moda; dentro y al margen de lo temporal porque se mueve en el tiempo-no tiempo de la fiesta”.

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