Recién conocida la Sentencia de la Audiencia Nacional que condena a una joven por haber realizado chistes en la red social Twitter, se ha generado una campaña de apoyo a Cassandra - así se llama la tuitera - donde para defender la libertad de expresión la consigna está siendo #YoSoyCassandra, 

Copia, de esta manera el #JeSuisCharlie -Hebdo-. La campaña por todos conocida tras el asesinato de los ilustradores del diario satírico francés, que había protagonizado previamente las noticias por haber recibido amenazas tras su portada en la que se caricaturizaba a Mahoma. 

Pues bien, en su momento, aun defendiendo la libertad de expresión, escribí un artículo para Diario 16 que se titulaba "Je ne suis pas Charlie Hebdo" (Yo no soy Charlie Hebdo). En aquellas líneas argumenté que lejos de defender la libertad de expresión, se estaba utilizando este mensaje para generar odio. Odio también conocido como islamofobia. No reproduciré aquí todos los argumentos que empleé entonces, pero a través de datos contrastables llegué tristemente a la constatación de la manipulación que encerraba intereses económicos con la que una élite pretendía sacar beneficio de la estigmatización de un colectivo concreto.  

La Sentencia de la Audiencia Nacional me parece abominable. Es injustificable, se mire por donde se mire, en un Estado de Derecho. No tiene cabida, o no debería tenerla. Porque lo que en ella se juzga son unos mensajes que, según el órgano judicial, fomentan el odio y generan dolor en las víctimas del terrorismo. Incluso se atreve a afirmar que ETA aún no está desactivada, a pesar de haber comunicado su entrega de armas y su disolución definitiva hace unos días. Todo es un sinsentido. Y la pena, privativa de libertad, una aberración. Es intolerable que quienes deberían velar por el sostenimiento del Estado Democrático y de Derecho estén desoyendo la realidad de este país y se dediquen a actuar en asuntos tan absurdos como el de Cassandra. 

Dicho lo anterior, y dejando clara mi postura al respecto del caso que ocupaba los titulares estos días, considero que #TodosSomosCasandra en este asunto. Porque eso es lo que se persigue: que esta mujer sirva como ejemplo para todos los demás. Como ya hicieran con César Strawberry hace unos meses. Atención a los artistas, a los creadores, porque tampoco tendrán libertad de expresión en sus obras. ¡Que se lo digan a Abel Azcona!

La respuesta, como es lógico, ha sido la de encumbrar a Cassandra como heroína de la libertad. Todos al grito de #YoSoyCassandra. En ese momento, sin dudarlo, me uno al grito. Busco las maneras de ayudar. Encuentro que la tuitera ha creado una campaña de donativos para ayudar económicamente a pagar las costas procesales incluidas en la condena. Busco más información al respecto. Y descubro que la tengo bloqueada en Twitter y, por esta razón, no puedo ver lo que escribe. Me sorprendo al no entender por qué yo había decidido bloquearla (solamente lo hago en casos de insultos graves o amenazas). Así que decido ponerme a buscar la razón de tal decisión. Y la encuentro. 

Me topo con mensajes de hace años (yo la había bloqueado en 2013), en los que Cassandra escribía "Ejecutar a un facha mientras le susurras al odio: "Madrid será la tumba del fascismo". "Qué pena que en el tapón de los San Fermines no haya muerto nadie". "Si fueras invisible, ¿qué harías? -Matar a unos cuantos". "Lo bueno de ser una persona fría es que no me temblará la mano si tengo que matar a alguien". "El asesinato de Rajoy va a ser #UnaTravesuraInfantil". Y en ese momento me paro un instante. Y pienso que algo no va bien aquí. 

Yo me había hecho una imagen de Cassandra como la mayoría: una muchacha, joven, un poco radical, que un día intentó hacerse la graciosa en Twitter y la gracia le salió cara. Una pobre chavala que se estaba sentando en el banquillo por una auténtica gilipollez. Quería ser maestra y no iba a poderlo conseguir. "Qué putada", he pensado cada vez que he leído, escuchado o visto algo sobre el asunto. Recuerdo hablarlo, además, con César Strawberry y con Ismael Serrano acaloradamente en su momento. Estábamos indignados y tremendamente tristes. 

Pero al leer de nuevo esos mensajes, los de hace mil años, aun sabiendo que no se le ha juzgado por ellos y que no quitan un ápice de injusticia a la sentencia, me choca pensar en que esta persona sea ahora la imagen de la libertad de expresión. Me declaro incapaz en ese momento de gritar #YoSoyCassandra. Porque resulta que no, que yo no lo soy. Que por muy injusta y cruel que sea la sentencia de la Audiencia Nacional, y que yo siempre criticaré, esta mujer no debería ser la imagen de ningún valor ético que defender para el conjunto de la sociedad. 

Y lo digo porque me parece una tomadura de pelo. Habiendo casos de personas que sí han sufrido las consecuencias de este gobierno retrógrado y de su ley mordaza, que jamás han fomentado odio, violencia o ningún tipo de dolor a nadie, y que hoy se ven condenados, ensalzar a personas que han demostrado querer rozar el límite, expresando cuestiones lamentables no deberían ser referentes en nada. 

No comprendo cómo se puede llegar a escribir semejante cúmulo de barbaridades en una red social pública. No entiendo cómo se pude llegar incluso a tener semejantes ideas. Y me niego a que, porque la sentencia sobre sus "chistes" sea aberrante, terminemos justificando cualquier cosa. 

No, yo no soy Cassandra, aunque en la Sentencia me solidarice con ella.