Que el ministro de educación y cultura, Luis Ignacio Wert, se haya comparado con un toro bravo, ha sido motivo esta semana, como bien sabrán, de multitud de chanzas. Resulta extremadamente sencillo hacer referencia a su despejada cabeza para colocarle un par de astas, o dejarse llevar por la gracieta morbosa de lo mucho que le pone el castigo. Lo difícil, lo que no han sabido o no han querido hacer los graciosos de siempre, es analizar en profundidad la carga intelectual de esta sentencia de quien se ha convertido en el más firme defensor de la filosofía gubernamental.

No resulta baladí la comparación con tan noble y tan hispano animal, y bastaría conocer un poco la historia del ministro, para darse cuenta de que no podía haber escogido más certera analogía animal. El toro bravo es criado en las mejores condiciones que un herbívoro puede soñar. Condiciones análogas a las que han permitido que José Ignacio Wert se convierta en el miembro de nuestro gobierno más preparado para embestir a quienes pretenden acabar con España. A su exhaustiva preparación académica, se une su amplia experiencia como tertuliano radiofónico, lo que le da ese punto de realismo campestre que les falta a otros miembros del Gobierno.

En cuanto a la casta, sería difícil encontrar un toro más puro. Educado en el colegio del Pilar, cuna de nuestros más insignes mihuras, ha recorrido las dehesas que van desde Izquierda Democrática al PP, pasando por las áridas tierras de la UCD. Un camino muy similar al que sigue un juguetón y revoltoso ternerillo, antes de convertirse en un serio y peligroso morlaco.

Este extenso recorrido ha ido formando sus largas y finas astas, preparándolas para la gloriosa misión que el destino le tenía preparado: la reconquista de una España que los sucesivos gobiernos del PSOE y de los grupos nacionalistas, han convertido en una suerte de reino de taifas. Ha llegado el momento de españolizar España, de cristianizar a los infieles y de recordar que antes que educarse en la ciudadanía preexiste la condición de ibérico. Wert, como español de pura cepa que es, debe ser el semental que ha de repoblar de fieros bravos nuestra descastada ganadería.

Como a todo toro, a Wert le ha llegado la prueba del capote, la que distingue a un auténtico bravo de un impredecible y vulgar cornúpeta. Y el ministro ha respondido ante ella con la nobleza reservada a los más insignes astados. Ha bastado ondear ante su despejada cornamenta una tela cuatribarrada, para que la raza se impusiera al raciocinio y embistiera de la manera de la que sólo es capaz el más bovino de todos los españoles.

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