Quienes hayan participado mínimamente, o quienes hayan seguido de cerca el movimiento y conozca su trayectoria y argumentario, sabrán a ciencia cierta que los indignados tienen como lema, e incluso como leit motiv, la reivindicación del todo pacífica de los valores democráticos, menoscabados por una parte de la clase política en las últimas décadas. Incluso uno de los eslóganes que se vitorean en sus manifestaciones y concentraciones es “nuestras armas son las manos”, aludiendo a ese carácter pacifista del movimiento.

En sus acampadas y concentraciones una de las secciones organizativas ha sido, precisamente, la encargada de mantener el orden y disolver cualquier conato de hostilidad que se produjera; conatos que han sido promovidos en su totalidad por elementos ajenos y por “topos” que, infiltrados desde ámbitos interesados, han pretendido en alguna ocasión desprestigiar el movimiento.

Hay que resaltar la actitud profundamente democrática y pacífica que vertebra el ideario del 15-M. Reventarla con infiltraciones de agresión o violencia ajena al grupo era algo de esperar. Es una táctica infame muy ampliamente utilizada por aquéllos que pretenden desacreditar y desintegrar cualquier movimiento político o social que les perjudique. Los “topos” son algo habitual en ámbitos intolerantes y antidemocráticos. Y ámbitos intolerantes y antidemocráticos en España, por desgracia, haberlos, haylos.

Pero el movimiento del 15-M es imparable, y lo es, no porque exista ningún lobby detrás, ni sea una conspiración judeo-masónica de Rubalcaba, como diría Franco y como dice la absurda derecha derechosa. Es imparable porque nace del corazón de la gente, nace de la profunda desazón de quienes llevan años escuchando hablar de “la crisis” mientras algunos aumentan a manos llenas sus arcas, de quienes ven que los recortes se promueven sólo para los ciudadanos más vulnerables, mientras aumentan sus beneficios las grandes fortunas y la banca.

Es imparable porque nace de la indignación de quienes perciben que esto que llamamos democracia no lo es, mientras siga habiendo listas electorales cerradas y los partidos impongan como representantes públicos a corruptos implicados en mafias y robos a las arcas públicas, mientras algunos de esos representantes a los que aludía Rodríguez Zapatero no se comporten como tales, y no como prepotentes e insolentes amos de un cortijo que, sin serlo, han hecho suyo.

Como, creo, casi todos, repudio cualquier tipo de actitud agresiva o violenta en cualquier circunstancia y venga de donde venga. Tanto si su origen proviene de ciudadanos indignados con la clase política, como si proviene de ámbitos policiales o políticos reprimiendo a esos ciudadanos. Pero también repudio, como muchos, la violencia política e intelectual que durante ocho años llevan expandiendo los medios del clero y de la derecha, y repudio la violencia soterrada que subyace en la impotencia de la juventud que ve secuestrado su futuro por una crisis que ellos no han creado, y la que soportan los parados, y los ancianos con misérrimas pensiones. Es decir, condenemos la violencia, pero la violencia de todos y todo tipo de violencia. Porque, como enunciaba una frase que leí en un cartel de los jóvenes indignados, violencia es ganar 500 euros.

Coral Bravo es Doctora en Filología