El alcalde Martínez Almeida, al que el PP presentaba como el colmo del dirigente conservador moderno y ecuánime, demuestra cada día una mayor dependencia de la ultraderecha. El Ayuntamiento madrileño está gobernado por los populares junto a Ciudadanos. Vox, tercer socio de facto, dijo desde el principio que no deseaba puestos en el equipo directivo. En realidad, no les hace falta. Dirigen la capital con puño de hierro haciendo tragar carros y carretas con mayor o menor agrado a los teóricos mandatarios de la Villa y Corte.

La necesidad de aprobar los presupuestos del consistorio ha llevado a un pacto tripartito que ha pasado por admitir 43 enmiendas que ha presentado Vox. Entre otras concesiones, los madrileños con sus impuestos pagarán ayudas a una Fundación antiabortista; y se apoyarán proyectos concretos de la Iglesia frente a entidades sociales. O se retirará una subvención a una asociación LGTBI. Algo han peleado los de PP y Ciudadanos para que en los programas contra la violencia de género no se hiciera mención explícita a los hombres, como pretendía VOX que ha conseguido que no se exprese explícitamente a la mujer como objeto del programa.

La extrema derecha avanza en sus logros, haciendo temer una mayor involución de la democracia que tan duramente hemos ganado los ciudadanos. La noticia de que también en Madrid ha abierto sus puertas un Instituto creado por Marion Marechal, sobrina de la ultraderechista francesa Marine Le Pen, no es alentadora. Lo más granado de los ultraconservadores -como el ex ministro popular Mayor Oreja o los allegados a Santiago Abascal- lanzarán allí su mensaje para las futuras generaciones.

De nada sirven las manifestaciones de algunos dirigentes del PP que Aznar sigue dirigiendo el partida a muy poca distancia, asegurando diferencias insalvables entre PP y Vox. Este sábado el portavoz de los populares en el Senado, Javier Maroto, aseguraba en una entrevista, que necesitaría “400 páginas” para reseñar las discrepancias entre ambos partidos. Lo malo es que la realidad, supera ampliamente la intención de Maroto. Esa realidad es que frente a los alegatos de lejanía de Vox en cuestiones cruciales como la misoginia, la homofobia o la xenofobia, lo cierto es que en la práctica, sus compañeros al frente de las instituciones pactan con la ultraderecha contradiciendo la cacareada intención del PP de presentarse como partido de centro.

Eso sí, esta Navidad el alcalde de Madrid ha instalado una kilométrica enseña nacional formada a base de bombillas rojigualdas para adorna las fiestas en la Castellana llevándonos en un viaje al pasado, a los mejores tiempos del franquismo. Vale que tenga que hacer lo que diga Vox, pero en lo que se refiere a las banderas, es que Martínez Almeida la tiene más larga.