El veredicto simultáneo de las urnas del pasado 26-M ha puesto el cierre a los “ayuntamientos del cambio”. Todo indica que Madrid y Zaragoza, municipios ambos conquistados por Podemos y sus confluencias en los comicios locales de 2014, pasarán a manos a la Santa Alianza de las tres derechas hispánicas -PP, C’s y Vox. Parece que sucederá otro tanto con los ayuntamientos de A Coruña, Ferrol y Santiago de Compostela, que pasarán al PSOE. Únicamente en Cádiz, con la impresionante victoria del siempre heterodoxo y radical José María González “Kichi”, se mantiene Podemos en el poder municipal en una capital de provincia española, porque el triunfo de Joan Ribó en Valencia es de su propia formación, Compromís, que poco o nada tiene que ver con UP.

No obstante, la siempre muy peculiar confluencia catalana de UP, los Comuns,  podría mantenerse al frente del ayuntamiento de Barcelona, de nuevo con Ada Colau como alcaldesa. Lo avancé hace ya bastantes días y sigue siendo mucho más que una posibilidad. Todo depende, en realidad, de la misma Ada Colau. Le quedan varias opciones entre las que escoger, aunque la primera, la que le propuso el alcaldable secesionista de ERC Ernest Maragall -un pacto con ERC y también con JxCat, la otra gran formación separatista, con el único objetivo político inequívoco de convertir Barcelona en la capital de la inexistente República Catalana y en la punta de lanza del movimiento independentista- ha sido ya descartada por los Comuns y el propio Maragall parece haberla dado por finiquitada, para desespero, escándalo e indignación de Puigdemont, Torra, Artadi y demás dirigentes posconvergentes.

El deseo expresado por Colau -un gobierno municipal barcelonés integrado por ERC, Comuns y PSC- es algo absolutamente imposible, tanto por el veto cruzado entre ERC y PSC como porque son poco menos que inexistentes las coincidencias programáticas entre ERC y Comuns, con el añadido de que ERC ha sumado recientemente a sus filas algunos hasta hace poco dirigentes destacados de Comuns, como Elisenda Alamany o Joan Josep Nuet, discípulos aventajados de Ernest Maragall en materia de transfuguismo político. La misma razón hace muy difícil una coalición solo entre ERC y Comuns, que ni tan siquiera sumaría la mayoría absoluta -serían 20 de 41 concejales-, con una oposición no solo mayoritaria sino previsiblemente muy dura tanto del PSC como de JxCat, por no hablar ya de Manuel Valls y C’s y del PP.

A Ada Colau le quedan, a mi modo de ver, solo dos posibles opciones. O pasa a la oposición -con todas las consecuencias que ello tendría sin duda para una fuerza política novel como Comuns, que de este modo vería inconclusa su polémica experiencia de gobierno municipal en Barcelona-, o se atreve a enfrentarse a una votación con Ernest Maragall, que el 26-M le ganó solo por menos de 5.000 votos y con quien empató en número de concejales. Ada Colau sabe de antemano que tiene garantizada ya la mayoría absoluta, con un mínimo de 21 regidores: los 10 de Comuns, los 8 del PSC y al menos 3 de Manuel Valls, aunque no está descartado que los apoyos pudieran ser todavía mayores.

Político muy experimentado, de dilatada trayectoria y con auténtico espíritu republicano -de la República Francesa, no de la irreal República Catalana-, Valls ha hecho una jugada maestra al ofrecer sus votos a Colau y al socialista Jaume Collboni para que formen un gobierno municipal barcelonés progresista en el que el secesionismo no esté representado. La oferta de Valls no exige ni pide contrapartidas ni condiciones de ningún tipo, más allá de su veto político tanto a Ernest Maragall y ERC como a Elsa Artadi y JxCat. Hay quien considera que es un regalo envenenado, pero todo apunta a que se trata de un gran acto de responsabilidad política e institucional, como el que suele darse en Francia para evitar victorias de la ultraderecha lepenista o el que el propio Valls exige a C’s para que no cierre ningún pacto con la derecha extrema de Vox.

Todo depende ahora solo de Ada Colau. Sus cuatro años como alcaldesa de Barcelona pueden acabar siendo una simple anécdota en la historia de la ciudad, como lo fueron los cuatro años de su antecesor inmediato, Xavier Trias, de CiU. Durante estos cuatro años Colau ha pretendido mantenerse en teoría equidistante entre los secesionistas y los constitucionalistas. No siempre lo ha conseguido; más bien casi nunca lo ha logrado: participó como una ciudadana más en el referéndum ilegal del 1-O y dijo haber votado “sí” a la separación, y rompió el pacto de gobierno municipal con el PSC por el apoyo del PSOE a la aplicación del artículo 155 de la Constitución. En aquella ruptura del pacto de gobierno Ada Colau no quiso pronunciarse en público, aunque luego ha reconocido que aquella decisión de Comuns fue un error político importante. Ahora le toca pronunciarse y mojarse: o quedar subordinada a la hoja de ruta de Ernest Maragall y ERC como compañera de viaje del secesionismo, u optar por la continuidad de un gobierno municipal progresista y de izquierdas, con el PSC y con los votos cedidos por Valls y los suyos. Todo depende de Ada Colau.