Llevamos una semana con Donald Trump instalado en la Casa Blanca y ya hemos disfrutado de una avalancha de detalles. El estilo de las cortinas (las de las ventanas, no las de la cabeza), la alfombra que ha rescatado para el Despacho Oval del almacén y la censura que ha impuesto a los científicos para que no hablen de ciencia en redes sociales, que es algo que no cuadra con la época de oscurantismo medieval que nos viene encima…

Pero entre detalles de interiorismo y anécdotas varias, el grueso de la información se ha centrado en su obsesión por tabicar lo que queda de frontera con México. A la espera de saber si el muro será de ladrillo visto y si lo pagarán los mexicanos o sólo se harán cargo del alicatado, hemos conocido otros muchos detalles en estos días.

Uno de los más escabrosos, más allá de quién tiene el muro más largo, es la cantidad de migrantes que mueren de manera habitual en el cruce de frontera. Que se sepa, 11.000 personas han muerto en la frontera en los últimos 23 años, pero se espera que el conteo suba con las nuevas medidas que quiere imponer Trump.

Mientras consumimos estas informaciones escandalosas que son capaces de viajar más de 8.000 kilómetros, ignoramos detalles más domésticos. Una ignorancia en parte fomentada por nuestras autoridades, en parte también por nuestra ceguera autoinducida, pero que ha acabado rompiéndose por una versión macabra del efecto Streisand.

Este viernes, el cadáver en descomposición de un niño subsahariano de seis años fue recuperado en las playas de Barbate. Todo apunta a que se ahogó intentando cruzar en patera el mar, ese muro natural que siglos antes de Trump nos construyó de gratis Hércules, al separar las columnas del Estrecho.

Lo que no queda muy claro es qué es más grave de este asunto. Si que la Subdelegación del Gobierno intentara ocultar este triste hallazgo y lo haya tenido que destapar la Asociación de Derechos Humanos en Andalucía, o el hecho de que la noticia sea el silencio de la Administración y no se preste atención a los cinco cuerpos de los que sí informó la institución y que se encontraron en el lapso de un par de días, a mediados de enero.

Con una visión universal, como son los Derechos Humanos, es encomiable que nos preocupemos por el devenir de los mexicanos o que compartamos masivamente en Facebook las fotos del niño kurdo ahogado en las playas de Turquía. Siempre y cuando eso no sirva para calmar nuestras conciencias por los subsaharianos que se hacen picadillo en nuestras concertinas o nos fastidian el día de playa con sus cuerpos ahogados.