No, no es verdad que “en España se sabe enterrar muy bien a los muertos”, frase que algunos atribuyen a Alfredo Pérez Rubalcaba. Sin duda alguna, hemos avanzado en esto. Buena muestra de ello es el homenaje que, en forma de homenaje póstumo y con un artículo titulado “Un rival admirable”, ha escrito y publicado el expresidente Mariano Rajoy. Es cierto que no solo la gran familia socialista, representada por la totalidad de sus dirigentes históricos y actuales de todo el territorio, ha quedado conmocionada por la muerte de este auténtico servidor público, de este gran hombre de Estado que tanto y tan bien ha trabajado durante tantos años en beneficio del conjunto de la ciudadanía, y que además dio una lección ejemplar en su retirada, con el regreso como simple profesor de Química Orgánica en la Universidad Complutense de Madrid.

Casi todos sus hasta ahora adversarios políticos le han rendido también homenajes emotivos y sinceros. Lo han hecho antiguos y actuales dirigentes del PP, así como muchos de los de UP, IU, C’s, PNV, CiU, ERC… Basta leer lo que han escrito o dicho, entre otros, Pablo Casado y Albert Rivera, Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, Alberto Garzón y Gaspar Llamazares, Manuela Carmena e Iñigo Urkullu, Carles Puigdemont y Ernest Maragall, Miquel Roca Junyent y Joan Tardà, Inés Arrimadas y Baltasar Garzón, entre tantos y tantos otros.

No obstante, conviene no olvidar que ha habido también algunos silencios llamativos, algunas ausencias clamorosas, incluso algunas, afortunadamente pocas, ruindades escandalosas. Resulta como mínimo sorprendente que todo un expresidente del gobierno español, José María Aznar, se haya limitado a hacer público un breve comunicado de trámite y ni tan siquiera haya tenido tiempo para acudir a dar su pésame personal a la familia y a los compañeros del fallecido, en la capilla ardiente instalada en el Congreso de los Diputados. Sólo Aznar ha faltado a esta cita, a la que sí han concurrido Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. Es una muestra más del carácter personal y político de Aznar, arrogante, altanero y rencoroso, incapaz de olvidar que fue Rubalcaba quien denunció en público el burdo intento de instrumentalización partidista de los criminales atentados terroristas del 11-M en Madrid, con su tan célebre frase: “España quiere un gobierno que no mienta”. La ausencia de ahora de Aznar es congruente con la actitud de la única formación política que no ha cancelado ninguno de sus actos electorales a causa del duelo por la muerte de Rubalcaba: Vox. 

Una vez más, los extremos se tocan. Y el extremo de los extremos ha llegado de la mano de los cachorros de las CUP, sus incendiarias juventudes de Arran. No solo no se han sumado al duelo colectivo sino que han “celebrado” con gran jolgorio la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba. Además de su ignorancia supina y de su profunda indigencia intelectual y moral, este colectivo de sujetos descerebrados, ruines, mezquinos y miserables se han ratificado una vez más como fanáticos e intolerantes, como permanentes promotores y cultivadores del odio. Han superado a Aznar e incluso a Vox. Conviene señalarlo, recordarlo, no olvidarlo.