Ya les digo de antemano que servidor es republicano, pero si está de Darwin que tengamos que ser una monarquía, al menos se nos debería dar la oportunidad de escoger al protagonista. Si hemos de pagarles palacio, coches, viajes y todo tipo de lujos que la mayoría de ciudadanos no alcanzamos casi ni a imaginar, lo mínimo que les podemos pedir es que sean como sus pagadores escojamos.

Miren ustedes que pese a que uno presume de ser progresista: estoy a favor del aborto, del divorcio, de los matrimonios entre personas del mismo género, de la eutanasia y de todo aquel derecho individual que no obligue a nadie a tener que cumplirlo; en el asunto monárquico soy extremadamente tradicional y conservador. Si el rey vive del cuento (es decir, de nuestros impuestos) quiero que sea y se comporte como un rey de cuento.  

El rey ha de ser una persona noble tanto de raigambre como de espíritu. Si hemos decidido que sea católico lo debe ser hasta las trancas. Nada de comer carne los viernes, que no falte un domingo a misa y, por supuesto, que cumpla estrictamente los Diez Mandamientos, especialmente, por la parte que nos toca, el de no robarás. 

Los reyes deben amar sinceramente, pero a las personas que sus pagadores decidamos, en función de nuestros intereses. Por ejemplo, para fomentar las relaciones con la que en breve será primera potencia económica del mundo, China, ahora mismo más que una periodista divorciada, nos convendría que el rey se casara con una descendiente de Xi Jinping y que la respetara y le fuera fiel hasta que la madre naturaleza o una encuesta de opinión decidiera liberarlo de ese menester. 

Se habrán dado cuenta ustedes de que todo el tiempo he hablado de rey y no de reina, y es que yo creo que si la tradición en nuestro país marca que deben ser los varones quienes hereden La Corona, debería ser así sin ningún tipo de excepción. Y si se diere alguna vez el caso de que un rey, es un suponer, sólo tuviere descendientes hembras, con su muerte o abdicación se daría por finiquitada la monarquía hasta el día del juicio final, o hasta que naciere un Borbón macho capacitado para vivir de su trabajo; lo que ocurriere primero.