La carrera hacia la igualdad es, tal vez, la carrera más larga del mundo. Llevamos desde la noche de los tiempos recorriéndola, mezclando las más duras disciplinas del atletismo. Es una maratón, porque es una carrera de fondo, pero es a la vez una carrera de obstáculos, y también es una carrera de relevos, que nos transmitimos de generación en generación sin solución de continuidad.

De vez en cuando superamos hitos que nos hacen pensar que la meta está cerca, pero nunca hay que bajar la guardia. Y lo que ha sucedido con la primera ministra de Finlandia es la prueba evidente de lo que digo.

Se las prometían muy felices los fineses con una primera ministra mujer y joven. Daban un paso de gigante y se convertían en el espejo de la igualdad de género. Pero la realidad siempre estropea las cosas.

En este caso la realidad venía representada por una grabación que algún aprovechado hizo de la dirigente en un momento de ocio. Bailaba, se reía y se escuchaba en la voz de otra persona una frase que podía ser interpretada como inapropiada. Y estalla el escándalo, como si el hecho de que una mujer joven que en pleno siglo XXI se divierta en su vida privada pudiera escandalizar a alguien.

A mí, la verdad, se me abren las carnes. ¿Cómo pueden escandalizarse ante esto y no ante una inadmisible intromisión en la vida privada? Porque a mí lo que me asusta, me entristece y me escandaliza es precisamente eso.

Si yo fuera finlandesa, preferiría una primera ministra que fuera una persona con todas sus facetas que un robot solo dedicado a las cosas de estado. Y preferiría, desde luego, que todo el mundo, incluida ella, pudiera ejercer un derecho tan fundamental como es la intimidad.

Y es inevitable que surja la pregunta ¿hubiera ocurrido lo mismo si fuera hombre en vez de mujer? Estoy segura de que no. A los hechos me remito. Hemos visto vídeos de políticos pasándolo bomba incluso cuando obligaban a la gente a estar confinada, y no se utilizó la misma vara de medir. No hay más que echar la vista atrás para recordar cualquier fiesta en la que se viera inmiscuido un varoncito con poder, que no dejaba de considerarse una canita al aire. Que los señores tienen derecho a un desahogo de vez en cuando, aunque las mujeres estemos obligadas a vivir ahogadas.

Comprendo que se someta al test de drogas, pero me entristece que lo haga. Porque, al final, el avance en la igualdad solo era un espejismo. Otra vez.