Ya decía Stanley Kramer, en el título de su película de 1963, que el mundo está loco. Aunque probablemente ha estado loco siempre. Sin embargo, en las últimas décadas, coincidiendo con el auge de la extrema derecha y los fundamentalismos del siglo XXI, por obra y desgracia de los neoliberales,  parece que las situaciones “surrealistas” se han multiplicado por mil. La cordura, la sensatez y la razón parecen cada día brillar más por su ausencia, de tal manera que percibimos verdaderos disparates, aunque, habituados a ellos, muchos acaban por justificarlos y algunos hasta por defenderlos.

Se podrían encontrar mil ejemplos al respecto, alguno tan elocuente como el llanto unánime por el incendio de un edificio y la indiferencia generalizada ante el sufrimiento de millones de personas, o ante la misma destrucción del medio ambiente y del planeta;  pero hay un dislate en España que me sorprende especialmente y que, en verdad, me produce rubor y vergüenza propia, por española, y ajena, porque nada más ajeno a mí que la tauromaquia, tanto como cualquier otro tipo de crueldad o de apego a la tortura: el fichaje de toreros por parte de los políticos de la extrema derecha

Siempre me ha parecido algo absurdo y enormemente paradójico llamar a los toreros “maestros”. ¿Maestros de qué? ¿Del “arte” de torturar y matar a bóvidos asustados e indefensos? Ser maestro es otra cosa. Y nada más lejano a ninguna maestría y a ninguna docencia o pedagogía que lo que ocurre en esas plazas siniestras a manos de esos  personajes que el filósofo Jesús Mosterín nombraba como “mequetrefes torturadores”; quienes, para más inri y estupor de quien tenga un mínimo de neuronas sanas, suelen ser, por lo general, de una incultura y de una catetez pasmosas. No hay más que oirles hablar. ¿Qué pueden ellos, en su calidad de toreros, enseñar de bueno a nadie? ¿Qué buenos sentimientos pueden albergar si son capaces de atormentar y martirizar, por dinero y lo que llaman “gloria”, a un animal indefenso?

A estas alturas la que llaman algunos “fiesta nacional”, que, en palabras del naturalista y biólogo Rodríguez de la Fuente representa la máxima expresión de la agresividad humana, debería estar abolida o, al menos, superada. No tiene ningún sentido ya, en el siglo XXI, si es que de verdad hemos superado la barbarie propia de la época de las cavernas; porque el Paleolítico, si no recuerdo mal, acabó, en teoría, hace unos 12.000 años, y había empezado más de dos millones de años atrás. Tiempo más que de sobra tuvo la especie humana para dedicarse a matar y para superar la barbarie. Sin embargo, la ultraderecha española, en un alarde de patriotismo y adhesión a la crueldad y olé, y seguramente para atraer el voto de ese sector social que aún disfruta viendo sufrir y agonizar a seres indefensos, han incluido a toreros en sus listas electorales. Quizás, ya digo, no estemos tan lejos del Paleolítico como solemos creer.

En concreto, según leo en la prensa, el PP ha incluido a un torero, Miguel Abellán, como número 12 de su lista por Madrid, y a otro torero, Salvador Vega, en la lista de Málaga. Un torero catalán, Serafín Marín, ocupa el número tres en la lista de Vox por Barcelona, y el banderillero, es decir, el que se dedica a clavar terribles arpones  que desgarran los órganos internos de los bóvidos para “amansarlos” y, de paso, hacerles sufrir una terrible agonía, Pablo Ciprés, será el número uno de la lista de Vox por Huesca. 

Nada es casual, y esta irrupción de toreros en las listas electorales seguramente es consecuencia del éxito de Vox en Andalucía, autonomía en la que mostraron sin ningún tapujo su afiliación incondicional a dos ámbitos vetados en la esfera de lo público, los toros y la caza, dos “aficiones” muy propias de los más “patriotas”, como también lo eran, creo, de los hombres del Neandertal. Y crean, como es de esperar, un concepto de “españolidad” a su medida, alardeando de unos supuestos valores patrios que no son valores en realidad, sino vergüenzas impropias de sociedades que aspiran a evolucionar, y mucho más impropias aún de aspirantes a gestores públicos.

Puesto que los políticos son servidores públicos, la empatía, es decir, la solidaridad, tanto personal como social, debería de ser una de las principales cualidades de los que se dedican a ello. Desgraciadamente nos solemos encontrar con todo lo contrario. Recordemos que el rasgo predominante de un psicópata es la incapacidad de sentir compasión o empatía, algo que los toreros, evidentemente, son incapaces de sentir.

Parece, por tanto, que la derecha tiene como objetivo generar una sociedad psicópata, fría, embrutecida e insensible, la misma sociedad que generó y alimentó durante cuarenta años el franquismo. Podemos imaginar lo que espera a la sociedad española si estos personajes de la derecha llegan al poder. Porque es muy obvio que el respeto hacia los animales por el hombre está íntimamente ligado al respeto de los hombres entre ellos mismos. Ojalá se tenga en cuenta el próximo día 28.