Hay personas que deberían multiplicarse por mil para que el mundo que vivimos fuera más habitable y más humano. Una de esas personas en este país es Jordi Évole, quien lleva años haciendo unos magistrales trabajos de investigación periodística, siempre a favor de los derechos humanos y de la denuncia de la injusticia y la corrupción. Es uno de esos grandes ejemplos que llenan de significado la profesión, tan malograda, del periodismo. Y desde su último programa, dedicado a la denuncia de las terribles condiciones de los animales en la industria cárnica, se ha convertido, para mí, en alguien a quien admiro y a quien agradezco profunda y muy especialmente su trabajo y su esfuerzo por sacar a la luz una terrible realidad que no vemos o no queremos mirar.

Otras de esas personas que deberían multiplicarse por mil son, en mi opinión, los activistas por los derechos animales. No me cabe la menor duda de que estas personas, las que sienten en su propio ser el dolor de los seres más vulnerables y desprotegidos, son los mejores seres humanos que existen; y son los verdaderos poseedores de las más altas cotas de los valores éticos y de la bondad, la verdadera bondad. Son animalistas porque son humanistas.

Siempre que un hombre se tome el derecho de matar a un animal no sólo comete una injusticia, sino también un crimen, decía el alemán Karleinz Deshner. Casi quinientos años antes de nuestra era, Pitágoras dejaba escrito que “La tierra regala riqueza y alimento pacífico, y os brinda alimentos que están libres de sangre y de muerte”. Sin embargo, existe un submundo agónico y terrible, que apenas se ve, porque existe escondido, en el que millones de seres vivos, pacíficos, indefensos e inocentes, viven en condiciones espantosas y mueren en medio de torturas e inimaginables agonías.

Mirar los vídeos de investigación del maltrato contra animales en la industria, de plataformas animalistas, como PACMA, Igualdad Animal o AnimaNaturalis, es descubrir pedacitos de ese inmenso submundo de torturas, muertes y espantos que ningún ser se merece soportar por el simple hecho de existir.

“La tierra regala riqueza y alimento pacífico, y os brinda alimentos que están libres de sangre y de muerte”

La realidad es que nos adoctrinan en la idea de que el hombre es el rey del universo, de la creación, y los animales son un regalo de dios para el uso y disfrute del hombre. La realidad es que nos ponen una venda en los ojos y en el corazón, los mismos que nos venden a precio de oro su supuesta moral, para ignorar el sufrimiento terrible de millones de seres inocentes; y la realidad es que no existe ninguna creación,, y que no somos superiores; ni el ser humano es el rey de nada. Somos una especie más, la más dañina, autodestructiva y voraz, por cierto, y somos producto, todos, de una evolución que Darwin explicó muy bien en el siglo XIX.

Nos negamos a darnos cuenta de que nos llenan los supermercados y llenamos las neveras de restos de cadáveres de seres vivos que han vivido una continua agonía. El grupo Fuertes (dueño de la marca El Pozo), implicado en el vídeo en cuestión, ha acabado con la relación comercial con la granja Hermanos Carrasco, en la que se grabaron esas imágenes monstruosas de animalillos deformes y llenos de bultos por la terrible existencia a la que les condenan. Pero eso no es, ni de lejos, suficiente.

España, como tantas otras cosas, está en las antípodas de la evolución en la defensa animal. ¿Cómo va a ser de otro modo si hablamos de un país cuya “fiesta nacional” es la tortura pública de un bóvido, hablamos de un país en el que llaman cultura a la tortura, en el que el rey acaba de entregar la Medalla de Bellas Artes a un mequetrefe torturador de animales indefensos, utilizando las palabras del gran Jesús Mosterín para designar a lo que llaman “toreros”.¿Qué podemos esperar?

El gran filósofo colombiano Fernando Vallejo insiste en sus libros en la responsabilidad del cristianismo y la Iglesia católica en el desprecio, a través de su falaz antropocentrismo, de la vida de los animales. Respeta a los animales, dice Vallejo, que tengan un sistema nervioso complejo, como los mamíferos, las vacas o los cerdos, a través del cual sienten el hambre, el dolor, el miedo, la sed, el terror cuando los acuchillan en los mataderos. Sienten exactamente igual que nosotros, por eso son nuestro prójimo. Quítate esa venda moral que te pusieron desde niño en tus ojos y no te deja percibir su tragedia y su dolor.

Los que defendemos a los animales y sus derechos, continua y sistemáticamente vulnerados, no esperamos que se deje de comer carne, pero sí esperamos que los Partidos Políticos se comprometan con la defensa animal y que Gobiernos aprueben leyes muy contundentes que garanticen una vida mínimamente digna de cualquier animal, y que exijan responsabilidades y responsabilidad al respecto a la industria cárnica y alimentaria. Para pedirles perdón por creernos superiores, para no ser tan culpables ni cómplices del infierno que viven tantos seres, y, además y por descontado también, para que no comamos sufrimiento ni agonía que llenan de dolor el mundo y que nos enferman, física y sobre todo moralmente.