Cuando escribo este artículo aún no hay explicación clara de las causas que provocaron el apagón del 28 de abril pasado y me temo que tendremos que esperar mucho tiempo; habida cuenta de los intereses económicos reinantes, muy por encima del cabreo supino de los españoles, que empiezan a sentirse rehenes de una situación impropia de nuestros tiempos. Ni Trump se hubiera atrevido.
A la espera de las explicaciones pertinentes, es bueno recordar cuál es la situación energética de Europa, con respecto a España. Somos, junto con Portugal, una “isla energética” porque Francia se niega a completar el trazado del gasoducto previsto en su día, con la excusa de motivos técnicos, económicos y de aceptación local. El gas, procedente del norte de África, podría ponerse en Alemania a un precio muy razonable. Pero se corta en Pirineos.
Lo cierto es que Francia prioriza claramente el refuerzo de su red interna antes de facilitar el tránsito de energía española hacia y desde Europa. Su potente parque nuclear, en crecimiento, le supone una baja dependencia exterior y un planteamiento estrictamente mercantilista con respecto a un supuesto interés europeo. Vamos, que Europa, en estos temas, aún tiene mucho que caminar para estar unida. “Vive la France”.
Nos salvan las renovables, que tanto disgustan en algunos despachos económicos y políticos, que preferirían dar marcha atrás en el cierre de centrales nucleares e, incluso, animar a nuevos proyectos, antes de seguir con el sol y el viento. El problema es que, por ejemplo, cuando alguien llame por teléfono al presidente andaluz, Moreno Bonilla, a ver si encuentra un hueco en su territorio para instalar una nuclear, le dirá a quién sea que tararí, que la pongan en Cataluña o en Madrid, que es donde más falta hace la energía.
Eso sí, algo bueno tenemos con respecto a todos los aliados europeos, incluida la generosa Francia. Contamos con 7 plantas de regasificación de gas natural licuado: Barcelona, Huelva, Cartagena, Bilbao, Sagunto, Mugardos (Coruña) y El Musel (Gijón). Es decir, manejamos 7 de las 20 terminales existentes en la Unión Europea, lo que representa el 35% de la capacidad de almacenamiento y el 27-30% de la capacidad total de regasificación europea. Francia, el siguiente país de la lista, cuenta con solo 4 plantas y de menor tamaño. Además, la infraestructura de Barcelona es la mayor de Europa en capacidad de almacenamiento. La inversión histórica de España en esta fórmula ha convertido al país en el gran "hub" gasista del continente, lo que permite, incluso, la reexportación de gas a otros países europeos, especialmente tras la crisis energética provocada por la invasión rusa de Ucrania.
¿Y de dónde va a venir gran parte de ese gas que sustituye al ruso? Del amigo americano, que está muy contento con el negocio. Los grandes buques gaseros surcan ya el Atlántico. Italianos y alemanes son buenos clientes nuestros, ya que necesitan reducir con urgencia su dependencia exterior y el gas ruso escasea y no está barato. Además, Alemania tomó la decisión estratégica de reducir al máximo su capacidad nuclear.
Como puede verse, la unidad europea en materia energética brilla por su ausencia y no parece que tenga una solución a corto plazo, especialmente gracias a Francia, que se niega a escuchar a los expertos y a la Comisión Europea, que insisten en que una mayor interconexión es clave para la seguridad energética de la Península Ibérica y evitar así crisis como la del pasado día 28.
En este negocio, España y Portugal van juntas y de la mano. A la fuerza ahorcan. Un sobredimensionamiento de gasoductos, gracias a que Francia se niega a conectar el norte de África con Alemania, obliga a una apuesta clara por las renovables, por mucho que las eléctricas mantengan que son inseguras en términos de equilibrio del sistema. Lo más barato sería terminar la infraestructura gasística, pero se opone el francés. Es lo que hay. Nada nuevo bajo el sol.