Un año más, y ya van siete desde 2012, este 11 de septiembre se ha celebrado una gran manifestación masiva con motivo de la “Diada Nacional de Catalunya”. Negar esta realidad es absurdo y estúpido. Se podrá discutir acaso la magnitud real de esta manifestación. Pero nada ni nadie podrá negar que ha sido, por séptimo año consecutivo, una manifestación multitudinaria. Tal vez no tan masiva como alguna de las convocatorias anteriores, pero en cualquier caso ha sido una manifestación en la que han participado, de manera sin duda ordenada y pacífica, muchísimas personas de toda edad y condición. Y, en este caso de forma aún mucho más clara que en todas las anteriores, el carácter de la manifestación ha sido inequívocamente independentista.

Lo dejó muy claro el presidente Quim Torra en la extraña entrevista que Ana Pastor le hizo en La Sexta. Una entrevista en la que el presidente de la Generalitat recurrió repetidamente al uso y abuso de evidentes falsedades, desde dar unos porcentajes de apoyo al secesionismo que no se compadecen con la realidad constatada en las urnas hasta reclamar un nuevo referéndum de autodeterminación después de afirmar que su gobierno y él se deben al supuesto mandato del referéndum ilegal del pasado día 1 de octubre. Por no hablar, claro está, del despropósito monumental de ver y escuchar a todo un presidente de la Generalitat dirigiéndose exclusivamente a sus seguidores, a los separatistas, y por consiguiente menospreciando o excluyendo por completo a sus adversarios políticos.

Lo que hace más de cuarenta años, en los mismos inicios de la transición de la dictadura a la democracia, era realmente una manifestación unitaria de toda la catalanidad democrática, y que, de forma unánime, en 1980, el Parlamento catalán institucionalizó como “Diada Nacional de Catalunya”, ya no existe. Y no existe porque ha sido secuestrada. Una parte se ha apropiado de lo que había sido de todos. Y lo más grave es que esto se ha producido con el beneplácito y el apoyo del Gobierno de la Generalitat, y de forma especial del presidente Quim Torra.

La apropiación partidista y sectaria de la “Diada” se veía a venir; en realidad ya se había producido en ediciones anteriores. Pero nunca se había hecho tan descarada y explícita como este año. De ahí que solo hayan participado en esta manifestación las organizaciones explícitamente secesionistas, con la ausencia de todas las demás. Este 11 de septiembre ha visualizado la profunda fractura de la sociedad catalana. Ha quedado demostrada la sorprendente, y de alguna manera admirable, capacidad de resiliencia del movimiento independentista.  No obstante, también se ha evidenciado que, por muy multitudinarias y masivas que realmente sean estas manifestaciones separatistas, en Cataluña no existe una mayoría social partidaria de la secesión. Persiste el empate entre los partidarios y los contrarios a la independencia, tozudo, como siempre es la realidad.

Nos aguarda un otoño caliente. Pero lo más grave, lo de verdad trascendente, es que no solo será caliente este otoño, sino por desgracia muchos años más. Mucho me temo que esta apropiación partidista y sectaria de la “Diada Nacional de Catalunya” no es más que otra derivada de la apropiación de la catalanidad democrática, que se ha convertido ya en algo que ha venido para quedarse. Algo que poco o nada tiene que ver con la Cataluña real. Algo basado en la exclusión, como mínimo, de la mitad de la ciudadanía catalana.