Cuántas veces no habremos dicho que nos morimos de hambre, simplemente porque han pasado unos minutos de la hora en que normalmente comemos o porque la comida no nos ha satisfecho tanto como nos hubiera gustado. Una frivolidad que, cuando era pequeña, me enseñaron a no decir. “Lo que tienes es apetito, no hambre”, me decían las monjas del colegio. Y, aunque sea por una vez, tenían razón.

Por aquel entonces, mis pesadillas de niña se llenaban de vez en cuando con imágenes de niños de vientres hinchados y ojos fuera de sus órbitas. El telediario del único canal de televisión existente se refocilaba mostrando aquellas imágenes que, según me dictan los recuerdos, correspondían a Etiopía, aunque probablemente aquello sucedía en más lugares del mundo. En esos días acallábamos nuestras conciencias saliendo a la calle con aquellas huchas con cabezas de niños negros, indios o chinos que entonces nos parecían monísimas, aunque hoy se me ponen los pelos como escarpias solo de recordarlas.

Me acordaba de eso cuando leí el otro día que al menos 730 niños han muerto en Somalia en lo que va de año, según UNICEF. Una noticia que ni copaba titulares ni llenaba portadas ni abría ninguno de los cientos de informativos a los que tenemos acceso. Una barbaridad que debería hacernos reflexionar y saltar todas nuestras alarmas. Porque hoy no postulamos con huchas políticamente incorrectas ni llenamos las pesadillas de las niñas con esas imágenes, pero somo igual de hipócritas. O tal vez más.

Morirse de hambre debe ser una sensación espantosa. Y todavía más espantosa debe ser la de ver morirse de hambre a tus criaturas sin poder hacer nada por ellas. Nada.

En este mundo nuestro nos quejamos de la subida de los precios mientras vemos imágenes de instagramers, youtubers e influencers varias luciendo cosas como bridas o bolsas de basura a precios estratosféricos y quedándose tan felices. Sin pensar que con cualquiera de esas extravagancias alguno de esos 730 niños podría haber sobrevivido.

Y sí, puede sonar demagógico, pero es lo que hay. No nos gusta leer esas noticias como a la niña que fui no le gustaba ver a los niños de vientres hinchados y ojos fuera de las órbitas. Pero existen. Y no dejaran de existir si no cambiamos nuestras prioridades y damos una vuelta a las cosas.

Pensémoslo bien la próxima vez que vayamos a decir eso de “me muero de hambre”.