Moreno Bonilla está agotado políticamente. Solo necesita escuchar a la calle para entenderlo, pero se niega a hacerlo ante los abucheos y silbidos que recibe allí donde va. Después de siete años de gobierno, ya no puede ocultar la realidad con carteles, cuñas y discursos vacíos. La semana pasada, en el Debate del Estado de la Comunidad, volvió a intentarlo: otra vez las mismas medias verdades, los mismos trucos, los mismos anuncios huecos. Pero ya no cuela. Cada vez menos andaluces se dejan tomar el pelo.
Porque después de siete años gobernando, la pregunta es evidente: ¿ha mejorado la vida de los andaluces? La respuesta es un no rotundo. Andalucía está hoy peor que cuando Moreno Bonilla llegó a San Telmo. Y lo saben los datos, lo saben los profesionales y, sobre todo, lo saben quienes sufren un sistema público abandonado. Como Anabel, la paciente de cáncer de mama que hace unos días le gritó en el Parlamento entre lágrimas: “Me has arruinado la vida, Juanma, y te voté. Estoy muerta en vida”. Ese grito resume la fractura entre la propaganda del presidente y la realidad que él se niega a mirar.
Andalucía es hoy líder, sí, pero líder por la cola. Más de tres millones de ciudadanos están en riesgo de pobreza o exclusión social. De los 20 municipios más pobres de España, 16 están en nuestra tierra. La pobreza infantil alcanza un insoportable 40,5%, la cifra más alta del país. Y mientras tanto, Moreno Bonilla presume de gestión.
También somos líderes en paro. Según la EPA del tercer trimestre, Andalucía registra un 15,3% de desempleo, cinco puntos por encima de la media nacional. Tenemos los salarios más bajos y uno de los alquileres que más sube, solo por detrás de Madrid. ¿Ese es el “milagro andaluz” del que presume el presidente?
Líderes en precariedad, líderes en pobreza, líderes en listas de espera sanitarias, líderes en deterioro de la educación pública, líderes en dependencia atascada, líderes en creación de universidades privadas, líderes en subida del alquiler. Y a la cola en inversión sanitaria y educativa. Esa es la gestión real de Moreno Bonilla, por mucho que intente esconderla detrás de millones en propaganda. ¿De verdad no le avergüenza ni un poco?
Aun así, en el Debate del Estado de la Comunidad volvió a hablar de sanidad como si viviéramos en otra realidad. Se subió al atril convencido de que aún puede engañar a los andaluces si engola la voz lo suficiente. Pero la realidad es tozuda. Y la sufren miles de personas que hacen cola a las seis de la mañana para conseguir una cita en Atención Primaria. La sufren quienes esperan meses —o años— para ser operados. La sufren las mujeres afectadas por los fallos en los cribados de cáncer de mama. La sufren los hospitales colapsados y la falta de miles de profesionales que han abandonado Andalucía hartos de contratos basura.
Moreno Bonilla ha convertido derechos en facturas. Por gusto, nadie se paga un seguro privado ni se endeuda para matricular a sus hijos en Formación Profesional. Lo hace porque la Junta ha abandonado los servicios públicos.
También habló de vivienda. Habló, claro, pero sin mencionar que se ha negado a aplicar la Ley estatal que permite controlar los precios del alquiler. Se negó cuando los precios se disparaban, cuando los jóvenes no podían emanciparse y cuando miles de familias no podían renovar su contrato. Habla de soluciones mientras bloquea las soluciones.
Habló de obras hidráulicas. Habló de incendios. Pero solo habló. Porque lo que saben los andaluces es que Moreno Bonilla ha convocado decenas de ruedas de prensa anunciando inversiones que nunca llegan. Y que este verano desapareció mientras los bomberos forestales se dejaban la piel ante las llamas. Los mismos bomberos a los que luego negó recursos, mejoras laborales y hasta el simple respeto institucional: hace semanas fueron expulsados del Parlamento por exigir lo que el presidente les prometió.
Habló también de violencia de género. Lo dijo sin sonrojarse, pese a que su Gobierno solo ejecutó el 44% del presupuesto contra la violencia machista en 2024. Quizás para no incomodar a sus socios preferentes de Vox. No hay que olvidar que fue Moreno Bonilla quien abrió por primera vez las puertas de un gobierno a la ultraderecha en España.
Pero hubo asuntos de los que no habló. No dijo ni una palabra sobre la crisis de los contratos sanitarios bajo investigación judicial. Estos días ha comenzado el “desfile” de altos cargos por los juzgados, investigados por el uso presuntamente abusivo de contratos de emergencia incluso después de estar derogados, otorgando adjudicaciones millonarias a clínicas privadas sin controles adecuados. Bajo la fachada de moderación se escondía una privatización acelerada y una preocupante falta de transparencia.
Tampoco mencionó la tormenta política que sacude al PP de Almería con el “caso mascarillas”. La detención del presidente y el vicepresidente de la Diputación, además de un alcalde popular, ha puesto patas arriba al partido en la provincia. Un escándalo que, cuanto más se investiga, peor huele.
Pero Moreno Bonilla sí presume de algo: de bajarle los impuestos a los millonarios. En eso no falla. Gobierna para ellos. No hay más. Mientras tanto, los andaluces ven crecer otras cosas. Crece el patrimonio de los más ricos. Crece el sueldo de Moreno Bonilla, que se lo ha subido dos veces en un solo año. Crecen los salarios de los altos cargos. Crecen los presupuestos para “casas gratis” destinadas a directivos de la Junta. Crece el número de puestos a dedo. Y, por supuesto, crece la partida destinada a la sanidad privada, que vive sus mejores años bajo este gobierno.
¿De qué habló entonces Moreno Bonilla en su discurso? De una Andalucía irreal, una Andalucía que solo existe en su cabeza y en sus vídeos de propaganda. Dijo que “Andalucía está cumpliendo sueños que parecían imposibles”. Falso. Completamente falso.
Y, cómo no, culpó de todo al Gobierno de España. Nunca asume responsabilidad alguna. Pero hay un dato que desmonta su victimismo: desde que Moreno Bonilla gobierna, Andalucía ha recibido 54.000 millones de euros adicionales, un 47% más de financiación que con Rajoy. Sin embargo, ¿dónde están esos recursos? En los servicios públicos, desde luego, no.
Por eso su discurso sonó forzado, nervioso, vacío. Moreno Bonilla sabe que cae en las encuestas. Sabe que ya no ilusiona a nadie. Sabe que, después de siete años, ya no puede culpar a la herencia recibida. Y sabe que su tiempo político se agota. Por eso repite mentiras, se aferra a su propaganda y confía en que los medios de derechas puedan salvarlo. Pero no podrán. Su fracaso ya es evidente.