Un malentendido recorre España a cuenta de la fuerza del independentismo en Cataluña, sobredimensionada en cuánto al pasado y minusvalorada para el presente. El mismísimo presidente del gobierno, Pedro Sánchez, ha dado pábulo a la teoría de la supuesta mayoría del soberanismo durante 40 años en el Parlament, probablemente para magnificar la derrota que el secesionismo sufrió el 12 de mayo. La primera suposición se debe al hecho de considerar a Jordi Pujol un líder independentista y la segunda a la confusión entre Procés y partidarios de la construcción de un estado catalán. Las dos asociaciones constituyen un error que puede empañar los análisis de futuro, no tanto en la gobernación de Cataluña como en los movimientos pendientes por parte del Estado para afrontar el conflicto político catalán.

Jordi Pujol nunca militó en el independentismo; de joven fue federalista y posteriormente abrazó el nacionalismo. Durante su prolongada etapa en la presidencia de la Generalitat fue criticado por el entonces muy minoritario movimiento independentista por considerar que su política autonomista perjudicaba las aspiraciones secesionistas. Ciertamente, hace un par de semanas, apoyó la candidatura de Carles Puigdemont, sin que conste una renuncia a su legado político. CDC se convirtió en un partido independentista bajo la presidencia de Artur Mas en su congreso de 2012, cuando el 99,9% de los delegados aprobaron que su nuevo planteamiento rezaba así: “Cataluña, igual a Nación más Estado”.

El cambio de CDC se materializó quince días después de la asamblea fundacional de la ANC y por aquellos años Artur Mas gobernaba si mayores problemas gracias a sus 62 diputados en el Parlament. ERC tenía 10 y Solidaridad Catalana Para la Independencia, 4. Unos meses después de haberse convertido al soberanismo, Mas convocó elecciones anticipadas y el nuevo partido independentistas perdió 12 diputados, quedándose con 50, ERC subió hasta 21 y la CUP apareció con 3: total, 74. Aquella fue la primera mayoría absoluta independentista, de ello todavía no se han cumplido once años y medio, algo lejos de los 40 atribuidos. Cuando se produjo esta modificación substancial del panorama político catalán, el PSC se quedó con 20 diputados y el PP obtuvo 19, cuatro más de los actuales, que su dirección considera un hito histórico.

El auge del independentismo como fuerza mayoritaria fue impulsado, sin duda, por el fracaso del Estatut de 2006, cepillado en el Congreso bajo la de dirección de Alfonso Guerra y posteriormente rematado por el Tribunal Constitucional a requerimiento del PP. Durante la negociación del nuevo texto estatutario entre el tripartito formado por PSC-ERC-Iniciativa con CDC y PSOE, el presidente Maragall alertó, sin éxito, al presidente José Luís Rodríguez Zapatero del muy probable crecimiento del independentismo de frustrarse la ambición bilateral del texto aprobado por el Parlament.

La evolución posterior de la historia es conocida. CDC primero y Junts después, junto con ERC, CUP, ANC y Òmnium, crearon desde el Parlament, el gobierno de la Generalitat y el movimiento popular la ficción de la independencia exprés. Eso fue el Procés, una promesa infundada de un estado propio a meses vista. El PP actuó desde la soberbia estatal, arrastró al PSOE al 155 y la justicia entró en escena. La incompetencia de los dirigentes independentistas y sus rencillas internas se manifestaron con tanta fuerza que acabaron por desmovilizar a sus propios votantes y, finalmente, el pésimo balance del gobierno en minoría de ERC y su dificultad para hacer entender al resto de partidos soberanistas las ventajas de la vía negociadora ofrecida por Pedro Sánchez hicieron el resto.

El PSC ha ganado las elecciones y aspira a gobernar en solitario con sus 42 diputados, contando con el apoyo externo y puntual de los 6 de Comuns-Sumar y los 20 de ERC, al menos para cuando los republicanos hayan superado el duelo y la crisis de dirección en la que están inmersos. Salvador Illa ha expresado su ilusión por gobernar y también su convicción de que tendrá que enfrentarse a serias dificultades. En cambio, la euforia expresada desde el PSOE, mucho más desatada que la del PSC, puede llevar a engaño.

El Procés está muerto, pero no el independentismo. El Procés fue una estrategia fallida y el independentismo es una idea con cientos de miles de partidarios, ahora mismo, desanimados y desorientados. Sin embargo, no van a desaparecer por arte de magia. El 43% de votos obtenidos y los 61 diputados (a siete de la mayoría absoluta) se encargarán de mantener vivo el fuego secesionista, a la espera de la aparición de nuevos protagonistas y nuevas propuestas estratégicas. Además, mantiene intacta su capacidad de presión al PSOE en el Congreso de los Diputados y el hecho de que el enfrentamiento entre Junts y ERC tiende a agravarse por los resultados del 12-M no es un buen presagio para la mayoría parlamentaria del gobierno de Pedro Sánchez.

En todo caso, se ha abierto una ventana de oportunidad para que los socialistas formalicen una propuesta para Cataluña conforme a la Constitución y satisfactoria para la ambición nacional catalana, desde el gobierno central y la Generalitat (si se evita la repetición electoral). En 2006, el PSOE no aceptó la proposición institucional y de financiación aprobada por una mayoría de dos tercios en el Parlament; ahora quizás la firmaría de forma solemne.

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