El homo sapiens, asegura Arsuaga en 'La vida contada por un sapiens a un Neanderthal' (Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga, ed. Alfaguara) , jamás llega a ser adulto. Dice el antropólogo que por eso "los seres humanos jugamos durante toda la vida" y eso "explica las pasiones que, por ejemplo, despierta el fútbol". Somos niños con apariencia de adultos. Nuestra mente curiosa nos permite aprender durante toda la vida, pero esa misma inmadurez también es la causante de que seamos más dóciles y manejables. La docilidad nos permite vivir en sociedades cada vez más grandes, pero también limita nuestra capacidad para pensar de forma individual.

La derecha no es muy de ciencias, pero sí entiende mucho de psicología. Es una sabiduría que les viene de la experiencia de más de dos mil años de dominio de la sociedad desde los púlpitos de las iglesias. No es casual que la Biblia, como el Corán, esté llena de parábolas donde los protagonistas son pastores y sus fieles seguidores el rebaño. Un pastor hábil, sobre todo si tiene buenos perros, es capaz de conseguir del rebaño lo que desee. Los sapiens no somos ovejas, pero hay muchos que, incapaces de entender el mundo que los rodea, han adoptado esa identidad.
La ciencia, el estudio del mundo que habitamos, es la única acción en la que el sapiens deja de jugar, abandona la infantilidad y se convierte, aunque sólo sea mientras se dedica a ello, en adulto. En esa situación el ser humano no es dócil, sino rebelde; no es oveja, sino lobo. Lo incuestionable es que sólo en la ciencia ha encontrado el sapiens progreso. Cuando el hombre se entrega a las creencias, sean estas del tipo que sean, es barro en manos de un alfarero.
La ciencia exige verdad, la manipulación sólo puede existir con la mentira. Una evidencia científica, como que las macro-granjas contaminan muchísimo más que las explotaciones extensivas, producen una carne de peor calidad y crean menos puestos de trabajo que las granjas medianas y pequeñas, puede ser manipulada hasta hacer parecer a quien la ha dicho, el ministro Alberto Garzón, como un enemigo de aquello que defiende.
En su defensa, al menos hasta el día de hoy, no han salido ni siquiera las organizaciones de agricultores y ganaderos que se quejan día sí y día también, de su incapacidad para poder competir con los grandes inversores de la industria alimentaria. Por no defenderlo no lo han hecho ni sus socios en el Gobierno, encabezonados (más que encabezados) por Lambán y García Page, que se presentan ante los pequeños productores de sus regiones como sus defensores, pero que siempre están del lado de los poderosos.
En esta constante manipulación de la verdad tienen una culpa especial los medios de comunicación. Los grandes propietarios de la industria alimentaria son los mismos que los de la mayoría de los medios. La comunión entre los mentirosos y sus propagadores es perfecta. Si en vez de ser simples voceros ejercieran de periodistas, la mentira tendría menos éxito. Como nos explicaban en la facultad, el trabajo de un periodista no consiste en oponer versiones, sino en investigarlas. Si una persona dice que llueve y otra lo niega, lo que tiene que hacer un periodista es salir a la calle y averiguar si cae o no agua de las nubes.
¿Cuántos reportajes de investigación sobre las macro-granjas han visto ustedes estos días en nuestras cadenas de televisión o en nuestros diarios? Y seguirán sin verlos. Sin información honesta no hay democracia, y sin democracia no hay libertad. Les dejo que suena el silbido del pastor.