La Iglesia está muy preocupada por el Covid. Pero no lo está, como muchos de ustedes podrían pensar, porque sus plegarias ante Dios no estén dando el mínimo resultado. A la Iglesia, y más concretamente al presidente de la Conferencia Episcopal, el cardenal Juan José Omella, lo que le desasosiega es la bajada en la recaudación de donaciones y limosnas, como consecuencia de la falta de asistencia a los actos religiosos.

A su Eminencia Reverendísima no le salen las cuentas. Los más de 11.000 millones de euros que recibe anualmente la Iglesia española del Estado, apenas le llegan para pagar sueldos de cardenales, obispos, sacerdotes y monjas y mantener sus innumerables propiedades (la Iglesia es, con mucho, la mayor propietaria inmobiliaria de España). A este dinero hay que sumar el que obtienen con sus diversas y diversificadas actividades económicas que van desde colegios (2.593), universidades (15, más 22 facultades eclesiásticas), institutos superiores (71), hospitales (65), ambulatorios (56), residencias de ancianos y discapacitados (773), editoriales, medios de comunicación y, para no extendernos más, acciones en infinidad de grandes corporaciones que incluyen desde empresas licoreras a farmacéuticas como Pfizzer, fabricante de píldoras anticonceptivas, viagra y preservativos.

Cáritas, que desarrolla una gran labor de asistencia social, apenas recibe dinero de la institución eclesiástica. Su financiación, en más de un 98%, la obtiene del dinero que recibe del apartado destinado en la declaración de la renta a ONG's y de donaciones privadas y de empresas. Así que la Iglesia gasta las decenas de miles de millones de euros que recibe cada año, en su exclusivo mantenimiento.

No es de extrañar que con semejante historial, Dios Nuestro Señor no atienda sus oraciones y haya tenido que ser la ciencia, como ha ocurrido siempre a lo largo de la historia de la humanidad, la que acuda en nuestra ayuda. De todas formas no hay que ser rencorosos y si después de pagar mascarillas, test pcr y la vacuna, les quedan unas monedas, no duden un instante que el mejor destino que pueden darle es el cepillo de una iglesia. A ver si el señor cardenal va a tener que prescindir de coche y chófer y nos coge el bicho yendo en metro.