Libertad de expresión, la llaman ellos. Pero en realidad es otra cosa. La ultraderecha está defendiendo su supuesto derecho a utilizar las redes sociales para insultar, calumniar, acosar y amenazar desde el anonimato. Y, sobre todo, para lanzar mensajes racistas, machistas, xenófobos y homófobos.
Desde las redes, los medios y la tribuna del Congreso, los de Vox intentan que los ciudadanos confundan la libertad de expresión con la libertad de difamación, el derecho de opinión con el derecho al insulto. Vox, sus voceros y sus organizaciones satélites están criminalizándonos a los periodistas que nos dedicamos a investigar y destapar las identidades de quienes usan Twitter para sembrar mentiras, odio y miedo entre los demócratas.
Los mismos que jalean a Elon Musk por alterar el algoritmo de su red social para que prevalezcan los bulos frente a la verdad, los mismos que se burlan de quienes han abandonado Twitter hartos del estercolero en el que se ha convertido, ahora se disfrazan de víctimas porque estamos sacando a la luz quiénes son los influencers del odio.
Son también los mismos que se escandalizan cuando Twitter cierra sus cuentas por haber lanzado mensajes de odio al tiempo que reclaman a Musk que cierre las cuentas de los que destapamos sus mentiras. Son los que dicen que España se ha convertido en una dictadura donde se persigue a la gente por su ideología mientras ellos mismos se dedican a perseguir a la gente por su ideología y añoran a voces la dictadura terrorista de Franco.
Son los que piden que llegue un Gobierno que devuelva la libertad… y ordene a los jueces meter en la cárcel a Pedro Sánchez y, de paso, a todos los comunistas. Son patéticos. Son el cinismo en estado puro. Son la ultraderechita llorona, con puño de hierro y mandíbula de cristal. Lobos que se ponen la piel de cordero cuando les quitamos la máscara. Gente podrida de odio.
Soy Rubén Sánchez y en ocasiones veo fraudes.
— Editorial del episodio 77 del pódcast En Ocasiones Veo Fraudes