‘Facta non verba’ es un célebre adagio latino, que traducido reza así: “Hechos, no palabras”. Lo utilizó como eslogan electoral José Montilla en 2010, en su campaña electoral como candidato socialista a la Presidencia de la Generalitat, que terminó con la victoria de Artur Mas y el retorno de CiU al Gobierno catalán, entonces con el apoyo parlamentario del PP y con el compromiso de llevar a cabo una gestión autonómica “business friendly”, aunque apenas un par de años después dio un giro político copernicano, convocó nuevos comicios autonómicos con el indisimulado afán de alcanzar en ellos la mayoría absoluta y luego, al no obtenerla y con el apoyo de ERC, dio inicio al llamado “proceso de transición nacional”, con el único objetivo de conseguir la independencia de Cataluña.

Han pasado los años y el célebre “procés” sigue ahí. Artur Mas se fue, porque así lo exigió la CUP, al “basurero de la Historia”, le sucedió Carles Puigdemont, quien lleva ya muchos meses huido de la justicia española, primero en Bélgica y luego en Alemania, mientras los restantes miembros de su Gobierno están en Bélgica, en Gran Bretaña o en las cárceles españolas, junto a otros dirigentes independentistas, mientras que Quim Torra es el nuevo presidente autonómico. Un presidente autonómico y de un modo u otro vicario o sustituto, que una vez y otra repite que el presidente “legítimo” es Puigdemont, el mismo que lideró el “procés” con la ilegal y meramente teórica abolición de la Constitución y del Estatuto de Autonomía, así como con una ilusoria y fugaz declaración unilateral de independencia tras la celebración de un referéndum de autodeterminación, obviamente ilegal y que no obtuvo ni ha obtenido todavía reconocimiento por parte de nadie.

La inesperada victoria de la moción de censura contra Mariano Rajoy y, como consecuencia, la llegada del socialista Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno de España -con el apoyo, entre otras formaciones, de los dos grandes partidos independentistas, CDC y ERC- ha trastocado por completo los planes de quienes durante estos últimos meses han liderado el secesionismo catalán, ya sea desde el extranjero o desde la cárcel. El ya presidente Sánchez no solo ha abandonado con firmeza el inalterable quietismo dontancredista de Rajoy, que lo confiaba todo a que el secesionismo catalán se deshiciese por sí solo con el paso de los años, sino que además ha tenido el coraje político de enfrentarse al conflicto catalán sin ambigüedades, ha reconocido por fin que se trata de un problema de Estado de gran envergadura, cuya resolución tardará muchos años en llegar a buen término, y ha señalado algo tan simple como lo que desde hace muchos siglos viene recordándonos el ya citado adagio latino: que en política poco o nada importan las palabras, que lo que de verdad  resulta relevante son siempre los hechos.

El presidente Pedro Sánchez ha dado un mensaje inequívoco con sus palabras. El independentismo puede seguir recurriendo tantas veces como quiera al uso y abuso de su propio lenguaje, pero no puede materializar este lenguaje en hechos contrarios a la legalidad vigente. Estas palabras de Pedro Sánchez vienen a ser algo así como la traslación a la política del axioma definitorio del mejor periodismo anglosajón: “Las opiniones son libres, los hechos son sagrados”.

Llegados a este punto, me permito una reflexión final: ¿qué hubiese sucedido si en 2010 la ciudadanía catalana hubiera tenido en cuenta el eslogan de José Montilla, “hechos, no palabras”?