Una vez más, nos llega el Mundial de fútbol. O, más bien, nos cae encima, sobre todo a quienes no gustan del deporte rey. En estos días, nuestras pantallas se llenan con el verde del césped, los colores de las camisetas de las selecciones, y las excentricidades de las estrellas, que en el universo balompédico son legión.

Pero, aunque he empezado este artículo diciendo que esto ocurre una vez más, he faltado a la verdad. No es como las demás veces. Y no porque no sea verano y vayamos a ponernos -quien lo haga- ante el televisor con la bufanda en vez de con la camiseta de la selección, sino por algo mucho más grave. Porque en este campeonato habrá emoción, goles, lesiones y dinero, mucho dinero, por medio. Pero no habrá derechos humanos. Y, sobre todo, no habrá igualdad, porque no la hay en el día a día del país anfitrión, por más que hoy disfrace su intolerancia de una pátina igualitaria. No cuela.

Ya la propia construcción de los estadios de Qatar se teñía de rojo, y no por los colores de ninguna selección. Las muertes de unos trabajadores contratados en régimen de semi esclavitud ponía el primer peldaño a la escalera de la vergüenza. De nada ha servido el tupido manto de silencio que sobre ellas han querido extender sus organizadores, pero tampoco ha servido de nada saberlo. Show must go on. Aunque sea sobre los cadáveres de quienes ya nunca podrán ver jugar a su equipo.

Pero eso no era todo. Y, como suele suceder, cuando un Estado conculca algunos de nuestros derechos fundamentales, no se conforma solo con uno. Y, como siempre, la igualdad paga el pato. La igualdad de género, la igualdad por razón de orientación sexual y, probablemente, la igualdad respecto a cualquier otra causa de discriminación que venga a cuento.

Estamos hablando de un lugar donde las mujeres son seres de segunda categoría, donde, si se les permite ir a ver los partidos, será como excepción y no como regla general y, desde luego, no vestidas de cualquier manera ni colocadas en cualquier sitio. No vaya a ser que se acostumbren y luego quieran ejercer su libertad.

También hablamos de homosexuales. Que ya les dijeron que podían ir, pero que se abstuvieran de hacerse muestras de cariño no vaya a ser que el mundo se viniera abajo porque dos hombres se besen. Acabáramos.

En el deporte no debería pasar esto. Debería darse ejemplo, y no certificar que, allá donde esté Don Dinero de por medio, los Derechos Humanos pueden echarse a un lado. Una verdadera lástima

SUSANA GISBERT

Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)