La superstición es enemiga de la bravata, pero incluso el más chulo cruza los dedos y el más cauto mira por encima del hombro. El madridismo se divide este sábado en dos formas de encarar la historia: con la cautela del que nunca pierde porque siempre piensa que puede hacerlo o con la certeza del que siempre gana porque creerse ganador es ganar dos veces.
La final de la Champions, amor de primavera, jardín particular del Real Madrid, se gana en cada conversación. En la redacción existe un debate interesante desde que el City de Guardiola, mejor a los puntos, se cansó de arrear hostias como panes y perdió por aburrimiento. Luis y Nacho son madridistas y por tanto novelistas del realismo mágico; Rober y Chema del Atleti y estoicos a martillazos.
Los primeros, pata negra de la sociología blanca desde que aprendieron a hablar, cruzan estilos. Por un lado, está Luis, que jura y perjura que hace un tiempo, cuando aún llevaba coletilla y podía correr, el Racing de Santander se perdió a un delantero picarón, de los que si no te meten gol te quitan la cartera a la salida. Herencia de padre. En el otro está Nacho, curtido en la tierra del Polideportivo Municipal de Aluche, donde al principio de los 2000 había un porterito con rizos y cara de buenazo que entrenaba por las tardes antes de estudiar Biología para que nadie creyese que su madre profesora le aprobaba por cuestión de sangre.
Ver a Luis pensar en la decimosexta cuando aún no se ha ganado la decimoquinta recuerda a la fanfarronería con la que Cassius Clay se plantó en el Convention Center de Miami Beach presumiendo de juventud, belleza y rapidez frente al campeón Sonny Liston, a quien todos daban por ganador: “Uno se olvida de que, aunque el payaso nunca imite al sabio, el sabio puede imitar al payaso”, dijo entonces Malcolm X sobre el jovencísimo Muhhamad Ali. Cuestión de fe.
Frente a este optimismo desmedido se levanta Nacho. Un tipo grandote con una memoria privilegiada. Uno de los que prefieren cazar la liebre antes de comérsela. Un experto del contragafe o un cariñoso pesado victimista que apuesta contra la razón para cuidar el corazón. Respeto a doña vieja Copa de Europa, dice, mientras suelta una retahíla de “fríos datos que hielan corazones blancos”: en 2022, el Madrid no ganaría porque nunca lo había hecho con gobierno socialista; en cuartos de final, contra el City, lo teníamos perdido porque el Etihad era terreno inexpugnable para el madridismo; contra el Bayern era imposible porque su entrenador, Thomas Tuchel, nunca había perdido contra el Real. Tres de tres. Nuestro corresponsal parlamentario lo logró: el Madrid ganó y él se equivocó con la sonrisa de quien nunca dejó de creer (que perdíamos).
Frente a estos dos madridistas irredentos se levantan los atléticos. Lo tienen claro: el Madrid ganará. Lo vaticinan como quien está tan enamorado que no deja de preocuparse porque lo vayan a dejar. Ellos también sueltan “fríos datos”: el Real Madrid nunca ha perdido la final de la Champions -sí de la Copa de Europa, tres veces, pero no del nuevo formato-.
En este baile de cifras, y sabiendo que incluso un reloj parado da la hora bien dos veces al día, este sábado en el Estadio de Wembley, catedral del fútbol, el ‘we are the Champions’ de Queen volverá a sonar por la megafonía cerca de 40 años más tarde de que Freddy Mercury hiciese del ‘Live Aid’ uno de los momentos más recordados de la historia de la icónica banda. Desde entonces, según los expertos, nada volvió a ser igual en el mundo del rock. El Real Madrid tiene 90 minutos para provocar el efecto adverso: que la historia de los triunfos cíclicos permanezca intacta.
Por si acaso, y para que Nacho no me mate leyendo esto a escasas horas del partido, mientras prepara su camiseta para ver al Madrid y escoge minuciosamente a quién invita a verlo con él (si el Madrid pierde y tú estás a su lado, date por jodido), soltaremos otro frío dato: en las últimas cuatro finales de Champions, siempre ha perdido el equipo que tenía un exjugador del conjunto rival -Fabinho, Dzeko, De Bruyne, Bernat-. Ahí queda. Yo, como Rubén, seguiré confiando en el poder de la amistad.
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