Este fin de semana el Partido Popular celebra su XXI Congreso Nacional bajo el lema “Toma partido por España”. Un lema que suena a broma de mal gusto cuando uno repasa sus votaciones en el Congreso: siempre en contra de subir pensiones, mejorar salarios, abaratar el alquiler, reforzar la sanidad pública o ampliar derechos. “Toman partido” sí… pero no por España. Lo hacen por sus élites, por los fondos buitre, por quienes quieren convertir este país en un negocio para unos pocos. Mientras tanto, la clase media trabajadora no les importa absolutamente nada.
En este Congreso, Feijóo confirmará lo que sabíamos: que se resigna a seguir en la oposición durante mucho, mucho tiempo. Nombrará a Miguel Tellado como nuevo secretario general del partido —sí, al mismo que lleva meses insultando a diestro y siniestro en los pasillos del Congreso—, y a Ester Muñoz como portavoz en el Congreso. Su apuesta es clara: radicalización, confrontación y ruido. No hay proyecto. No hay propuestas. Solo crispación.
Tellado y Muñoz no han sido elegidos por su capacidad de diálogo ni por su visión de país. Han sido elegidos por su fidelidad a la estrategia del bulo y del barro. El PP ha optado por competir con Vox en el terreno del extremismo: a ver quién es más ultra, más histriónico, más agresivo con el Gobierno. Lo que comenzó como una deriva ya es su hoja de ruta oficial.
Y no es casual. Están nerviosos. Muy nerviosos. Las perspectivas electorales del PP son malas. Muy malas, y lo saben. El último barómetro del CIS sitúa a Feijóo por detrás de Abascal en preferencia como presidente del Gobierno. Pedro Sánchez lidera con un 21,8%, Abascal roza el 10% y Feijóo apenas llega al 9,2%. Tras meses de campaña feroz —por tierra, mar, aire— para intentar derribar al Gobierno, resulta que el presidente sigue siendo el político mejor valorado. En Génova no lo soportan.
Así que optan por la huida hacia adelante. Sin alternativa de liderazgo. Ayuso, la candidata natural, atraviesa su peor momento, acorralada por escándalos, por su cinismo sin límites y su nula empatía. Nadie en el PP es capaz de dar un paso al frente porque saben que el partido está atrapado en un callejón sin salida. Feijóo se aferra al sillón, mientras los suyos esperan a que se estrelle. Todo esto lo saben en el PP. Por eso se atrincheran en la confrontación. Porque no tienen otro camino.
Pero lo más demoledor no es solo la caída de Feijóo en valoración política. Es que ni siquiera cuenta con el respaldo de su propia militancia. Apenas un 10,9% de sus afiliados le ha avalado como candidato. De los 869.535 que dicen tener, solo 94.501 le han dado su apoyo. Ni movilizando toda la estructura del partido, ni con llamadas de Génova ni con presiones. La cifra es ridícula. El respaldo interno es frágil. Y la caída en las encuestas es constante: cinco meses seguidos de descenso en intención de voto. ¿Hasta cuándo van a seguir fingiendo que todo va bien?
Y por si fuera poco, Feijóo ha terminado dependiendo políticamente de Mazón, presidente de la Generalitat Valenciana, cuya gestión es ya sinónimo de desastre. Su cercanía a la ultraderecha, sus recortes y el cerco judicial que cada día se estrecha más, convierten a la Comunidad Valenciana en una bomba de relojería que Génova no sabe cómo desactivar. Pero ahí está Feijóo: atado de pies y manos, dependiendo de quienes hunden más aún su ya débil liderazgo nacional.
La realidad es esta: Feijóo va cuesta abajo y sin frenos. Y mientras tanto, siguen aferrándose a la mentira como único pegamento político. Cada día un bulo nuevo, una exageración más, una intoxicación mediática distinta. Dicen que hay fraude electoral con el voto por correo, que Pedro Sánchez quiere una dictadura, que España se rompe. Todo es tan absurdo como peligroso. Porque cuando se pierde el respeto por la verdad, se debilita la democracia. Y eso es lo que hace hoy el PP.
Lo reconocía, sin rubor, el propio Abascal: “el PP nos copia todo”. Y tiene razón. Las teorías conspiranoicas que antes solo gritaba la ultraderecha, hoy las repiten Tellado, Sémper y compañía en el Congreso. Ya no hay diferencia ideológica entre PP y Vox. Solo compiten por quién grita más fuerte, por quién insulta más al presidente, por quién alimenta más el odio.
Y lo más grave es que esta estrategia no solo es tóxica, es inútil. La mayoría de la ciudadanía quiere otra cosa. Quiere estabilidad, derechos, futuro. Quiere que se hable de lo que importa: del salario, de la vivienda, de la igualdad, de la sanidad pública. Pero el PP no está en eso. Ellos siguen centrados en su guerra contra un Gobierno que les deja en evidencia con cada dato económico y social.
Porque mientras el PP juega al “cuanto peor, mejor”, Pedro Sánchez sigue gobernando. Bajando el paro. Subiendo el salario mínimo. Revalorizando las pensiones. Liderando el crecimiento económico en Europa. Fortaleciendo el Estado del bienestar. Extendiendo derechos. España funciona con un Gobierno progresista. Y eso, para la derecha, es insoportable.
¿Y qué plantea el PP? ¿Una moción de censura que no se atreven a presentar? ¿Más manifestaciones vacías donde cada vez va menos gente? ¿Más vídeos, más insultos, más desinformación? ¿Ese es su proyecto de país?
El Congreso del PP que comienza este viernes será, en definitiva, la confirmación de que Feijóo se resigna a no gobernar jamás. Quiso presentar una moción de censura telefónica, pero le salió rana. Su único objetivo real es sobrevivir como jefe de la oposición. Rodearse de Tellado y Muñoz no es una señal de fuerza, es una confesión de impotencia. Reconoce que Ayuso está herida, que los barones están desaparecidos, y que la única esperanza es que pase algo —cualquier cosa— que les devuelva el poder sin tener que ganarlo en las urnas.
Pero los españoles ya han visto de qué va esta derecha. Y no la quieren. Por eso Feijóo no será presidente. No porque no quiera, sino porque no puede. Porque no tiene proyecto. Porque no tiene principios. Porque no tiene apoyo ni dentro ni fuera. Y porque frente a su odio, este país prefiere avanzar.
Así que, adelante con su Congreso. Con sus banderas, con sus lemas vacíos, con su ruido, con su odio como bandera. Mientras este Gobierno progresista seguirá trabajando para la mayoría, para proteger a los más vulnerables, para ampliar derechos y para hacer de España un país más justo. Mientras en el PP se radicalizan, el Gobierno progresista avanza. Mientras el PP toman partido por la crispación, el Gobierno progresista lo toma por la ciudadanía.