Las palabras sólo se prostituyen si las forzamos a ello. Este hecho convierte a quienes las manipulan hasta este grado en proxenetas. Depende del nivel de vejación al que someten a las palabras en este proceso, además de proxenetas pueden ser muchas más cosas y ninguna de ellas justifica el primer delito. Los hay que prostituyen el significado de las palabras para realizar estafas, para ganar elecciones o, en el peor de los casos, incluso para cometer genocidio.
Una palabra puede tener uno o varios significados, pero lo que no puede tener es el significado contrario al que le atribuye el diccionario. Cuanto más se diferencia del concepto que hemos acordado darle y más se acerca a su antónimo, mayor es el grado de perversión y de bajeza moral del proxeneta. Por ejemplo, cuando Donald Trump dice que su ley para reducir el gasto público y con ello condenar a los estadounienses más pobres, es una ley "grande y preciosa", uno puede identificar este tipo de prostitución con algo semejante a la pedofilia. Donald Trump infantiliza las consecuencias de su ley con una palabra inapropiada, pero no llega a violar su significado, sólo lo viste de marinerito.
Si embargo, cuando Benjamin Netanyahu nombra el megacampo de concentración que va a construir en Rafá como "una ciudad humanitaria", o a las colas del hambre las llama "ayuda alimentaria", ya no es simple proxenetismo, sino genocidio.
La propia palabra prostitución puede ser objeto de prostitución. En este caso podríamos decir que el proxeneta lo es por partida doble. Alberto Núñez Feijóo ha acusado al presidente del Gobierno de haber vivido de los presuntos negocios de prostitución de su suegro. Según sentencia de la Audiencia Nacional en un auto hecho público el 28 de junio de 2024, los negocios del suegro de Pedro Sánchez no eran prostíbulos, si no saunas y clubs swingers, donde las personas que los visitaban practicaban sexo de forma libre y sin que hubiera intercambio económico por medio.
Si yo conozco la existencia de esta sentencia, es del todo imposible que el señor Feijóo, por muy despistado que sea, la desconozca, por lo que la acusación de proxenetismo palabril estaría más que justificada. Sólo cabría el eximente para el señor Feijóo, si se demostrara que no es capaz de distinguir entre el sexo libre y la prostitución. Muchos hombres de la generación del señor Feijóo, y ya no les digo de las anteriores, sólo entienden el sexo que no se practica dentro del matrimonio como prostitución. No sabemos si el señor Feijóo o Carlos Mazón, por poner un ejemplo de otra generación algo más joven, han pagado alguna vez por tener sexo. Pero parece claro, por como prostituyen las palabras, que tienen alma de proxenetas.