Alberto Núñez Feijóo habla mucho de patriotismo, pero sus actos demuestran lo contrario. Se presenta como el gran defensor de España, pero cuando toca elegir entre proteger a los ciudadanos o rendirse ante intereses extranjeros, siempre opta por lo segundo. No le vimos plantar cara a Donald Trump cuando impuso aranceles injustos que dañaron al campo y a las exportaciones españolas. Tampoco dudó en aceptar sin rechistar el objetivo de destinar el 5% del PIB al gasto militar, aunque eso supusiera recortar en sanidad, educación o políticas sociales. Ese es el tipo de “patriotismo” que representa Feijóo: uno que abandona a su propia gente mientras se arrodilla ante los poderosos.

Feijóo no defiende a España, defiende su ambición de poder. Y en ese camino no le importa mentir, crispar, bloquear ni dividir. Su supuesto amor a la patria se esfuma cuando hay que apoyar medidas que beneficien a la mayoría social. ¿Cómo puede presentarse como patriota alguien que ha votado sistemáticamente en contra de subir las pensiones, mejorar las becas, incrementar el salario mínimo o enviar ayudas urgentes a los damnificados por la DANA? ¿Cómo puede decir que le duele España si no ha celebrado ni una sola vez los buenos datos de empleo, el crecimiento económico o la recuperación social?

Ese “patriotismo” de pancarta y discurso hueco se desmonta cada vez que hay que estar del lado de la ciudadanía, y Feijóo nunca está. Cada vez que España recibe una buena noticia, él reacciona con desprecio, con dudas o con silencio. No soporta que a España le vaya bien si él no está en el poder. Prefiere que al país le vaya mal si eso le da una oportunidad política. Por eso, se ha convertido en el líder del “no” permanente: no a la recuperación, no a la estabilidad, no a cualquier avance si no lleva su firma.

Feijóo no hace oposición; hace sabotaje. Lo vimos en Europa, donde fue a desprestigiar a nuestro país durante la presidencia española del Consejo de la UE. Intentó frenar la excepción ibérica —que logró abaratar la factura de la luz en España— y presiona para impedir la llegada de fondos europeos clave para la recuperación. Incluso movió ficha para evitar que una española como Teresa Ribera fuera elegida vicepresidenta de la Comisión Europea. ¿Ese es su concepto de patriotismo?

Tampoco ha dudado en adoptar sin pudor las estrategias más peligrosas del “trumpismo”: la mentira como método, la crispación como rutina y el desprecio a la legitimidad democrática como norma. Feijóo no ha respetado nunca al Gobierno elegido por los ciudadanos. Desde que asumió el liderazgo del PP, ha convertido el Parlamento en una trinchera de insultos, descalificaciones y bloqueos. No tiende la mano, no propone soluciones, no dialoga. Solo busca desgastar. Porque no acepta que los ciudadanos no le quisieran en La Moncloa. Y, como no lo logró por las urnas, intenta conseguirlo por desgaste institucional.

Ha impulsado bulos sobre economía, inmigración, política exterior y unidad territorial. Ha puesto en duda cada ley, cada avance, cada decisión del Gobierno, incluso aquellas que han mejorado de forma directa la vida de millones de personas. Votó en contra de las ayudas al transporte público, del aumento del SMI, del refuerzo a la dependencia, de las medidas para paliar los efectos de la guerra de Ucrania y de los decretos de emergencia climática. Ha dicho “no” a absolutamente todo lo que ha servido para proteger a la mayoría social.

En su deriva hacia la derecha más dura, Feijóo ha propuesto reformar la Ley de Extranjería y endurecer el Código Penal para perseguir a menores extranjeros, bajo la excusa del “fraude de edad o nacionalidad”. Más que proteger, esta propuesta criminaliza y estigmatiza. La política migratoria necesita humanidad, no castigo. Pero Feijóo solo conoce una forma de hacer oposición: sembrar miedo.

Lo más grave es que Feijóo lo hace envuelto en la bandera. Intenta apropiarse de los símbolos nacionales para justificar su estrategia de oposición destructiva. Pero el patriotismo no consiste en gritar “España” en cada mitin. El patriotismo verdadero es defender a los españoles: asegurar que nadie quede atrás, proteger lo público, cuidar a quien más lo necesita, fortalecer la democracia y apostar por el futuro del país. Todo lo contrario a lo que está haciendo Feijóo.

Tampoco sorprende que el PP se haya opuesto a blindar el derecho al aborto en la Constitución. Alegan que no es necesario, pero en realidad lo que hacen es alinearse con quienes quieren retroceder en los avances conseguidos por las mujeres. El patriotismo no puede ser selectivo: no se defiende a España si se deja atrás a la mitad de su población.

Su gestión política no se basa en propuestas, sino en alianzas con la ultraderecha. Lo vimos desde el principio: su primera gran decisión como líder del PP fue abrir las puertas de los gobiernos autonómicos a Vox. Pactó con ellos para gobernar comunidades a costa de eliminar políticas de memoria democrática, recortar derechos lingüísticos y rechazar incluso la acogida de menores que huyen de la guerra y el hambre. El PP de Feijóo no solo ha normalizado a Vox, se ha convertido en Vox: en su discurso, en sus propuestas, en su manera de hacer política.

Lo hemos visto con su machismo —como demostró hace unos días en Melilla—, con su xenofobia —como lleva demostrando meses con sus propuestas sobre inmigración—, con su negacionismo climático —como ha votado en Europa— y con su forma de entender la política y al adversario como un enemigo a destruir. Defender España no puede pasar por recortar derechos ni por difundir bulos desde las instituciones.

En la comparecencia del presidente del Gobierno ante el pleno de la pasada semana, la única aportación de Feijóo ha sido convertir al PP en Vox. Ya nadie es capaz de distinguirles. Sus discursos, sus propuestas, sus políticas e, incluso, sus liderazgos son exactamente iguales.

Feijóo no puede hablar de economía, ni de empleo, ni de pensiones, ni de servicios públicos porque es incapaz de competir con las políticas del Gobierno. No puede proponer nada, porque demuestra su ignorancia. Y no puede enseñarnos nada que no dé vergüenza: ni a Mazón con la DANA, ni a Mañueco con los incendios, ni a Ayuso con las residencias, ni a Moreno Bonilla con el cribado del cáncer.

Mientras tanto, el Gobierno de Pedro Sánchez ha seguido gobernando. En los últimos años, se han aprobado leyes clave como la de Vivienda, la de Paridad, la de Formación Profesional o la Ley contra el Desperdicio Alimentario. Se han aumentado las becas, se han reforzado las pensiones, se han impulsado ayudas directas al transporte y a los jóvenes, y se ha contenido la inflación mejor que en la mayoría de países europeos. Todo eso, sin el apoyo de Feijóo. Porque, para él, si algo ayuda a la gente, es una amenaza para su estrategia política.

Feijóo no quiere construir país. Quiere arrasar con todo lo que no puede controlar. Su única obsesión es gobernar. Y, si para eso hay que aliarse con la ultraderecha, desestabilizar las instituciones, votar contra los intereses de España en Europa o mentir a la ciudadanía, lo hará sin dudar..

España lo ha demostrado: con valentía, con políticas públicas, con una recuperación económica que no ha dejado a los más vulnerables atrás. Un Gobierno puede gobernar con justicia social, con derechos, con dignidad. Pero ese camino no está garantizado. Feijóo y la ultraderecha trabajan cada día para desandar lo avanzado. Por eso, la conclusión es clara: Feijóo no es un patriota. Es un político desesperado por gobernar, dispuesto a todo, incluso a ir contra su propio país. No le duele España.

Síguenos en Google Discover y no te pierdas las noticias, vídeos y artículos más interesantes

Síguenos en Google Discover