Alberto Núñez Feijóo ha decidido que, si no puede diferenciarse de Vox en propuestas, competirá con ellos en el terreno donde la ultraderecha se siente más cómoda: la xenofobia. El Partido Popular, lejos de ofrecer una alternativa moderada y realista, ha abrazado el discurso del miedo, los bulos y las propuestas inconstitucionales con un único fin: arañar votos en el espacio ultraderechista. Lo que comenzó como una estrategia puntual para frenar a Vox se ha convertido en una deriva peligrosa que normaliza el odio y alimenta la desinformación.

La paradoja no puede ser más evidente: esos jóvenes migrantes señalados como amenaza por la derecha y la ultraderecha han trabajado y cotizado más que Isabel Díaz Ayuso o Santiago Abascal a su edad. Mientras ellos sostienen con su esfuerzo un sistema que necesita urgentemente mano de obra joven, son convertidos en chivos expiatorios en cada mitin, tertulia o titular. Feijóo no combate los bulos de la ultraderecha, los adopta, convirtiendo al PP en el “Vox de AliExpress”.

La migración, lejos de ser el problema que quieren vendernos, es una parte esencial de la solución. España no puede sostener su crecimiento económico, su sistema de pensiones ni su tejido laboral sin la aportación de la población extranjera. Lo dicen el Banco Central Europeo, lo ha reconocido el Fondo Monetario Internacional, y lo reflejan medios como The New York Times, The Economist o TIME. Frente a esta evidencia, el PP de Feijóo insiste en la mentira.

La estrategia es tan vieja: culpar al diferente, convertir la diversidad en amenaza. Pero los datos desmontan ese relato. Según la Seguridad Social, el 71% de los menores no acompañados y jóvenes extutelados están dados de alta y trabajando. Están construyendo el país, no viviendo de él.

Otra falsedad repetida es que los migrantes sin papeles cobran el Ingreso Mínimo Vital (IMV). Imposible: la ley exige residencia legal continuada de al menos un año. Además, el 83% de quienes reciben el IMV son españoles.

El discurso del PP no solo es falso, es irresponsable. Asociar inmigración con delincuencia es populismo barato. Las cifras lo dejan claro. La criminalidad ha caído a su nivel más bajo en pleno crecimiento de la población migrante. No obstante, la ley ya contempla la expulsión de extranjeros condenados por delitos graves. No hay novedad legal, solo manipulación emocional. Y lo más grave: se siembra odio, se legitiman actitudes racistas y se abre la puerta a la violencia.

La llamada “Declaración de Murcia”, presentada por el PP como solución novedosa, no es más que un catálogo de ocurrencias ineficaces y en muchos casos ilegales. Proponer un “visado por puntos” o devolver a menores migrantes a sus países de origen vulnera la Constitución, el derecho internacional y las directrices de la Unión Europea. Y cuando Feijóo insinúa que algunos colectivos -los latinoamericanos- son más deseables que otros, está maquillando de pragmatismo un racismo evidente.

Los extranjeros son ya esenciales para que funcionen sectores como la hostelería, la agricultura o la construcción, lo que evidencia la inutilidad de ese “visado por puntos” que plantea el expresidente gallego.

Mientras tanto, la realidad es clara. Hoy en España hay más de tres millones de trabajadores extranjeros, representando el 14,2% del total y el 16% de los afiliados a la Seguridad Social. Desde 2018, el número de mujeres migrantes afiliadas ha crecido en más de 400.000. Lejos de colapsar los servicios, como asegura la derecha, la propia Estrategia Nacional de Inclusión Social lo desmiente.

En el ámbito de los autónomos, el avance es notable. Entre los migrantes, las altas en sectores tecnológicos y científicos han crecido un 29,7% más en informática y un 17,7% en profesiones científicas. ¿Dónde queda el mito de que solo cubren empleos precarios? España necesita tanto mano de obra en la hostelería y el campo como talento en la ciencia y la tecnología.

Otro de los bulos que circula —y que el PP no corrige— es que en España viven casi 10 millones de extranjeros. Falso. Según el padrón, son 6,9 millones, apenas el 14% de la población. Y de ellos, la gran mayoría está integrada laboral y socialmente. De hecho, el 70% del crecimiento de la población activa se debe a la migración.

Negar estas cifras es una irresponsabilidad. El Banco de España y la Comisión Europea proyectan que España necesitará incorporar unos 300.000 trabajadores migrantes adicionales cada año hasta 2050, solo para mantener el Estado del bienestar. Sin ellos, no hay futuro sostenible.

Pero es que, además, según calcula la AIReF, España necesitará que un 45% de la población inmigrante en 2050 para poder mantener las pensiones. Equivaldría al 63% de la población en edad de trabajar y a un flujo migratorio superior a un millón de personas.

Incluso dentro del propio Partido Popular hay voces que recelan de la deriva en la que se ha embarcado Feijóo. Los sectores moderados temen que, al copiar a Vox, esté ya perdiendo  definitivamente su espacio como partido de centro-derecha. La historia política europea es clara: cuando la derecha tradicional copia el discurso de la ultraderecha, no la frena, la fortalece. Y acaba siendo devorada por ella.

Feijóo prometió gestión y moderación. Hoy solo ofrece bulos, polarización y miedo. Ha elegido ser la copia, y entre el original y la imitación, la ciudadanía suele preferir al original. Pero el coste no será solo electoral: lo pagará la sociedad entera.

Porque se normaliza la mentira, se estigmatiza al diferente y se erosiona el pacto de convivencia que ha hecho de España un país moderno, abierto y diverso. Hoy tenemos el paro más bajo en 17 años y un récord histórico de empleo. Nada de esto se explica sin la aportación de la población migrante. Ignorarlo no es solo injusto: es una forma de ingratitud institucionalizada.

La pregunta es clara: ¿qué país queremos ser? ¿Uno que repite los errores del pasado, con discursos de odio que ya sabemos a dónde conducen, o uno que construye futuro desde la integración y la evidencia?

Lo que sostiene nuestro Estado del bienestar no es la exclusión, sino la integración. Lo que fortalece nuestra economía no son los muros, sino los puentes. Lo que protege nuestra democracia no es el miedo, sino la convivencia. Todo lo demás —los bulos de Feijóo, las mentiras del PP— es solo ruido. Y ese ruido es la banda sonora de un partido que ha dejado de proponer para dedicarse a señalar.

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