Fue el Cristo el que dijo aquello de “den al César lo que es del César, y a dios lo que es de Dios”, sin ahorrarse el calificativo de “hipócritas”, según cuenta Juan en su evangelio, a los Fariseos, que pretendían librarse del cumplimiento de la ley por motivos religiosos. Lo traigo a colación porque, aunque ya he confesado mi naturaleza de agnóstico metódico, sí conozco bien la doctrina cristiana y su libro fundacional, la Biblia. Mejor que yo debieran conocerla quienes se envuelven en la doctrina de su fe para tratar de domeñarnos a los demás con su intransigencia, y hacernos comulgar con ruedas de molino.

Ante la inminente exhumación, por fin, del dictador Franco de su mausoleo vergonzante en el Valle de los Caídos, con todos los pronunciamientos y garantías legales, incluido el Tribunal Supremo, la familia y correligionarios ponen al Papa Francisco y al Vaticano en una situación absurda de mediación incómoda. Debiera ser innecesario recordar que, en la España actual, democrática y Constitucional, la inferencia de lo religioso es inadmisible. Sin embargo, más de dos centenas de fieles, han escrito una carta a su Santidad pidiendo amparo ante lo que consideran “que en España se comenzó a menoscabar los derechos de la población católica a raíz de la entrada en el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en el año 2004”, al que acusan de iniciar “una persecución contra los católicos y un acoso a la Iglesia católica”, que culminó con la aprobación de la Ley de Memoria Histórica de 2007 que tiene como objetivo “convertir a los verdugos en víctimas y a las víctimas en verdugos”. Esta infamia y entre otras, que alguna asociación de la Memoria Histórica debiera llevar a los tribunales por injurias, calumnias e incitación al odio, son las lindezas que elevan al Vaticano en un ejercicio de cinismo sin paliativos.

El presuntamente reformista Papa Francisco deberá ser contundente en su respuesta, pues la tibieza, le retrotraería a posiciones cómplices como las de la Iglesia católica durante el nazismo, el fascismo italiano, o el Franquismo en rigor, que no solo masacró, torturó y encarceló a miles, durante la guerra, sino que siguió ejerciendo el terror y la muerte durante todas las décadas de la dictadura, mientras se bendecía el crímen y la falta de derechos humanos, llevándolo bajo palio como a la Sagrada Forma en los días del Corpus.

El Papa Bergoglio debiera ser contundente además con la actitud del Prior de monasterio Benedictino del Valle de Los Caídos, Santiago Cantera, que además de haber ido en las listas de la Falange, desafía la legalidad y la doctrina de la Iglesia. No le suena el “no matarás” cuando defiende a un asesino enterrado en su templo, y desafía las afirmaciones de la cabeza visible de su credo.   El susodicho ha declarado, entre otras lindezas, que  “considera que en España se comenzó a menoscabar los derechos de la población católica a raíz de la entrada en el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en el año 2004, al que acusa de iniciar una persecución contra los católicos» y un «acoso a la Iglesia católica, que culminó con la aprobación de la Ley de Memoria Histórica de 2007 que tiene como objetivo convertir a los verdugos en víctimas y a las víctimas en verdugos”. Verán que coincide en su totalidad con la carta firmada por los más de doscientos fieles, en lo que se demuestra una maniobra orquestada del Prior para poner al Santo Padre en un auténtico brete y conflicto diplomático con el Gobierno y la Justicia española.

Un asunto que, legalmente, podría ser considerado “obstrucción a la justicia”, y ser encausado y condenado por ello. Con el Derecho Canónico en la mano, el Papa podría y debería “suspender a Divinis” a dicho prior, por no cumplir con sus obligaciones y desafiar a la máxima autoridad de la Iglesia. Pena que supondría relegarlo de sus funciones religiosas, y de oficiar misa, y pronunciarse en homilías. Me temo, sin embargo, que la tibiez será de nuevo la respuesta, que no resarce ni palía el dolor de los familiares de miles de muertos, asesinados sin garantías procesales, por capricho en muchos casos, y perdidos en las cunetas o junto a las tapias de los cementerios. No es tiempo de tibieza. También lo dijo el de Nazaret, señor Bergoglio, “así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. Pero, con la Iglesia hemos topado, de nuevo, que tiene siglos de experiencia en nadar y guardar la ropa, en sostener una cosa y la contraria, y por eso se desangra de fieles y de juventud, mientras se enroca en el eco marmóreo de las tumbas.