Las encuestas dan estas últimas semanas una importante subida a Vox, que se acentúa con el paso el de los días. Algunos dicen que hay que evitar seguir actuando contra el fascismo, porque despierta a la ultraderecha. Se le despierta, no se la crea. Sigue allí y lo único nuevo es que ahora el fascismo se reconoce tal cual. Es mejor que vayan de frente, para que uno sepa a qué atenerse.

La democracia no puede tener complejos. No puede ceder, por miedo, a los deseos de estos verdaderos antisistema. Según esas previsiones, que los diputados de Santiago Abascal ocupen más de treinta escaños en el Congreso, después de la consulta del diez de abril, los debates pueden ser más desabridos a la vista de los éxitos conseguidos y de la cola que aún traerá la exhumación de Franco.

 Si España quería mantenerse a la altura de las grandes democracias occidentales, estaba obligada a saldar esa deuda con la historia. Y, ahora, debe ocuparse de sus víctimas. Se trata de cerrar viejas heridas. Y la identificación de los cuerpos que están en las fosas comunes es imprescindible.

La exhumación de Franco y su reinhumación junto a su familia no es el final, sino el principio de una nueva etapa. Pasadas ya la transición y 40 años de democracia, es inaceptable mantener herencias de la sangrienta dictadura. Es algo que se tendría que hacer con naturalidad, pero parece que hubiera miedo de ofender a los llamados, de forma eufemística, nostálgicos. En realidad, son los fascistas de toda la vida.

Y no es que haya que cambiar nada. La Ley de Memoria Histórica está vigente y es suficiente para dar más pasos como, por ejemplo, la exhumación de Gonzalo Queipo de Llano de la basílica de la Macarena. El pasado fin de semana, cientos de personas se manifestaron en ese sentido frente a la Iglesia, en Sevilla. Si hubo polémica con la exhumación de Franco, tanto más difícil será la del llamado Carnicero de Sevilla, porque la basílica no es de titularidad pública, sino que pertenece a la Hermandad de la Macarena.

En una democracia sana sería impensable que hubiera que recurrir a una ley ad hoc para sacar de una iglesia a un golpista que, desde la radio, amenazaba y lanzaba permanentes mensajes de terror, que avergonzaban a propios y extraños. Tanto, que el propio régimen acabó cancelando su programa en Radio Sevilla. ¿A qué espera la Hermandad de la Macarena para exhumar al responsable de 14.000 asesinatos? ¿A que le obliguen? Debería hacerlo motu proprio.

Queipo de Llano no puede estar un minuto más en la Macarena. José Antonio Primo de Rivera tiene que pasar ya a un lugar más discreto, aunque sea en el mismo Valle de los Caídos. La entrega de los cuerpos de las víctimas a sus familias, para que les entierren donde deseen, es imperiosa. El día que se cumplan estas premisas, podremos decir que las heridas están cerradas.

Enric Sopena es Presidente Ad Meritum y fundador de ElPlural.com