El pasado 16 de abril se conmemoraba el día internacional contra la esclavitud infantil. Uno de esos días temáticos que pasan casi desapercibidos al lado de sus vecinos de almanaque más famosos, pero que encubre una realidad tan invisible como aterradora.

Cuando hablamos de esclavitud a la mayoría de personas de nuestro entorno se le vienen a la cabeza imágenes de plantaciones de algodón del Sur de Estados Unidos, de barcos negreros o de aquel Kunta Kinte de la serie Raíces que marcó a toda una generación. Cosas del pasado.

Pero no es así. La esclavitud y, más concretamente, la esclavitud infantil, está tan a la orden del día, que UNICEF calcula que 400 millones de niños y niñas sufren hoy en día las peores formas de explotación laboral infantil, y son esclavizados en trabajos denigrantes y peligrosos para su salud y desarrollo. 400 millones. Una cifra que debería dar escalofríos.

Tampoco sabemos por qué este día y no cualquier otro. Pero la elección no es casual. El 16 de abril de 1996 era asesinado Iqbal Masih, a la edad de 12 años, un niño que fue vendido a los 4 años a una fábrica alfombras de Pakistán, y que pasó desde entonces esclavizado. Por lo que, con solo 10 años, se unió a un grupo de activismo en contra de esta barbarie. Logró mejoras para otros niños y niñas como él, pero se dejó la vida en ello, asesinado por las mafias.

Solo hace un cuarto de siglo de eso, pero poca gente conoce esta historia. Y lo peor es que no es un hecho puntual, porque historias como la de Iqbal suceden con mucha más frecuencia de lo que suponemos.

Mientras las criaturas de este lado del mundo se quejan por no tener el último modelo de teléfono móvil o de videojuego, hay niños y niñas que no se quejan por falta de lo más básico porque ni siquiera tienen fuerzas para hacerlo. Mientras nos esmeramos en dar a nuestras hijas e hijos todos los caprichos, hay quienes pierden la infancia, la salud y la vida en fabricar muchos de esos caprichos que consumimos alegremente.

Parece mentira que en pleno siglo XXI tengamos que recordarlo, pero la infancia es sagrada. Es su derecho disfrutar de ella. Es nuestra obligación hacerlo posible.

No continuemos mirando hacia otro lado. No sumemos a sus cadenas el eslabón de la invisibilidad.

SUSANA GISBERT

Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)