Aunque el título pudiera llevar a engaño, hoy no hablaré de Covid-19. Porque, por lejano que parezca, hay otras enfermedades que, no hace tanto tiempo, nos hicieron descubrir el término “pandemia

Hace unos días se cumplían cuarenta años de la aparición de aquella extraña enfermedad que se llamó síndrome de inmunodeficiencia adquirida, SIDA. Una enfermedad que para algunos tenía tintes de castigo bíblico porque afectaba, en gran parte, a homosexuales.

Recuerdo la conmoción que supuso la noticia de que Rock Hudson padecía la enfermedad. Las imágenes de aquel estereotipo de masculinidad convencional, delgadísimo y casi agonizante, fueron impactantes. En primer término, porque era poco menos que increíble que fuera homosexual, y, en segundo, porque cantaba bien a las claras que nadie estaba a salvo de aquel azote. Me acuerdo, ojiplática, de las declaraciones de una actriz que lo “defendía” de lo que consideraba “acusaciones de homosexualidad”, afirmando que habría enfermado de otro modo. Y es que, en aquellos tiempos, tachar a alguien de “homosexual” todavía se consideraba por muchos sectores un insulto del que había que defenderse. Algo no tan lejano, y que deberíamos recordar ahora que tenemos aquí mismo el Día del Orgullo.

Luego fue Freddy Mercury, y muchos más, quienes alertaban de que aquella maldición no respetaba a nadie, y que no había dinero suficiente para salvarse. La enfermedad había llegado para quedarse.

Hace cuarenta años y muchos muertos y, a este lado del mundo parece que hayamos superado aquello. Ahora conocemos la enfermedad, su modo de transmitirse y, sobre todo, el tratamiento que, si bien no la cura, la convierte de mortal en crónica. Son muchas las personas que a día de hoy sobreviven a ese virus, que sigue presente en sus cuerpos sin matarlos.

Pero eso es, como digo, a esta parte del mundo. En otras latitudes donde nacer es una aventura y sobrevivir un milagro, el SIDA sigue haciendo estragos. Se estima que actualmente hay más de 38 millones de casos en el mundo, y que el VIH mata a 1,2 millones de personas cada año, de las que muchas son niños.

La mayoría de personas infectadas se concentra en 20 países, casi todos ellos en Asia y África, y eso supone una diferencia insalvable. Para más de 20 millones de personas, la infección supone una condena a muerte, porque, aunque existan medicamentos y tratamientos para evitarla, no están a su alcance. Un dato para reflexionar.

Hoy, que el mundo se estremece con los efectos de la pandemia del coronavirus, hay que recordar que no es la única pandemia, y que el SIDA todavía mata en algunos lugares del mundo.