España es uno de los países europeos con mayor extensión de costa: 7.880 km. La comunidad con más kilómetros de litoral es Canarias: 1.583. Le siguen Galicia, con 1.498 y Baleares, que tiene 1.428. A una cierta distancia quedan Andalucía (945) Cataluña (699) y la Comunidad Valenciana (518). Pero además de la cantidad, nuestras costas destacan también por su altísima calidad paisajística y medioambiental. Así, y según el prestigioso diario británico The Guardian, la mejor playa del mundo es la Playa de Rodas, en el Parque Nacional de las Illas Atlánticas (Galicia).

Por eso es importante preservar el rico patrimonio común que representan nuestras costas y valorarlas como lo que son: un tesoro natural en cuyo uso y disfrute está basado además buena parte de nuestro desarrollo económico.

Para lograrlo, cada vez más ayuntamientos del litoral se afanan en poner al día los equipamientos necesarios: papeleras, contenedores de recogida selectiva, lavabos públicos, duchas, pasadores y otros. Uno de los principales objetivos es evitar la acumulación de residuos en las playas. Pero sin la colaboración de los ciudadanos que acudimos a disfrutarlas todos esos esfuerzos resultan baldíos.

Tirar residuos al agua supone, además de un irresponsable acto de incivismo, un serio daño al medio ambiente. De la misma manera enterrar bajo la arena el papel aluminio del bocadillo o el palo del helado

Cuando vamos a la playa no estamos acudiendo a unas instalaciones deportivas, sino a un entorno natural que, en buena parte de los casos, incluso forma parte de un espacio protegido, un patrimonio común que debemos conservar entre todos, sobre todo en agosto, cuando se pone a prueba su capacidad de resistencia.

Tirar residuos al agua supone, además de un irresponsable acto de incivismo, un serio daño al medio ambiente. De la misma manera enterrar bajo la arena el papel aluminio del bocadillo o el palo del helado es una muestra de dejadez con la que, en verdad, solo tapamos nuestras vergüenzas, pues la acción del viento o la pleamar harán que ese residuo acabe en el agua multiplicando la contaminación del litoral.

Los envases vacíos que generamos en la playa no son basura: si los llevamos a su contenedor correspondiente favorecemos su reciclaje y el reaprovechamiento de sus materiales, como venimos haciendo todo el año con los que generamos en el hogar.

Es muy sencillo: el botellín vacío de vidrio va al contenedor verde. La lata de refresco, la bolsa de patatas fritas, la bolsita del helado, el minibrick del zumo, el botellín de agua mineral, el bote de bronceador vacío y el resto de envases ligeros van al amarillo. Y todos los envoltorios de papel y los envases y cajetillas de cartón van al azul.

En muchos casos los contenedores de recogida selectiva están situados a pie de playa, incluso en la arena. Y si no, basta con ir hasta el paseo marítimo para echarlos en su contenedor. Usarlos es una lección de responsabilidad y un ejemplo de compromiso con el medio ambiente y con el planeta. Y si no encontramos ninguno, basta con meterlo todo en una bolsa y cuando regresemos a casa, echar cada cosa en su contenedor correspondiente. Tampoco es un esfuerzo tan grande, y si sin embargo el beneficio es mayor de lo que nos podemos imaginar.

El mantenimiento de nuestras costas también depende de pequeños gestos como los que hacemos a diario en casa al separar nuestros residuos. Por eso no nos olvidemos de reciclar también en la playa. Esa pequeña acción de compromiso individual, multiplicada por los millones de bañistas que acuden cada verano a nuestras playas, es la que hará posible que sigan siendo las mejores del mundo.