Una vez más la vergüenza del titular se apodera del eco internacional. La estética del fenómeno y la falta de empatía con el sueño de los débiles siembra de piedras los caminos de simpatía con la figura histórica de la monarquía. Las salpicaduras de Urdangarín y los juegos de Froilan han deshilado los perpuntes idílicos de la corona. El coste económico de los caprichos privados de Juan Carlos ha sentado como un jarro de agua fría en los millones de mileuristas que día tras día hacen malabarismo para salvar del hundimiento al Titanic de sus vidas. Es precisamente la cacería de elefantes, o dicho de otro modo, el tiro del privilegio a un animal en peligro de extinción por la caza exacerbada del hombre y la deforestación de sus días, la que cultiva los campos de la vergüenza con las prácticas legítimas de nuestras élites.
Puede seguir leyendo este artículo en el blog de Abel Ros, El rincón de la crítica
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